La Eucaristía en el centro de la Iglesia
La vida eucarística es un Don, y esto significa, ante todo, que la vida de la Iglesia misma es un "recibir" de Cristo, como María es receptora libre y da su asentimiento, y no un "tomar" o un "fabricar" por nuestra parte. No. A la Iglesia no la fabricamos nosotros, ni tomamos de ella lo que queramos desechando lo que nos incomode. Es un Don que recibimos, Don que proviene de Cristo.
"A la Iglesia le pertenece esencialmente el elemento del "recibir", del mismo modo que la fe proviene de la escucha y no es fruto de decisiones o reflexiones propias. La fe es, en realidad, encuentro con lo que yo no puedo excogitar o producir con mis solas fuerzas, sino que, al contrario, debe salir a mi encuentro. Llamamos "Sacramento" a esta estructura del recibir, del encontrar. Y es precisamente por esta razón, que pertenece a la forma fundamental del Sacramento, el hecho de que haya de ser recibido y que nadie pueda conferírselo a sí mismo. Nadie se puede bautizar a sí mismo; nadie puede administrarse la ordenación sacerdotal; nadie puede perdonarse sus propios pecados. De esta estructura de encuentro depende también el hecho de que un arrepentimiento perfecto, por su misma esencia, no puede limitarse a ser interior, sino que impulsa hacia el encuentro del Sacramento. De aquí que no sea simplemente una infracción de determinadas prescripciones exteriores del derecho canónico ofrecerse a sí mismo la Eucaristía y administrársela sin más, sino que con ello se vulnera la más íntima estructura del Sacramento. El hecho de que únicamente en este Sacramento pueda el sacerdote administrarse él mismo el Sagrado Don nos remite al mysterium tremendum al que se halla expuesto en la Eucaristía: actúa in persona Christi, de modo que, al mismo tiempo, lo representa y es hombre pecador que vive enteramente de ese acoger su Don.
No puede el hombre hacer la Iglesia; sólo puede recibirla, y recibirla de allí donde ella existe ya, de allí donde ella está realmente presente: de la comunidad sacramental de su Cuerpo, que atraviesa la historia. Pero todavía es preciso añadir algo que nos ayude a comprender esta difícil expresión: "comunidad legítima". Cristo está entero en todas partes. Esta es la primera cosa importantísima que el Concilio ha expresado, es unión con los hermanos ortodoxos. Pero en todas partes Él es también uno y el mismo, y por eso sólo puedo tener al único Señor en la unidad que Él mismo es, en unión con los otros que son también Cuerpo suyo y que, en la Eucaristía, deben siempre hacerse de nuevo su Cuerpo.
Por esta razón, la unidad recíproca de las comunidades que celebran la Eucaristía no es un añadido exterior a la eclesiología eucarística, sino su condición interna: sólo en la unidad existe el uno. De aquí que el Concilio exija la responsabilidad propia de las comunidades, pero excluya de ellas toda autosuficiencia. Propone una eclesiología para la cual el ser católico, es decir, la comunión de los creyentes de todo lugar y tiempo, no es un elemento exterior de tipo organizativo, sino gracia que proviene del interior y, a la vez, signo visible de la gracia del Señor, el cual es el único que puede dar unidad por encima de tantas fronteras"
(Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, pp. 1314).
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