Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Cuando se fracasa en el apostolado

por Corazón Eucarístico de Jesús

Las ilusiones del apóstol, los planes del enviado, los deseos evangelizadores, de la misión, del trabajo por el Reino, chocan con la realidad. Las cosas -los corazones, en el fondo- no salen ni se desarrollan según habíamos pensado, es Dios quien traza sus planes, su proyecto salvador, estando el apóstol al servicio de Dios y de la Iglesia, con la sabia disciplina del corazón de no esperar nunca ni frutos ni resultados.
 
   El fracaso se podría interpretar de múltiples formas. Si el Señor manda sólo a sembrar, ¿quién puede sentirse fracasado por no cosechar? La cosecha, ¿es del Señor o nuestra? Y si es del Señor, ¿por qué alguien se puede sentir fracasado? El "negocio" del Evangelio es más del Señor que de los apóstoles, Él está más empeñado que de ellos. Hay que dejar a Dios ser Dios, que Él dará crecimiento a la semilla a su tiempo.

    El fracaso puede ser, por otra parte, herida en el orgullo y amor propio: todos los proyectos trazados que no han cuajado no demuestran de por sí, la incapacidad del apóstol. El que lo vive así busca más su propia gloria que la del Señor. El éxito, incluso pastoral, es un ídolo contrario a la Cruz del Señor, que debe ser arrancado de raíz para no viciar toda obra buena.

    El fracaso puede, por otro lado, ser usado por el Maligno como tentación y, ante hechos evidentes, seducir al corazón: "lo has intentado y has fracasado. No sirves. Esto no es lo tuyo". Habrá que ejercer el discernimiento: ¿no se tienen aptitudes para un determinado apostolado o se tienen y no se ha tenido respuesta? Es un discernimiento necesario porque, ciertamente se trabaja con los dones, talentos y carismas y no todo el mundo está preparado y sirve para todo tipo de apostolado. Por eso el discernimiento sirve para iluminar las situaciones pastorales y quitar tentaciones o cambiar la actividad del propio apostolado si el caso lo requiere.

    No se puede olvidar que el fracaso es realidad cotidiana, no esporádica ni aislada, sino que la tentación del fracaso es constante. Única y exclusivamente purificando el corazón de toda motivación engañosa o de toda afección desordenada se puede ser apóstol porque, en este mundo, con la cultura secularista y el ateísmo pragmático que reina, que siembra cizaña y hace crecer las zarzas que ahogan la semilla de la Palabra, sólo se puede evangelizar con una seria y profunda mística en la acción apostólica.

Hay que pensar en la oración cómo lo que percibimos como un fracaso tal vez no sea tal: deberá situarse en el tiempo de Dios y en la libertad de los hombres. Queremos ver los frutos con inmediatez, pero a lo mejor sólo somos el eslabón de una cadena cuyo final está más adelante, en otro momento, en otro tiempo y no ahora. En todas estas realidades pastorales y apostólicas, el fracaso o el éxito es muy relativo pues nos movemos en un orden sobrenatural que se rige por otras leyes que no son las inmediatas de la eficacia (como si fuera una empresa o un comercio).


La madurez del apóstol permitirá que éste no se derrumbe, sino que, encomendando todo lo realizado al Señor, siga adelante, sea capaz de empezar de nuevo todas las veces que sean necesarias. El ejemplo de los santos nos anima a ello.
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