¿Ya es hora, no? ¡Políticos católicos!
Enredados en mil cosas de puertas adentro, pensando que, con que vayan muchos, por ejemplo, a una procesión, tenemos un pueblo católico, hemos descuidado la dimensión social del catolicismo, que es innata. Solamente nos hemos interesado de lo que ocurre bajo el campanario y de puertas afuera hemos dejado que otros nos impongan su tolerante intolerancia. La voz de la Iglesia queda riculizada o silenciada, según los casos. Pero, y tendremos que lamentarlo aún más, no hemos ido capacitando al laicado para asumir sus funciones sociales y políticas en el mundo sino que hemos detenido los procesos formativos en la primera comunión sin ser capaces de dar algo más. Esto ha provocado, por ende, una mentalidad: la de que no era necesaria tanta formación y que la catequesis es algo exclusivamene para los niños; por eso, ahora, cuando hay iniciativas serias en algunas diócesis para adultos, éstos son una minoría y las parroquias no llegan o no pueden asumir un reto de capacitación del laicado.
Todo esto se presenta como una maraña difícil de desenredar para luego poder hilar fino.
¡Pero no podemos abdicar de nuestra responsabilidad! ¡Ni podemos renunciar a la más noble y elevada aportación católica a la vida social, pública y politica!
La situación de constante crisis en la que vivimos no es, ni mucho menos, una crisis económica, más o menos internacional, más o menos global (como modernamente se llama); es una crisis de la propia civilización, es una crisis de humanidad, de déficit de lo humano y de idolatría de aquello que va destruyendo a la larga (movidos por el relativismo y el nihilismo):
"Bien mirado, el problema no es solamente económico, sino sobre todo cultural y se manifiesta en particular en la crisis demográfica, en la dificultad de valorar plenamente el rol de las mujeres, en la dificultad de tantos adultos de concebirse y ponerse como educadores. Con mayor razón, es necesario reconocer y sostener con fuerza y con los hechos la insustituible función social de la familia, corazón de la vida afectiva y relacional, además de lugar en el que mejor que ningún otro se asegura la ayuda, cuidado, solidaridad, capacidad de transmisión del patrimonio de valores a las nuevas generaciones. Es por ello necesario que todos los sujetos institucionales y sociales se comprometan a asegurar a la familia medidas eficaces de apoyo, dotándola de recursos adecuados y permitiendo una justa conciliación con los tiempos del trabajo.
No falta ciertamente a los católicos la conciencia del hecho de que tales expectativas deben ponerse hoy dentro de las complejas y delicadas transformaciones que interesan a toda la humanidad. Como escribí en la Encíclica Caritas in veritate, “El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto” (n. 9). Esto exige “una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales” (ibidem, n. 31) del desarrollo.
Afrontar los problemas actuales, tutelando al mismo tiempo la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, defendiendo la dignidad de la persona, salvaguardando el medio ambiente y promoviendo la paz, no es tarea fácil, pero tampoco imposible, si permanece firme la confianza en las capacidades del hombre, se engrandece el concepto de razón y de su uso, y cada uno se asume sus propias responsabilidades. Sería, de hecho, ilusorio delegar la búsqueda de soluciones sólo a las autoridades públicas: los sujetos políticos, el mundo de la empresa, las organizaciones sindicales, los operadores sociales y todos los ciudadanos en cuanto individuos y de forma asociada, están llamados a madurar una fuerte capacidad de análisis, de amplitud de miras y de participación (Benedicto XVI, Mensaje a la Semana Social Italiana, 12-octubre-2010).
Las instituciones sociales, entre ellas la familia, y las personas concretas que son las que integran los sistemas y los elementos de la vida social deben dar una respuesta:
- confianza en las capacidades del hombre
- uso recto de la razón (nunca una razón débil que renuncie a la Verdad)
- asumir las propias responsabilidades
- y esto para: resolver los problemas actuales, tutelar la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, proteger el medio ambiente y salvaguardar la paz.
Quienes pueden ejercer una influencia real serían los políticos católicos: católicos de firme fe y piedad sencilla que, buscando el Bien común y movidos por su fe, como llamada del Señor, se entreguen a la vida política. ¡Una nueva generación de políticos católicos como los hubo en Europa!, algunos en proceso de beatificación (La Pira, Schumann, De Gasperi...)
Moverse según una perspectiva de responsabilidad comporta la disponibilidad de salir de la búsqueda del propio interés exclusivo, para perseguir juntos el bien del país y de toda la familia humana. La Iglesia, cuando recuerda el horizonte del bien común – categoría fundamental de su doctrina social – pretende referirse al “bien de ese nosotros todos”, que “no se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social y que solo en ella pueden real y más eficazmente conseguir su bien” (ibidem, n. 7). En otras palabras, el bien común es lo que construye y califica a la ciudad de los hombres, el criterio fundamental de la vida social y política, el fin del actuar humano y del progreso; es “exigencia de justicia y de caridad” (ibidem), promoción del respeto de los derechos de los individuos y de los pueblos, además de relaciones caracterizadas por la lógica del don. Este encuentra en los valores del cristianismo el “elemento no solo útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y de un verdadero desarrollo humano integral” (ibidem, n. 4).
Por esta razón renuevo el llamamiento para que surja una nueva generación de católicos, personas interiormente renovadas que se comprometan en la actividad política sin complejos de inferioridad. Esta presencia, ciertamente, no se improvisa; es, más bien, el objetivo al que debe tender un camino de formación intelectual y moral que, partiendo de las grandes verdades en torno a Dios, al hombre y al mundo, ofrezca criterios de juicio y principios éticos para interpretar el bien de todos y de cada uno. Para la Iglesia en Italia, que oportunamente ha asumido el desafío educativo como prioritario en la presente década, se trata de empeñarse en la formación de conciencias cristianas maduras, es decir, ajenas al egoísmo, a la codicia de los bienes y al ansia de carrera y, en cambio, coherentes con la fe profesada, conocedoras de las dinámicas culturales y sociales de este tiempo y capaces de asumir responsabilidades públicas con competencia profesional y espíritu de servicio. El compromiso socio político, con los recursos espirituales y las actitudes que requiere, es una vocación alta, a la que la Iglesia invita a responder con humildad y determinación (Benedicto XVI, id.).
Por tanto:
-necesidad de políticos católicos, sin ocultar ni renunciar a sus principios católicos,
-la oferta de una formación sólida al laicado que es el que debe transformar el mundo impregnándolo de espíritu evangélico y ordenando las realidades temporales según Dios,
-y una conciencia clara en todos de que el lugar de la Iglesia, por medio del laicado, es lo social y no meramente lo devocional-sentimental-piadoso.
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