Lo que las Femen significan
Las Femen, esas mujeres que, semidesnudas, vociferan o atacan a gentes de bien, han vuelto a actuar recientemente. Tres de ellas prorrumpieron en el Congreso de los Diputados lanzando gritos en favor del aborto, mientras que el arzobispo de Malinas-Bruselas, Monseñor Léonard, fue agredido por tercera vez en el transcurso de un encuentro europeo de artistas jóvenes en el Colegio Saint-Michel de la capital belga.
Aunque creo que darles una importancia que no tienen no es una buena idea, por una vez creo que reflexionar sobre estos actos de las Femen puede arrojar luz sobre algunos aspectos.
Eco desproporcionado
En primer lugar, el eco que las Femen reciben por parte de nuestros medios de comunicación nos confirma que el papel de los mismos es cada vez menos informar o ayudar a crear una opinión pública informada y, por el contrario, son cada vez más órganos de manipulación y propaganda. La crisis económica que viven la inmensa mayoría de los medios de comunicación, lo que hace depender su subsistencia del apoyo recibido por distintas vías desde el Estado, ha intensificado este proceso de pérdida de independencia ante el poder político. Sólo así se explica que se hagan eco de las acciones de unas personas que en vez de argumentos ofrecen gritos, violencia e insultos (el primero de todos a las propias mujeres, que no merecen que se las asocie con unas vocingleras que parecen empeñadas en dar la razón al peor machismo cuando defiende que las mujeres no son capaces más que de vociferar eslóganes simplones).
Complicidad política
En segundo lugar, salta a la vista la complicidad con que las Femen son tratadas, no sólo por los medios de comunicación, sino también por el propio Estado, desde la policía a los jueces. El sencillo ejercicio de imaginar qué ocurriría si quienes realizan las acciones de las Femen fueran, por ejemplo, activistas neonazis, revelan que en realidad las Femen son toleradas, cuando no alentadas implícitamente, por unos poderes públicos que creen que juegan su rol, desagradable pero necesario, para mantener un statu quo que consideran prioritario. Es por ello que a las Femen se les permite quebrar de forma reiterada las normas de comportamiento público más elementales sin consecuencia alguna, e incluso riéndoles la gracia. Se demuestra así que la pretendida neutralidad del Estado no existe y que bajo un discurso neutral los Estados europeos tienen una agenda muy definida, no explicitada formalmente en muchas ocasiones, pero tremendamente eficaz.
El aborto es sagrado
Por último, quiero fijarme en la frase que llevaban escrita en el torso las tres Femen que entraron en el Congreso de Madrid: “el aborto es sagrado”. Creo que supone un nuevo estadio dentro de la propaganda abortista. Los abortistas, cada vez con menos argumentos racionales o científicos, se refugian en lo sagrado, ahora que supuestamente habían expulsado lo sagrado del ámbito público. Porque sagrado es algo “digno de veneración por su carácter divino o por estar relacionado con la divinidad” o que es “objeto de culto por su relación con fuerzas sobrenaturales de carácter apartado o desconocido”.
En cierto modo uno está tentado de darles la razón a las Femen con este nuevo salto hacia la sacralidad: en efecto, lo que incumbe a la vida de todo ser humano tiene su fundamento en instancias que superan lo meramente humano y que conectan con el misterio de la vida. La vida es sagrada, es digna de veneración y respeto y no es algo de lo que podamos disponer los hombres a nuestro antojo. O se afirma esto o se afirma lo contrario: que es la muerte la que es sagrada y la destrucción de la vida debe ser objeto de veneración. Hemos llegado al estadio final del proceso de inversión de valores. Finalmente, y como en todas las revoluciones, la supuesta liberación de la religión acaba constituyéndose en una falsa religión, en este caso la de la cultura de la muerte (¿o habría que llamarla la religión de Baal?), que aspira a suplantar a la verdadera. Al menos queda claro cuáles son los dos caminos que en la actualidad se le presentan a la humanidad, y ambos son “sagrados”.
Mientras tanto, haremos bien en seguir el ejemplo de Mons. Léonard, quien tras la agresión sufrida decidió comerse el pastel que una de las agresoras le había lanzado a la cara y continuar con normalidad con el acto que presidía.