Los Obispos tambien tienen madre
Los Obispos tambien tienen madre
Los obispos también tienen madre
A los obispos los solemos ubicar sentados en el trono de palacio o en la cátedra de la Catedral. A muchos les parece seres de otro mundo, sin enfermedades, sin grandes problemas, sin padre ni madre… Evidentemente no es así. Tienen una dignidad como sucesores de las Apóstoles, pero tienen una humanidad como todos. A ellos también les duele la cabeza, padecen insomnio, les gusta pasar un rato distendido con amigos… “¡Ah, pero los obispos tienen amigos! Pensaba que solo trataban con clero distinguido, que suelen traer siempre el ultimo problema del ultimo pueblo de la Diócesis…” Pero no, ellos también tienen amigos más allá de la corte clerical, con los cuales pueden hablar de futbol, de algunos chismes -los justos-, de política -lo menos posible-, de cultura, de la familia… “Pero ¿los obispos tienen familia?” Algunos lo dudan porque a sus secretarios les llaman “familiar”. Pero sí, tienen padre y madre si viven, tienen hermanos, sobrinos, cuñados, etc.
Quiero hablar un poco de los padres del obispo. Y más en concreto de la madre. Los sacerdotes solemos tener a nuestro lado, mientras se puede, a nuestros padres. Yo recuerdo con agradecimiento los años que me acompañaron en pueblos a veces incómodos, fríos, en casas no siempre bien adecuadas para ellos. Pero estaban felices junto a su hijo. Los feligreses celebraban su presencia e intentaban hacerles grata su estancia en el pueblo.
Pero me quiero detener un poco en las familias de los obispos. Conozco a varios. El obispo de mi Diócesis se llevó a su primer destino a su madre. La región es de las más frías. Suele nevar. Pero allí junto él estaba su madre bien atendida, lejos de su ciudad de Murcia, pero contenta porque estaba junto a su hijo. Con el tiempo moriría, y el obispo sintió profundamente su ausencia. Deber cumplido de hijo. En el curso al que estoy asistiendo hay tres obispos. Y han dejado a tres madres en sus residencias habituales para cumplir con un deber. Pero han quedado muy bien atendidas. Y ellas rezando por sus hijos esperan inquietas su regreso. Todo muy normal. Me acuerdo de un obispo joven que salía de su diócesis lo imprescindible por no dejar sola a su madre. Y cundo era necesario un matrimonio lleno de misericordia se trasladaba al palacio episcopal para estar pendiente de ella, hasta que se murió, y al poco tiempo fue trasladado a otra diócesis de mayor categoría. Su madre desde el cielo seguro que rezará por él.
Los obispos son seres humanos, con corazón y sentimientos, que saben reír y saben llorar. Cuando falta la madre un hueco queda en el alma que han de llenar con oración y la presencia de esa Madre de todos que nunca falta que se llama María. Jesús lloró cuando murió Lázaro. Seguro que lloró cuando murió San José. Y en el Tránsito de su Madre lloró de alegría porque se la llevaba al Cielo.
¡Qué hermoso resulta ver a un sacerdote, a un obispo, junto a su madre! ¡Y qué feliz se siente la madre junto a su hijo que la abraza con cariño! En la foto se ve a dos corazones que laten el sintonía perfecta. Y pienso en tanta madres de sacerdotes y obispos que tienen el santo orgullo de decir !este hijo en mío y ahí lo tenéis, cuidármelo bien! Cada parroquia, cada Diócesis, debe contar en su historia a tantas madres que un día fueron a ese lugar desconocido para ellas para poner a su hijo a disposición de todos. Decía san Josemaría Escrivá que las madres de los sacerdotes deberían morir al menos un día después de su hijo.
Me atrevo sugerir a los Sres. Obispos que instituyan en su Diócesis, si no le está ya, la fiesta de la familia de los sacerdotes, sobre todo de los sacerdotes jóvenes que son los que pueden presumir todavía de padre y madre. Pero no olvidemos el resto de la familia que mucho tienen que ver con la vida sacerdotal. Que sientan todos el orgullo de tener en la familia un ministro del Señor, y que la Jerarquía de la Iglesia les agradece la ayuda prestada a personas que lo dejan todo por servir a Dios y a su Iglesia.
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