Viernes, 29 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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La meta de la Cuaresma es la Pascua

por Corazón Eucarístico de Jesús

            El peso de los siglos aún se nota, y cuando durante siglos la liturgia del Triduo pascual se ha celebrado temprano, por la mañana, durante el Jueves y el Viernes Santo, y la Vigilia pascual –con su juego de la luz en la noche- se pasó a la mañana del Sábado Santo para convertirse en un erróneo “Sábado de gloria”, las tardes fueron vividas única y exclusivamente de modo devocional: vía crucis, procesiones, etc. Estas devociones, en sí buenas, que son una ayuda y un complemento, no tuvieron más remedio que convertirse en un sustituto de la liturgia para llenar el alma de los fieles.
 
 


            Así, ese peso de los siglos se nota aún tanto que muchos no viven, ni asisten, ni participan, a las celebraciones solemnes de la tarde del Jueves y Viernes Santo y la Vigilia pascual, corazón del año litúrgico, permanece casi desconocida, con escasa participación.
 
            Parecería que la Cuaresma, entonces, es un fin en sí misma con la multiplicación de ejercicios de piedad, cultos, quinarios, etc., perdiendo su perspectiva auténtica: la de ser una preparación intensa para vivir la Pascua. La Cuaresma está en función y sirve de verdad si prepara a todos y cada uno de los católicos a vivir renovados, con piedad, las solemnes liturgias del Triduo pascual y, sobre todo, la santísima Vigilia pascual. La Cuaresma servirá de veras si enciende en cada uno el deseo de participar y asistir a las celebraciones del Jueves y Viernes Santo y vivir, con inmenso fervor, la Vigilia de la noche de Pascua. La Cuaresma, bien vivida y entendida, alentará una renovación personal, comunitaria y eclesial para vivir renovados la santa Vigilia pascual. La Cuaresma, con su austeridad penitencial, desembocará en la alegría de la noche de Pascua y educará a todos para comprender que la Cuaresma es un camino penitencial pero para llegar a una meta, la santa Pascua, y luego vivirla intensamente durante los cincuenta días que dura, hasta Pentecostés.
 
            Los textos que se rezan en la Misa y en la Liturgia de las Horas están llenos de referencias a la Pascua que queremos vivir y a la que nos preparamos. Basta tener el oído atento cuando el sacerdote los reza en la Misa para asumirlos e integrarlos personalmente.
 
     
   Una descripción general de la santa Cuaresma la hallamos, por ejemplo, en el prefacio I:
 
“En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.
 
Por él concedes a tus hijos
anhelar, año tras año,
con el gozo de habernos purificado,
la solemnidad de la Pascua,
para que, dedicados con mayor entrega
a la alabanza divina y al amor fraterno,
por la celebración de los misterios
que nos dieron nueva vida,
lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios”.
 
            Aquí se subraya el anhelo, un deseo grande, de llegar a celebrar la Pascua, ejercitándonos, como Iglesia, en la purificación, en la alabanza y en la caridad.
 
            También el prefacio V de Cuaresma ofrece una perspectiva en la que une la Cuaresma como desierto con la Pascua como meta:
 
“En verdad es justo bendecir tu nombre,
Padre rico en misericordia,
ahora que en nuestro itinerario hacia la luz pascual,
seguimos los pasos de Cristo,
maestro y modelo de la humanidad reconciliada en el amor.
Tú abres a la Iglesia el camino de un nuevo éxodo
a través del desierto cuaresmal…”
 
            En la primera oración para bendecir las cenizas, el Miércoles de Ceniza, se pide: “que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar [los fieles], con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo”. La perspectiva de la ceniza, señal de muerte, luto y penitencia, es llegar a la Pascua del Señor y tener vida, con un corazón limpio. En cierto modo, recibir la ceniza en la cabeza es un cierto compromiso vital de llegar, vivir y celebrar la Pascua (no ausentarse de sus celebraciones), incluyendo la celebración de la Pasión del Señor el Viernes santo, como pide la oración sobre las ofrendas de dicho Miércoles de Ceniza: “limpios de pecado, merezcamos celebrar piadosamente los misterios de la pasión de tu Hijo”.
 
            La Cuaresma se presenta a sí misma como un camino con una meta, la Pascua de Cristo. Ya el primer domingo de Cuaresma, en la oración sobre las ofrendas, se reza: “te rogamos, Señor, que nuestra vida sea conforme con las ofrendas que te presentamos y que inauguran el camino hacia la Pascua”, y el II domingo de Cuaresma reza en la oración sobre las ofrendas: “Te pedimos, Señor, que esta oblación borre nuestros pecados, santifique los cuerpos y las almas de tus siervos y nos prepare a celebrar dignamente las fiestas pascuales”… ¡dignamente!, o también con premura, con deseo: “haz que el pueblo cristiano se apresure, con fe viva y entrega generosa, a celebrar las próximas fiestas pascuales” (OC Domingo IV).
 
            Que la Cuaresma es una preparación para la Pascua, lo encontramos en la oración colecta del Viernes I de Cuaresma: “que tu pueblo, Señor, como preparación a las fiestas de Pascua se entregue a las penitencias cuaresmales, y que nuestra austeridad comunitaria sirva para la renovación espiritual de tus fieles”; y ese es también el sentido de las penitencias, mortificaciones, ayuno y abstinencia de carne: “Concédenos, Dios todopoderoso, que, purificados por la penitencia cuaresmal, lleguemos a las fiestas de Pascua limpios de pecado” (OC Viernes II). El objeto de toda penitencia, el fin de las mortificaciones y de la ascesis cuaresmales es unirnos a Cristo en su pasión para vivir su resurrección, la Pascua: “Redentor nuestro, por tu pasión, concede a tus fieles la fuerza necesaria para mortificar sus cuerpos, ayúdalos en su lucha contra el mal y fortalece su esperanza, para que se dispongan a celebrar santamente tu resurrección” (Preces Visp. Viernes I).
 
            Ese tono de preparación, de cara a la Pascua, es recordado a mitad de la Cuaresma, el jueves de la III semana, cuando la Iglesia reza: “te pedimos humildemente, Señor, que a medida que se acerca la fiesta de nuestra salvación, vaya creciendo en intensidad nuestra entrega para celebrar dignamente el misterio pascual” (OC). Y también: “te pedimos, Señor, que las prácticas santas de esta Cuaresma dispongan el corazón de tus fieles para celebrar dignamente el misterio pascual y anunciar a todos los hombres la grandeza de tu salvación” (OC Martes IV). Otra oración más recalca el mismo aspecto: “Padre lleno de amor, te pedimos que, purificados por la penitencia y por la práctica de las buenas obras, nos mantengamos fieles a tus mandamientos, para llegar, bien dispuestos, a las fiestas de Pascua” (OC Jueves IV).
 
            Esta súplica se hace más intensa, por ejemplo, en la oración de la Misa del Martes Santo, que ruega una participación realmente viva: “concédenos participar tan vivamente en las celebraciones de la pasión del Señor, que alcancemos tu perdón”.
 
Es una preparación seria, rigurosa, pero no triste, porque nos consuela y sostiene la alegría de llegar a la Pascua, a la Resurrección del Señor: “llenos de alegría, al celebrar un año más la Cuaresma, te pedimos, Señor, vivir los sacramentos pascuales, y sentir en nosotros el gozo de su eficacia” (OC Sábado III), sabiendo que los sacramentos pascuales son el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, que se celebran con la mayor solemnidad posible en la noche de Pascua, durante la Vigilia pascual. Es tiempo de desierto para la escucha de la Palabra que Dios dirige: “concédenos escuchar con más frecuencia tu palabra en este tiempo cuaresmal, para que, en la gran solemnidad que se avecina, nos unamos con mayor fervor a Cristo, nuestra Pascua” (Preces Laudes Martes II).
 
            La unión con Cristo es vital durante la Cuaresma para vivir luego la Pascua; ayunamos como Él ayunó durante cuarenta días y sus noches, guardamos silencio para escuchar la Palabra de Dios, combatimos contra nuestros pecados y las tentaciones de todo tipo, como Él luchó y fue tentado:
 
“Al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento,
inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal,
y al rechazar las tentaciones del enemigo
nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado;
de este modo, celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua,
podremos pasar un día a la Pascua que no acaba” (Prefacio Domingo I de Cuaresma).
 
            Por esto todo tiene sentido si de verdad participamos luego en la Misa en la Cena del Señor del Jueves Santo, en la Acción litúrgica del Viernes Santo y, por encima de todo, en la Vigilia pascual de la noche de Pascua. ¡Nadie puede faltar!
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