Lenguaje cristiano y lenguajes
Que hemos de evangelizar, está claro; que se está evangelizando, también, a pesar de muchos profetas de calamidades; que la evangelización resulte un éxito en número... ya es otro cantar.
Presentamos a Jesucristo al mundo, lo anunciamos, lo indicamos como Juan Bautista mostrando que Él es la respuesta a las preguntas del hombre, a los deseos de su corazón, a sus búsquedas más profundas y sinceras.
Pero hay dos problemas (entre otros).
El primer problema es que ofrecemos respuestas a interrogantes y preguntas que nadie se ha cuestionado y que, por tanto, nadie nos ha hecho. Si no se preguntan, si no buscan, ¿cómo van a necesitar las respuestas que les damos? La generación actual -con frutos de deseducación en las aulas y en la tv- está anestesiada contra todo, viviendo en un sopor, sin buscar nada más que lo inmediato y relegando a la nada lo más noble y las búsquedas más existenciales. Les proponemos respuestas: pero jamás se han atrevido a formular sus propias preguntas.
El segundo problema sería el lenguaje. Hay un lenguaje cristiano específico, fruto de una cultura cristiana, una Tradición, una liturgia, que expresan contenidos vitales y salvíficos. Pero el lenguaje muchas veces es incomprensible para quien lo oye, entre otras cosas, porque no ha sido iniciado en él. ¿Alguien hoy, educado según los últimos planes educativos, sabe leer un retablo con escenas bíblicas? No. Pues lo mismo ocurre en el ámbito del anuncio. Oyen la palabra "amor", pero ya en su inteligencia la tienen traducida a simple sentimiento o emoción libre, de usar-tirar; oyen la palabra "paciencia" que es activa, diligente y recia, y la entienden como "resignación". Oyen la palabra "pecado" y sin ver su dramatismo originario, la interpretan como algo que está prohibido arbitrariamente y que no tiene maldad en sí mismo, sino que es fruto de un consenso que declara algo "malo" o "bueno".
Pero el problema del lenguaje cristiano y su comunicación es más amplio: por ejemplo, hoy el gran medio es la tecnología, Internet -aquí estamos como ejemplos vivos- con un lenguaje propio, inmediato.
Con las palabras del Papa al Pontificio Consejo de la Cultura, reflexionemos sobre el problema del lenguaje cristiano.
"En este contexto, los pastores y los fieles experimentan con preocupación algunas dificultades en la comunicación del mensaje evangélico y en la transmisión de la fe, dentro de la comunidad eclesial misma. Como he escrito en la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini: «Hay muchos cristianos necesitados de que se les vuelva a anunciar persuasivamente la Palabra de Dios, de manera que puedan experimentar concretamente la fuerza del Evangelio» (n. 96). A veces parece que los problemas aumentan cuando la Iglesia se dirige a los hombres y mujeres lejanos o indiferentes a una experiencia de fe, a los cuales el mensaje evangélico llega de manera poco eficaz y atractiva. En un mundo que hace de la comunicación la estrategia vencedora, la Iglesia, depositaria de la misión de comunicar a todas las gentes el Evangelio de salvación, no permanece indiferente y extraña; al contrario, trata de valerse con renovado compromiso creativo, pero también con sentido crítico y atento discernimiento, de los nuevos lenguajes y las nuevas modalidades comunicativas.
La incapacidad del lenguaje de comunicar el sentido profundo y la belleza de la experiencia de fe puede contribuir a la indiferencia de muchos, sobre todo jóvenes; puede ser motivo de alejamiento, como afirmaba ya la constitución Gaudium et spes, poniendo de relieve que una presentación inadecuada del mensaje esconde, en vez de manifestar, el rostro genuino de Dios y de la religión (cf. n. 19). La Iglesia quiere dialogar con todos, en la búsqueda de la verdad; pero para que el diálogo y la comunicación sean eficaces y fecundos es necesario sintonizarse en una misma frecuencia, en ámbitos de encuentro amistoso y sincero, en ese «patio de los gentiles» ideal que propuse al hablar a la Curia romana hace un año y que el dicasterio está realizando en distintos lugares emblemáticos de la cultura europea. Hoy no pocos jóvenes, aturdidos por las infinitas posibilidades que ofrecen las redes informáticas u otras tecnologías, entablan formas de comunicación que no contribuyen al crecimiento en humanidad, sino que corren el riesgo de aumentar el sentido de soledad y desorientación. Antes estos fenómenos, más de una vez he hablado de emergencia educativa, un desafío al que se puede y se debe responder con inteligencia creativa, comprometiéndose a promover una comunicación que humanice, que estimule el sentido crítico y la capacidad de valoración y de discernimiento.
También en la cultura tecnológica actual el paradigma permanente de la inculturación del Evangelio es la guía, que purifica, sana y eleva los mejores elementos de los nuevos lenguajes y de las nuevas formas de comunicación. Para esta tarea, difícil y fascinante, la Iglesia puede servirse del extraordinario patrimonio de símbolos, imágenes, ritos y gestos de su tradición. En particular, el rico y denso simbolismo de la liturgia debe brillar con toda su fuerza como elemento comunicativo, hasta tocar profundamente la conciencia humana, el corazón y el intelecto. La tradición cristiana siempre ha unido estrechamente a la liturgia el lenguaje del arte, cuya belleza tiene su fuerza comunicativa particular. Lo experimentamos también el domingo pasado, en Barcelona, en la basílica de la Sagrada Familia, obra de Antoni Gaudí, que conjugó genialmente el sentido de lo sagrado y de la liturgia con formas artísticas tanto modernas como en sintonía con las mejores tradiciones arquitectónicas. Sin embargo, la belleza de la vida cristiana es más incisiva aún que el arte y la imagen en la comunicación del mensaje evangélico. En definitiva, sólo el amor es digno de fe y resulta creíble. La vida de los santos, de los mártires, muestra una singular belleza que fascina y atrae, porque una vida cristiana vivida en plenitud habla sin palabras. Necesitamos hombres y mujeres que hablen con su vida, que sepan comunicar el Evangelio, con claridad y valentía, con la transparencia de las acciones, con la pasión gozosa de la caridad.
Después de haber ido como peregrino a Santiago de Compostela y haber admirado en miles de personas, sobre todo jóvenes, la fuerza cautivadora del testimonio, la alegría de ponerse en camino hacia la verdad y la belleza, deseo que muchos de nuestros contemporáneos puedan decir, escuchando de nuevo la voz del Señor, como los discípulos de Emaús: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino?» (Lc 24, 32)." (Benedicto XVI, Discurso, 13-noviembre-2010).
Las categorías de "verdad", "belleza", etc., están vaciadas de contenido hoy. Así, tal cual, ¡vaciadas! Lo feo se vende como hermoso y lo hermoso como feo; lo relativo como verdadero y lo verdadero como falso.
El lenguaje refleja todo ese mundo de confusión y se crea una nueva Babel en esta cultura contemporánea donde hablamos mientras que los demás ya están entendiendo otra cosa y pensando en otras categorías mentales.
El lenguaje cuanto más sencillo, más claro de entender y comprender. Lo artificioso es complicado.
Hemos de buscar un lenguaje claro, directo, que apunte bien a la inteligencia y al corazón. Y eso no es nada fácil.
Las categorías de "verdad", "belleza", etc., están vaciadas de contenido hoy. Así, tal cual, ¡vaciadas! Lo feo se vende como hermoso y lo hermoso como feo; lo relativo como verdadero y lo verdadero como falso.
El lenguaje refleja todo ese mundo de confusión y se crea una nueva Babel en esta cultura contemporánea donde hablamos mientras que los demás ya están entendiendo otra cosa y pensando en otras categorías mentales.
El lenguaje cuanto más sencillo, más claro de entender y comprender. Lo artificioso es complicado.
Hemos de buscar un lenguaje claro, directo, que apunte bien a la inteligencia y al corazón. Y eso no es nada fácil.
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