La enfermedad, vivida con Cristo, tiene un valor eclesial, es decir, infunde un aliento sobrenatural de vida a toda la Iglesia. Un enfermo, viviendo en la fe, siente la cercanía compasiva del Señor y, con Cristo a su lado, la enfermedad se convierte en un cauce de vida para la Iglesia. Es verdad que tal vez el enfermo ya no puede acercarse a su parroquia, ni participar habitualmente en la Misa dominical, ni desarrollar sus tareas o apostolados como antes. Pero en absoluto significa que está al margen de la vida de la Iglesia; más bien está en su centro.
El enfermo, miembro del Cuerpo místico de Cristo, pone su enfermedad por la Iglesia, ofrecida, entregada, y así realiza un apostolado diferente, el apostolado del dolor, que es fecundo como fecundo fue el sacrificio de Cristo.
"Es en vosotros, sobre todo, hermanos y hermanas en Cristo Jesús, donde la Iglesia ve la fuente y los artífices por excelencia de su fuerza divina que se esconda en ella" (Juan Pablo II, Hom. para los enfermos y discapacitados, La Haya (Países Bajos), 13-mayo1985).
Un enfermo no es un inútil, sino un apóstol con un apostolado ahora nuevo, invisible, pero eficaz, en la Comunión de los santos.
Y además del valor eclesial que puede adquirir la enfermedad, hallamos también un valor redentor. Lo que se ofrece a Dios es fecundo, no cae en saco roto. Un enfermo es aquel grano de trigo que se pudre y que da una espiga. Es unido, asociado, al mismo Redentor:
"El único modo para compartir la gloriosa victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte es estar unidos con él en su Pasión. La Muerte y la Resurrección de Cristo son las que nos muestran el significado del sufrimiento humano. Los creyentes que sufren en unión con Cristo y se confían a él contribuyen a hacer conocer a los demás su salvación" (Juan Pablo II, Hom. en la bendición de los enfermos, Boroko (Papúa Nueva Guinea), 18-enero1995).
La Iglesia, siguiendo lo que ve en su Señor y movida por la caridad sobrenatural, siempre ha estado cerca de los enfermos para cuidarlos, atenderlos, curarlos cuando es posible, iluminar y evangelizar su enfermedad mostrando su sentido y el amor redentor de Cristo.
Toda pastoral auténtica, que merezca ese nombre, cuida con amor de especial delicadeza, a los enfermos de una parroquia o de una comunidad cristiana cual verdadera "opción por los pobres", sólo que ésta es callada, discreta, amable, sin panfletos ni manifiestos.
"La Iglesia, nacida del misterio de la pasión de Cristo, es consciente de que el primer camino para el encuentro con el hombre es el del sufrimiento; en efecto, cada persona, en su peregrinación terrena, de un modo o de otro, se enfrenta a la realidad del dolor. Acercándose al hombre que sufre y proclamando la bienaventuranza de la pobreza en el espíritu, la Iglesia se hace cauce de la consolación que viene de Dios. Esta consolación constituye el corazón del anuncio y el fundamento de la esperanza" (Juan Pablo II, Hom., 11-febrero1992).