La fuerza de la fe y del amor

04 febrero 2014 00:00

Como bien sabemos…, Las tres virtudes teologales siempre crecen y decrecen, al unísono en el alma humana. A un mayor grado de fe, siempre le corresponde un amor más grande y una esperanza más firme y consolidada. También sabemos, que el amor es la fuerza mayor que existe, y ello es así sencillamente porque Dios es un ser omnipotente, es decir que todo lo puede y su esencia es el amor y solamente amor. Teniendo en cuenta estos parámetros, fácilmente se comprende que el amor todo lo puede porque el amor sobrenatural es Dios mismo. Lo nuestro, el amor humano, es un amor que es un perfecto reflejo del amor sobrenatural, siempre y cuando sea puro y simple, que son dos cualidades características del Dios, la pureza y la simplicidad.

He hecho estas previas consideraciones, para que se comprenda mejor el pasaje bíblico que vamos a comentar. Se trata de esa transcendental visita, que realizaron a nuestro padre Abraham, en el encinar de Mambré, tres ángeles, que en realidad eran una prefiguración de la Santísima Trinidad, misterio este que en aquellas fechas, Dios no había hecho todavía ninguna revelación a los hombres.

“1 El Señor se apareció a Abraham junto al encinar de Mambré, mientras él estaba sentado a la entrada de su carpa, a la hora de más calor. 2 Alzando los ojos, divisó a tres hombres que estaban parados cerca de él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la carpa y se inclinó hasta el suelo. 3 diciendo: «Señor mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de largo delante de tu servidor. 4 Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense los pies y descansen a la sombra del árbol. 5 Mientras tanto, iré a buscar un trozo de pan, para que ustedes reparen sus fuerzas antes de seguir adelante. ¡Por algo han pasado junto a su servidor!”. (Gn 18,1-5).

A continuación, el Señor manifiesta su intención de ir a Sodoma y sigue la intercesión de Abraham en favor de Sodoma: “17 Mientras tanto, el Señor pensaba: «¿Dejaré que Abraham ignore lo que ahora voy a realizar, 18 siendo así que él llegará a convertirse en una nación grande y poderosa, y que por él se bendecirán todas las naciones de la tierra? 19 Porque yo lo he elegido para que enseñe a sus hijos, y a su familia después de él, que se mantengan en el camino del Señor, practicando lo que es justo y recto. Así el Señor hará por Abraham lo que ha predicho acerca de él». 20 Luego el Señor añadió: «El clamor contra Sodoma y Gomorra es tan grande, y su pecado tan grave, 21 que debo bajar a ver si sus acciones son realmente como el clamor que ha llegado hasta mí. Si no es así, lo sabré».22 Dos de esos hombres partieron de allí y se fueron hacia Sodoma, pero el Señor se quedó de pie frente a Abraham. 23 Entonces Abraham se le acercó y le dijo: «¿Así que vas a exterminar al justo junto con el culpable? 24 Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos. ¿Y tú vas a arrasar ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él? 25 ¡Lejos de ti hacer semejante cosa! ¡Matar al justo juntamente con el culpable, haciendo que los dos corran la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿Acaso el Juez de toda la tierra no va a hacer justicia?». 26 El Señor respondió: «Si encuentro cincuenta justos en la ciudad de Sodoma, perdonaré a todo ese lugar en atención a ellos». 27 Entonces Abraham dijo: «Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. 28 Quizá falten cinco para que los justos lleguen a cincuenta. Por esos cinco ¿vas a destruir toda la ciudad?». «No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco», respondió el Señor. 29 Pero Abraham volvió a insistir: «Quizá no sean más de cuarenta». Y el Señor respondió: «No lo haré por amor a esos cuarenta». 30 «Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no lo tome a mal si continúo insistiendo. Quizá sean solamente treinta». Y el Señor respondió: «No lo haré si encuentro allí a esos treinta». 31 Abraham insistió: «Una vez más, me tomo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Tal vez no sean más que veinte». «No la destruiré en atención a esos veinte», declaró el Señor. 32 «Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no se enoje si hablo por última vez. Quizá sean solamente diez». «En atención a esos diez, respondió, no la destruiré».33 Apenas terminó de hablar con él, el Señor se fue, y Abraham regresó a su casa”. (Gn 18,17-33).

Es de ver que en este pasaje evangélico, se ponen de manifiesto la fuerza y subsiguientemente el amor de Abraham al Señor y también el de todos aquellos que por amor se han entregado a Dios. También es de ver que desde luego no ya en ninguna nación, ni siquiera en una región, ni en una ciudad ni en un solo pueblo del mundo, el 100% de sus habitantes viven en gracia y amor a Dios y precisamente son aquellas personas que aman a Dios las que frenan el incendio de su ira y fomentan la misericordia divina. Desgraciadamente para muchas personas esto les resulta absurdo, que un montón de monjas o frailes como es el caso de las carmelitas descalzas, las clarisas, los cartujos de San Bruno, o los camaldulenses de San Romualdo y otras órdenes contemplativas, se pasen las horas y los días en adoración ante un sagrario. Lo que ignoran estas personas es que gracias a la fuerza de la oración de otras personas y de estos contemplativos, el mundo funcionan y sus tropelías contra el Señor, por ahora no tienen consecuencias.

Todos hemos oído hablar del Cuerpo místico de Cristo, cuya cabeza es Él mismo, todos pertenecemos, todos somos parte de ese Cuerpo místico que está compuesto, por la llamada Iglesia triunfante, que son los santos que ya están en el cielo, porque todos los que pertenecen a esta Iglesia son santos estén o no estén canonizados; la Iglesia purgante que es la que se encuentra en el purgatorio, y nosotros que somos la Iglesia peregrina o viandante, porque camina hacia el encuentro con el Señor. Por supuesto que aquellos que hasta el último momento se han negado a aceptar el amor que el Señor les ofrecía, ya se sabe dónde están y desde luego no forman parte del Cuerpo místico de Cristo.

Todo aquello que nosotros hagamos bueno o malo, repercute en los demás, que con nosotros forman la Iglesia viandante. Lógicamente las otras dos Iglesia ya tiene fijado su grado de glorificación para toda la eternidad. De aquí deriva la expresión de que: La gente se salva y se condena en racimos. Para aquellos que sean aficionados a la historia, si se ponen a pensar, observarán, que son numerosos los casos en que la grandeza de una nación suele ir pareja con el grado de vida espiritual y amor a Dios de sus habitantes. Recuerdo que cuando estudiaba historia en el bachillerato, me entusiasmaban con los hechos de la España de los siglos XV, XVI y XVII y me preguntaba: ¿Que nos ha pasado para bajar hasta donde hemos bajado? Y la contestación hace tiempo que la encontré, mirando como aquellos hombres y mujeres amaban a Dios, con una fuerza que les daba su fe, porque de una fuerte fe nace un fuerte amor y entrega a Dios.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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