Sed perfectos
Entre las aseveraciones evangélicas, hay una que nos dice: Sed perfectos. Desde luego está claro que algunas de las aseveraciones del Señor, no son mandatos del decálogo evangélico, ni tampoco son estrictamente consejos evangélicos, aunque del contenido de ellas, se pueda deducir la existencia de un mandato divino, o solamente se trate de una recomendación. El DRAE nos dice que aseverar es: Afirmar o asegurar los que se dice, por lo que entendido tan genéricamente el término aseveración, toda la Biblia es una pura aseveración.
Ateniéndonos a lo ya dicho, las aseveraciones evangélicas, pueden tener el carácter de una clara e imperativa orden del Señor, o solamente una indicación invitatoria, o simplemente un consejo. Queda siempre a nuestro juicio la calificación del contenido de la aseveración del Señor, de que se trate, La calificación variará, de acuerdo con nuestro grado de amor al Señor, para los apasionados amantes de Él, una simple indicación o consejo, que se desprenda del contenido de una aseveración, será para ellos una imperativa indicación, mientras que para los las laxos, habrá hasta quienes piensan: Eso no va conmigo.
Entre las aseveraciones evangélicas para mí, que una de las más fundamentales de las que nos proporciona Señor, es la que nos dice: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). Nuestra perfección la podremos siempre de manifiesto por medio de nuestros actos, porque todo ser viviente sea persona o animal se manifiesta exteriormente por sus actos. Son nuestros actos los que nos califican, los que determinan nuestra bondad, o nuestra mala uva, que de todo hay en la viña del Señor. Somos cuerpo y alma y esta dicotomía básica de la persona, clasifica sus actos en humanos y espirituales. Es evidente y fácil de comprender, que si uno construye un mueble o pinta un cuadro, está realizando actos puramente materiales, y si lee o medita sobre temas a la salvación de su alma, estos son actos puramente espirituales, aunque en la meditación nos distraigamos y sin darnos cuenta nos encontremos meditando sobre la inmortalidad de cangrejo japonés. La meditación es siempre un acto del orden del espíritu.
El deseo del Señor, no es solo que seamos perfectos en nuestros actos espirituales, sino también en los materiales, y en todo lo que hagamos en esta vida. Pero es de ver que la categoría de Sed perfectos, no es absoluta, porque hay muchos grados de perfección y esta, será siempre más grande, en el que más ame al Señor. El amor a Dios se tiene que manifestar, siempre a lo largo de nuestra vida, no se puede decir soy creyente, amo a Dios, guardo los mandamientos, pero como soy político y necesito votos, cuando se trata del tema del aborto o de la unión de los homosexuales y su capacidad para adoptar niños, o de otros temas similares, miro a otro lado, porque pienso que estando en el poder puedo dulcificar las normas que regulan estas barbaridades, olvidándose, de que con el mal no caben las medias tintas o atenuarlo, lo que es necesario hacer es suprimirlo, y no se suprime tolerándolo y mirando a otro lado, al de los votos naturalmente.
Nuestra obligación de ser perfectos, no se limita al orden de nuestro espíritu sino también al de nuestro trabajo material humano. Dios nos dejó dicho que le amaramos, pero también que trabajásemos materialmente: “Vosotros pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominadla”. (Gn 9,7). El trabajo material, es una consecuencia de la voluntad de Dios. Así es como se nos indica en el Génesis, porque en sus primeras páginas, se nos presentan la creación como obra de Dios, como el trabajo de Dios. Por eso Dios llama al hombre a trabajar, para que se asemeje a Él, El trabajo, no constituye pues, un hecho accesorio y mucho menos una maldición del cielo. Es por el contrario una bendición primordial del Creador, una actividad que permite al individuo realizarse y ofrecerse con su amor y su trabajo al Señor. El trabajo bien realizado nos acerca también al Señor.
El trabajo material es una forma más de santificación, como lo es todo lo que realicemos en el nombre y por amor al Señor, es decir unidos a Él, porque el trabajo realizado de espaldas al Señor, por muy perfecto materialmente que este sea, carece de valor espiritual, su valor es siempre inferior, porque este se limita al valor de las realidades materiales inferiores, a nosotros mismos, como son por ejemplo, la madera el papel, el vidrio, plástico, metales…, etc y si estos materiales no los trabajamos en función a nuestro amor al Señor, el trabajo se queda en un orden meramente material. Hay un claro ejemplo de esto que decimos, en los trabajos de monjes creando Iconos, que luego serán objeto de admiración, respeto y veneración por lo que representan, en los iconastasios de las iglesias orientales y también desde luego de las católicas orientales. El hombre puede santificarse con su trabajo y santificar el resultado de su trabajo, otro ejemplo lo tenemos en los trabajos de los imagineros y orfebres. Cada vez que realizando funciones de acólito, el sacerdote oficiante pide a un seglar, por no haber disponible ninguna persona consagrada, que le lleve el copón, este va a la capilla del Santísimo, se arrodilla, se levanta, abre el sagrario y en general se queda ensimismado viendo el trabajo interior de orfebrería pacientemente cincelado el metal y los esmaltes de las paredes del sagrario que solo ve el Señor y está trabajado que para Él, porque para Él siempre lo mejor.
San Pablo le escribía a los colosenses diciéndoles: “La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre”. (Col 3,16-17). Cuanto desperdicio de amor que le podríamos haber ofrecido con los trabajos de nuestra vida anterior. Y a este respecto recuerdo una frase de Santa Teresa Benedicta de la Cruz o.c.d también conocida como Edith Stein que escribía: “El gozo y complacencia en las propias obras (ejecutadas sin amor al Señor) incluye la negación de Dios, que es la causa primera de toda buena obra. Tales almas no adelantan en la perfección”.
Como quiera que Dios es amor y solo amor (1Jn 4,17). San Juan de la Cruz nos dice que: “Nuestras obras y nuestros trabajos, aunque sean obras extraordinarias y trabajos descomunales, son nada delante de Dios. Porque ni los trabajos ni las obras, consiguen llenar el deseo de Dios, que es hacer grande al alma, además nada podemos añadir a Dios con nuestros trabajos. Lo que hace que el alma sea igual a Dios es el amor”. Es el amor y solo el amor lo importante, por ello siempre se cumple la aseveración de ser perfectos, no el que más ora o se esfuerza, sino el que más ama.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. LA HUELLA DE DIOS. Isbn.- www.readontime.com/isbn=9788461164523
- Libro. MOSAICO ESPIRITUAL.- www.readontime.com/isbn=9788461220595
- Perfección humana. Glosa del 12-06-10
- Perfección espiritual. Glosa del 25-11-10
- Tercer grado. Glosa del 07-07-12
Si se desea acceder a más glosas relacionadas con este tema u otros temas espirituales, existe un archivo Excel con una clasificada alfabética de temas, tratados en cada una de las glosas publicadas. Solicitar el archivo a: juandelcarmelo@gmail.com