Adviento: tiempo para empezar de nuevo (II)
por Un obispo opina
SEGUNDA PARTE: LA COMUNIÓN ECLESIAL
Cuando decíamos en el artículo anterior algo sobre el misterio de la Iglesia, y les invitaba a que tomásemos en serio esta preparación del Adviento y les hablaba del misterio de la Iglesia, pensaba en precisarles un poco en qué consiste su misterio en un próximo artículo. Éste es el momento.
1) LA COMUNIÓN ECLESIAL
La comunión eclesial es, ante todo, comunión de corazones. De esta comunión se derivan la caridad fraterna y el compromiso por la justicia. En el centro de esta comunión de corazones está el encuentro permanente con Cristo muerto y resucitado, para que desde Él nos abramos a un conocimiento mutuo y a una apertura fraternal por parte de todos.
Para que esto pueda ser una realidad, necesitamos una mayor confianza en la gracia de Cristo, mucho más importante y necesaria que las estructuras pastorales y nuestra capacidad organizativa y todas nuestras actividades.
Si no acabamos de entrar en el misterio de la Iglesia no podremos vivir con intensidad la santidad a la que todos somos llamados. En la medida en que seamos santos, tendrá fruto nuestra obra de evangelización. Sin comunión, la Iglesia ha de languidecer necesariamente en las actuaciones de quienes no la vivan por muy llamativas y famosas que puedan ser nuestras actividades. Es el Señor quien da el fruto, no nosotros.
La comunión ha de ser, sobre todo, de caridad y de fe. Al ser de caridad, no debemos dejar de amar a nadie, pero amar de verdad; y amar a cualquiera aunque sea nuestro enemigo; el cristiano debe mirar a todos como hermanos, pero como hermanos que se quieren.
Y al ser comunión en la fe, es una pena, pero también un hecho, el ver que hay muchos cristianos, también clérigos, que no comulgan con lo que enseña el Papa y tergiversan sus palabras. Sabemos los católicos que las enseñanzas doctrinales del Papa cuando se dirige como tal a toda la Iglesia, hay que aceptarlas, nos gusten o no. Ya decía San Pablo en su tiempo, aludiendo a quienes enseñaban teorías no concordes con la fe que él predicaba: "Porque esos tales son unos falsos apóstoles, unos trabajadores engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo" (2Cor. 11, 13). Pienso que a todos nos vendría muy bien una conversión de corazón en estos días de Adviento
2) LA SANTIDAD PERSONAL
Sabemos también que desde el momento en que aceptamos la fe, hay una llamada a la santidad. Y la santidad consiste en vivir la caridad. Desde nuestra unión con Jesús es desde donde la podemos comprender y vivir. Podríamos decir que lo importante en nuestro encuentro con Jesús es vivir con Él, para vivir como Él, llegando a vivir en Él. Éste es el camino para ir madurando como cristianos; como dijo Jesús: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada" (Jn. 15, 5). La floración de los santos ha sido siempre la mejor respuesta de la Iglesia en los tiempos difíciles.
3) LA SANTIDAD EN LA MISIÓN
Si la Iglesia es misionera, es decir, enviada al mundo para predicar en todo lugar que Cristo ha venido a la tierra, todos los cristianos somos misioneros porque, como Iglesia, somos enviados a evangelizar.
En cuanto a los sacerdotes, hay que recordar que no vale una pastoral de mantenimiento y de oferta de servicios a los que frecuentan la iglesia. Hoy no podemos dejar las 99 ovejas y buscar a la perdida, sino al contrario, dejar a las poquitas que nos quedan e ir a buscar a la mayoría que son las alejadas.
Y tanto para las que quedan como para las que puedan venir, creo fundamental que cuidemos la Liturgia, que nos devuelve el sentido de lo sagrado; en especial, revitalizando dos sacramentos que, hoy como siempre, son básicos en nuestra vida de santidad; debemos saber ver en la eucaristía un don y una necesidad más que una obligación, y ver también en la Penitencia la misericordia de Dios en su relación personal con nosotros. ¡Qué reconfortante es escuchar las palabras: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Cuando algunos dicen: “yo me confieso con Dios” les preguntaría: “¿Sabes que Dios te ha perdonado? En la confesión sí oigo las palabras del sacerdote que me dice en nombre de Dios: “Yo te absuelvo en nombre de Dios”.
Y en cuanto a los seglares, consagrados y no consagrados, deben sentirse como enviados por todo el mundo para anunciar los bienes del Reino con su ejemplo y con su actividad apostólica. Deben sentirse enviados para ser fermento en medio de la sociedad en cuanto a hacer que las estructuras se vayan adecuando al espíritu del Evangelio para gloria de Dios y para su santificación personal.
Ánimo queridos amigos, preparémonos cristianamente para la Navidad.
José Gea
Cuando decíamos en el artículo anterior algo sobre el misterio de la Iglesia, y les invitaba a que tomásemos en serio esta preparación del Adviento y les hablaba del misterio de la Iglesia, pensaba en precisarles un poco en qué consiste su misterio en un próximo artículo. Éste es el momento.
1) LA COMUNIÓN ECLESIAL
La comunión eclesial es, ante todo, comunión de corazones. De esta comunión se derivan la caridad fraterna y el compromiso por la justicia. En el centro de esta comunión de corazones está el encuentro permanente con Cristo muerto y resucitado, para que desde Él nos abramos a un conocimiento mutuo y a una apertura fraternal por parte de todos.
Para que esto pueda ser una realidad, necesitamos una mayor confianza en la gracia de Cristo, mucho más importante y necesaria que las estructuras pastorales y nuestra capacidad organizativa y todas nuestras actividades.
Si no acabamos de entrar en el misterio de la Iglesia no podremos vivir con intensidad la santidad a la que todos somos llamados. En la medida en que seamos santos, tendrá fruto nuestra obra de evangelización. Sin comunión, la Iglesia ha de languidecer necesariamente en las actuaciones de quienes no la vivan por muy llamativas y famosas que puedan ser nuestras actividades. Es el Señor quien da el fruto, no nosotros.
La comunión ha de ser, sobre todo, de caridad y de fe. Al ser de caridad, no debemos dejar de amar a nadie, pero amar de verdad; y amar a cualquiera aunque sea nuestro enemigo; el cristiano debe mirar a todos como hermanos, pero como hermanos que se quieren.
Y al ser comunión en la fe, es una pena, pero también un hecho, el ver que hay muchos cristianos, también clérigos, que no comulgan con lo que enseña el Papa y tergiversan sus palabras. Sabemos los católicos que las enseñanzas doctrinales del Papa cuando se dirige como tal a toda la Iglesia, hay que aceptarlas, nos gusten o no. Ya decía San Pablo en su tiempo, aludiendo a quienes enseñaban teorías no concordes con la fe que él predicaba: "Porque esos tales son unos falsos apóstoles, unos trabajadores engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo" (2Cor. 11, 13). Pienso que a todos nos vendría muy bien una conversión de corazón en estos días de Adviento
2) LA SANTIDAD PERSONAL
Sabemos también que desde el momento en que aceptamos la fe, hay una llamada a la santidad. Y la santidad consiste en vivir la caridad. Desde nuestra unión con Jesús es desde donde la podemos comprender y vivir. Podríamos decir que lo importante en nuestro encuentro con Jesús es vivir con Él, para vivir como Él, llegando a vivir en Él. Éste es el camino para ir madurando como cristianos; como dijo Jesús: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada" (Jn. 15, 5). La floración de los santos ha sido siempre la mejor respuesta de la Iglesia en los tiempos difíciles.
3) LA SANTIDAD EN LA MISIÓN
Si la Iglesia es misionera, es decir, enviada al mundo para predicar en todo lugar que Cristo ha venido a la tierra, todos los cristianos somos misioneros porque, como Iglesia, somos enviados a evangelizar.
En cuanto a los sacerdotes, hay que recordar que no vale una pastoral de mantenimiento y de oferta de servicios a los que frecuentan la iglesia. Hoy no podemos dejar las 99 ovejas y buscar a la perdida, sino al contrario, dejar a las poquitas que nos quedan e ir a buscar a la mayoría que son las alejadas.
Y tanto para las que quedan como para las que puedan venir, creo fundamental que cuidemos la Liturgia, que nos devuelve el sentido de lo sagrado; en especial, revitalizando dos sacramentos que, hoy como siempre, son básicos en nuestra vida de santidad; debemos saber ver en la eucaristía un don y una necesidad más que una obligación, y ver también en la Penitencia la misericordia de Dios en su relación personal con nosotros. ¡Qué reconfortante es escuchar las palabras: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Cuando algunos dicen: “yo me confieso con Dios” les preguntaría: “¿Sabes que Dios te ha perdonado? En la confesión sí oigo las palabras del sacerdote que me dice en nombre de Dios: “Yo te absuelvo en nombre de Dios”.
Y en cuanto a los seglares, consagrados y no consagrados, deben sentirse como enviados por todo el mundo para anunciar los bienes del Reino con su ejemplo y con su actividad apostólica. Deben sentirse enviados para ser fermento en medio de la sociedad en cuanto a hacer que las estructuras se vayan adecuando al espíritu del Evangelio para gloria de Dios y para su santificación personal.
Ánimo queridos amigos, preparémonos cristianamente para la Navidad.
José Gea
Comentarios