Evidencias del Señor
Anoche me fui a la cama…, con la mente puesta en una noticia que acababa de leer. Se trata de un no creyente, muy conocido como escritor y comentarista político y del que ignoro su categoría, sea esta como ateo, agnóstico, o perteneciente a otras ramas de la incredulidad, que manifestaba: “Si al morir viese que Dios existe, le preguntaría por qué no se me hizo más evidente”. Dormí perfectamente sin tener sueño alguno como casi siempre me ocurre y unos minutos antes de sonar el despertador, como también siempre me ocurre, sobre las seis y diez me desperté y empecé a meditar sobre la frase que había leído antes de irme a la cama.
Ahora, dentro de un rato pensé, en el horizonte empezará a salir el sol primeramente con una luz rojiza, señal de amor, porque el rojo es el color de la caridad, es el color del fuego que da calor y así es el amor de Dios, es un fuego de amor. El verde es el color de la esperanza y el blanco es el color de la fe, porque la fe nos reviste de una blanca túnica, que cuanto mayor es nuestra fe más fuerte es el blanco de esta túnica, que deslumbra al demonio y lo aleja de nosotros. Pero después la roja luz inicial del sol, se transforma en una luz blanca, que comienza en la madrugada, a darle forma y color a todas las maravillas de la creación de Dios, que nos rodean. El Señor nos inicia el día, con el rojo de su amor y luego lo transforma, en el blanco de la luz que nos regala con los rayos del sol, para que contemplemos las maravillas de su creación. Y si seguimos observando veremos una variedad de verdes, desde los exuberantes verdes de las praderas a los oscuros verdes de los bosques y ellos son los que nos hablan de la esperanza, porque de nuestra fe, tal como San Juan de la Cruz, decía: “Si se crees, esperas, y amas ya tienes la experiencia de Dios”. Es decir en una sola frase englobaba las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad.
Seguí pensando que la existencia de Dios, claramente se deduce de la obra de sus manos. El mismo refiriéndose a los falso profetas, nos decía: “Guardaos de los falsos profetas: se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces, por sus frutos los conoceréis”. (Mt 7,15-20). Es decir, nuestro sentidos corporales pueden percibir lo externo y desconocido, bien sea por una percepción directa o por una percepción indirecta y cuando no es posible tener una visión directa, son la visión de los frutos, los que nos dan fe del conocimiento. A Dios nadie en esta vida lo ha visto, pero sus frutos, son tantos y tan maravillosos, que nos están dando gritos constantes de la existencia de Dios.
En el plano intelectual, precisamente son los astrónomos y los científicos, los que más nos hablan de Dios, porque cuando creen que han descubierto algo genial, inmediatamente se dan cuenta que es muy poca cosa lo que han descubierto, en comparación con la maravilla de orden y precisión que tiene toda la obra divina, y lo que permanece oculto e ignorado para la mente humana. Y si nos atenemos al plano vulgar, en que nos movemos los que no somos científicos; son la belleza de este mundo, que Dios nos ha preparado para que vivamos en él y que nada tiene que ver, con todas esas fotos que nos muestran de otros planetas, en las que solo se ve desierto y desolación. Hasta la luna tan idealizada por los románticos y los poetas, es un auténtico erial. Este mundo es de una belleza incomparable, en sus ríos y arroyos, en sus aguas, mares y océanos, en sus montes, en sus bosques, en sus desiertos, en sus praderas. Todo no da voces a gritos, de la existencia de su Creador
En el plano puramente material, tenemos sobradas razones para ver los frutos de su Creador. No hay peor ciego que el que teniendo ojos en la cara no quiere mirar. Pero es el caso de que si nos atenemos al plano espiritual, dentro de él, la evidencia de la existencia del Señor, es aún mucho mayor. Lo cual es de pura lógica, ya que entonces nos movemos en el plano del espíritu, que es superior al de la materia. Son entonces los sentidos de nuestra alma, los que captan la existencia de Dios y son los ojos de nuestra alma los que con claridad ven lo que los ojos de nuestra cara no pueden ver.
En la práctica de la vida espiritual, en la medida en que se va avanzando en ella, se nos van abriendo más los sentidos, a la existencia, al amor y a la esperanza del Señor. Cuando se camina por esta vía, de hecho es prácticamente imposible dar marcha atrás. El rojo de fuego de nuestro amor al Señor, se hace cada vez más intenso, porque este fuego, cada vez gana en más en su temperatura. El blanco de nuestra túnica, es cada vez más deslumbrante y el demonio se las ve y se las desea para encontrar nuestros puntos débiles, que siempre los tendremos por lo que nunca podemos dormirnos. Y el verde de nuestra esperanza será cada vez más esplendoroso, porque al aumentar nuestro conocimiento sobre nuestro Amado, vamos comprendiendo mejor la clase de goce que nos espera.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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- Libro. DEL MÁS ACÁ AL MÁS ALLÁ.- www.readontime.com/isbn=9788461154913
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- Sentidos del alma. Glosa del 21-12-09
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