Cristo el más bello de los hombres (la Belleza de Dios)
Cuando cantamos el precioso salmo 44, entramos en la hondura de la verdadera belleza. Entonamos y salmodiamos diciendo:
"Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente".
La mayor belleza -el supremo pulchrum- es Cristo encarnado, crucificado y resucitado. Él es la Hermosura sin igual, la Belleza misma de Dios manifestada y que con su fulgor, despierta en nosotros el ansia y el deseo de la verdadera belleza.
Al cantar este salmo miramos a Cristo y fijamos los ojos en Él en una contemplación de amor. Descubrimos su Belleza que nos hiere y seduce, y dejamos que caigan las estéticas vacías y falsas, el esteticismo y el feísmo reinante (fruto de una cultura agonizante). La Gloria de Dios se manifiesta y desvela en la Belleza del Señor Jesucristo.
Hermoso es Cristo, Cristo es la Belleza misma que supera y trasciende toda belleza. Y así, con san Juan de Ávila, próximo doctor de la Iglesia (a quien iremos conociendo mejor), confesamos:
"Hermoso es Cristo en el cielo;
hermoso en la tierra;
hermoso en el vientre de su Madre;
hermoso en los brazos de Ella;
hermoso en los milagros;
hermoso en los azotes;
hermoso, convidando a la vida;
hermoso, no teniendo en nada la muerte;
hermoso, dejando su alma cuando expiró;
hermoso, volviéndola a tomar cuando resucitó;
hermoso en la cruz;
hermoso en el sepulcro;
hermoso en el cielo;
hermoso en el entendimiento"
(S. Juan de Ávila, Audi filia, cap. 113).
Otro texto, igualmente precioso, de san Juan de la Cruz nos conduce a la transformación de cada uno de nosotros -la transfiguración, podríamos decir- en la hermosura de Cristo:
Que de tal manera esté yo transformada en tu hermosura, que, siendo semejante en hermosura, nos veamos entrambos en tu hermosura, teniendo ya tu misma hermosura;
de manera que, mirando el uno al otro, vea para cada uno en el otro su hermosura, siendo la una y la del otro tu hermosura sola, absorta yo en tu hermosura,
y así te veré yo a ti en tu hermosura y tú a mí en tu hermosura, y yo me veré en ti tu hermosura, y tú te verás en mí tu hermosura;
y así, parezca yo tú en tu hermosura y parezcas tú yo en tu hermosura, y mi hermosura sea tu hermosura y tu hermosura mi hermosura;
y así, seré yo tú en tu hermosura, y serás tú yo en tu hermosura, porque tu misma hermosura será mi hermosura; y así, nos veremos el uno al otro en tu hermosura.
Ésta es la adopción de los hijos de Dios... la Iglesia, la cual participará la misma hermosura del Esposo en el día de su triunfo, que será cuando vea a Dios cara a cara.
(S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual B, c. 36, n. 5).
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