Perseverar o entregarse al activismo
Suplicamos al Señor, y volvemos a pedir una y otra vez. Una oración perseverante, confiada, que golpea el Corazón de Dios, brota de nuestros labios.
Pero Dios es más Padre que nadie -de él toma su origen toda paternidad humana- y escucha a sus hijos, en su momento, cuando es conveniente, cuando es bueno para el orante, cuando el corazón está presto para recibir el Don.
Pero Dios -¿por qué?- nos deja insistir una y otra vez. Él no es injusto, ni parcial. Pero hay que llamar al Corazón del Padre para que se nos abra. Así, mientras más se difiere en el tiempo la escucha de nuestra petición -diría san Agustín- se acrecienta el deseo verdadero de aquello que pedimos y el corazón se dilata para hacerse capaz de recibir dones tan grandes, reconocerlos como tales dones inmerecidos y gratuitos, y poder dar gracias.
Y mientras, una y otra vez, volvemos a clamar al Señor.
¿Cuál es la tentación?
Ante la espera y el aparente silencio y mudez del Padre, olvidarnos de nuestra plegaria, volcarnos en el activismo y soñar ilusamente con que todo lo arreglaremos nosotros y que, incluso, el mundo lo transformaremos nosotros con nuestros puños, esfuerzos, compromisos.
La liturgia de este domingo nos ofrece una lección fundamental: la necesidad de rezar siempre, sin cesar. A veces nosotros nos cansamos de rezar, tenemos la impresión de que la oración no es tan útil para la vida, que es poco eficaz. Por eso somos tentados a dedicarnos a la actividad, a emplear todos los medios humanos para lograr nuestros objetivos, y no recurrimos a Dios. Jesús en cambio afirma que es necesario rezar siempre, y lo hace mediante una parábola específica (cf. Lc 18, 1-8).
Dios de hecho es la generosidad en persona, es misericordioso, y por tanto está siempre dispuesto a escuchar las oraciones. Por tanto, nunca debemos desesperar, sino insistir siempre en la oración" (Benedicto XVI, Hom. en la canonización de 6 nuevos santos, 17-octubre-2010).
Cuando la fe es sólida y ha permeado el corazón, la persona será siempre un orante con perseverancia, que ruega día y noche; pero si la fe es muy superficial, casi un adorno, algo externo a mí, un sentimiento, la oración decae pronto para pasar al activismo: prescindimos de Dios y nos creemos autores de nuestra suerte y nuestro destino.
Pero Dios es más Padre que nadie -de él toma su origen toda paternidad humana- y escucha a sus hijos, en su momento, cuando es conveniente, cuando es bueno para el orante, cuando el corazón está presto para recibir el Don.
El activismo es una peligrosa tentación, totalmente pelagiana. Caer en ella demuestra, al final, la poca raíz de nuestra fe.
En síntesis final:
Vamos a distinguir conceptos, porque la precisión es necesaria para entendernos en lenguaje cristiano.
Activismo: la acción desenfrenada, estar todo el día de modo frenético y muchas veces desorganizado; cree que lo único que vale es acción y más acción, olvidando que Dios es el que da el crecimiento y el fruto. Suele ser la tentación de las personas que se creen imprescindibles, incluso con buena voluntad.
Oración: el contacto íntimo y suave con Dios, la escucha de su Palabra y la respuesta de fe; el deseo del corazón que se eleva a Dios; el habla secreta e interior.
Sabiendo esto hay que distinguir más agudamente: todos, absolutamente todos los bautizados, hemos de ser orantes y a la vez activos (no activistas) en el mundo. La oración muestra el carácter del sacerdocio bautismal, del sacerdocio real, y por eso la oración es un deber y un derecho del bautizado. Ya san Pablo exhortaba: "Orad sin cesar" (1Ts 5,17), "sed asiduos en la oración" (Rm 12,12).
Luego vendrá el lugar en que Dios nos sitúe: vida activa o vida contemplativa (Monasterio, eremitismo, etc.), dando la primacía al trabajo apostólico o a ser canal de la gracia mediante la continua contemplación.
Pero a todos, a todos, incumbe la oración cotidiana para que el activismo no entre, sino que vivamos la acción con sentido de Dios y visión sobrenatural.
En síntesis final:
Vamos a distinguir conceptos, porque la precisión es necesaria para entendernos en lenguaje cristiano.
Activismo: la acción desenfrenada, estar todo el día de modo frenético y muchas veces desorganizado; cree que lo único que vale es acción y más acción, olvidando que Dios es el que da el crecimiento y el fruto. Suele ser la tentación de las personas que se creen imprescindibles, incluso con buena voluntad.
Oración: el contacto íntimo y suave con Dios, la escucha de su Palabra y la respuesta de fe; el deseo del corazón que se eleva a Dios; el habla secreta e interior.
Sabiendo esto hay que distinguir más agudamente: todos, absolutamente todos los bautizados, hemos de ser orantes y a la vez activos (no activistas) en el mundo. La oración muestra el carácter del sacerdocio bautismal, del sacerdocio real, y por eso la oración es un deber y un derecho del bautizado. Ya san Pablo exhortaba: "Orad sin cesar" (1Ts 5,17), "sed asiduos en la oración" (Rm 12,12).
Luego vendrá el lugar en que Dios nos sitúe: vida activa o vida contemplativa (Monasterio, eremitismo, etc.), dando la primacía al trabajo apostólico o a ser canal de la gracia mediante la continua contemplación.
Pero a todos, a todos, incumbe la oración cotidiana para que el activismo no entre, sino que vivamos la acción con sentido de Dios y visión sobrenatural.
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