Viernes, 29 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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El Nazaret de Santo Domingo

por Corazón Eucarístico de Jesús

Siempre hay etapas en la vida en la que toca llenar los graneros de trigo, como José en Egipto, para luego saber y poder distribuir alimento válido. Nuestro Señor pasó treinta años en Nazaret, guardando y acumulando, preparándose, para luego, en su vida pública, abrir los tesoros de su corazón. Son años que en apariencia son estériles, lentos en su transcurrir. Pero luego resultan ser años determinantes y riquísimos.
 
 
Santo Domingo, antes de ser el gran apóstol itinerante, el Predicador, el padre de una nueva Orden mendicante, el consultor y director de conventos y comunidades, vivió una vida ordenada, serena y pacífica, de estudio de la teología, de trato con Dios, de interioridad, de oficios litúrgicos y canto.
 
Estamos en Osma. El Obispo quiere revitalizar su Cabildo de manera que los canónigos, viviendo bajo una Regla común de vida y en comunidad, sean ejemplo de santidad, maestros en teología, predicadores en la diócesis, senado de su vida. Son canónigos regulares: doce, como los doce apóstoles; una Regla, la Regla de san Agustín. Diego se llama el prior y allí va a parar santo Domingo. En poco tiempo, es ordenado sacerdote, convertido en sacristán, es decir, el encargado de la iglesia y de cuidar las celebraciones litúrgicas y, posteriormente, siendo aún tan joven, es subprior del Cabildo. Diego, su prior, será el siguiente Obispo de Osma y quedará la vida de Santo Domingo vinculada para siempre a su Obispo, en amistad, y compartiendo un mismo ideal, la Predicación. 
 
¿Cómo transcurre la vida de Domingo de Guzmán? Porque de aquí va a beber su alma el agua pura a raudales para luego dar de beber a tantos sedientos a los que predicará.
 

Estamos en el año 1196. Domingo entra en el Cabildo de Osma.

 
"El hábito de la soledad le preparaba igualmente para el silencio del claustro y el retiro de la celda. Del programa para imitar la vida de los Apóstoles que le presentaba la comunidad en plena fiebre de reforma, Domingo parecía centrarse ante todo en la vida interior del Cenáculo y en la oración pública del templo de Jerusalén. A diferencia de los monjes, que trabajaban con sus manos por ascesis, los canónigos, puestos en el corazón de la diócesis, debían ocuparse únicamente en la celebración de los misterios, en la alabanza divina y en la oración intercesora... La vida que llevaba Domingo en el secreto de su convento era la vida contemplativa por excelencia..." (VICAIRE, Humbert-Marie, Historia de Santo Domingo, Edibesa, Madrid 2003, p. 153).
 
Santo Domingo crece ante Dios y se sumerge en la oración. Allí goza del coro, acudiendo a las distintas horas del Oficio divino a cantar los salmos y escuchar las lecturas, y prolongando en el silencio, y sobre todo durante las horas de la noche, su oración silenciosa, amorosa, contemplativa. Son años felices para él. Ha entrado en el Misterio de Dios.
 
"Domingo alternaba este ejercicio exterior con la recitación pública del oficio divino en la catedral. Dicha recitación era a la vez carga y privilegio del clérigo, y particularmente del canónigo, puesto que ésta había sido la tarea de los Apóstoles... Domingo encontró siempre en la recitación del oficio canonical fortaleza y alegría, incluso en los momentos más agitados de su vida, hasta en sus marchas por los largos caminos, él, que, en su último día, agotado de fatiga y ya con el zarpazo de la muerte encima, irá todavía al coro a media noche a cantar maitines, antes de acostarse para siempre. Así, muy raramente abandonaba la iglesia, nos advierte Jordán [de Sajonia, su primer biógrafo], y "para entregar todo sus tiempo a la contemplación, apenas se le veía fuera de las tapias del monasterio"" (Id, pp. 154155).
 
Esta oración contemplativa, tan suave, tan amable, llena los años de Domingo en el Cabildo de Osma. A la contemplación unirá la petición. Escribe su biógrafo, el beato Jordán de Sajonia:
 
"Dios le había otorgado el don especial de llorar por los pecadores, los pobres y los afligidos; sus miserias las llevaba él en el íntimo sagrario de su compasión, y el afecto interior que lo abrasaba salía al exterior en torrentes de lágrimas. Era frecuentísimo en él pasar la noche en oración y, cerrada la puerta, elevar su plegaria al Padre. Durante estos coloquios divinos, los gemidos de su corazón se convertían en rugidos desgarradores, que no podía contener sin que al proferirlos se oyeran claramente de lejos. Hacía a Dios constantemente esta súplica especial: que se dignase otorgarle la caridad verdadera, eficaz para cuidar y procurar la salvación de los hombres, pues juzgaba que tan sólo sería miembro de Cristo cuando se consagrase por entero a la salvación de las almas, a semejanza de Jesús nuestro Salvador que se entregó totalmente por salvarnos a nosotros" (nn. 12 y 13).
 
¡Liturgia, oración y contemplación!
 
Noches de silencio y días de coro salmodiando en comunidad.
 
Este Cabildo, orante y en torno a su Obispo, ejercía alguna limitada acción pastoral. Su fin era la alabanza, pero algunos canónigos sumaban a ello la actividad pastoral predicando. Domingo comienza a predicar en razón de su oficio de sacristán y luego subprior. Su oración le impulsa a dar a Dios a los hombres.
 
Estos años de Osma, tan felices y queridos para él, con su túnica blanca y capa negra (tejidos de lana que no había que teñir y que guardará para siempre convirtiéndose en el hábito dominico) marcan su alma.
 
Así toda gran acción, todo apostolado, toda misión, requiere esta parte previa de oración, silencio, alabanza, liturgia: horas, días, meses, años, de personal enriquecimiento y trato asiduo y creciente con Dios. Nada se improvisa en la vida cristiana, en la misión y en la acción pastoral: todo esto, más bien, necesita horas de oración, años de maduración. 
 
Eso fue Osma para santo Domingo. Y, a imagen de este perfil biógrafico de santo Domingo, nuestro personal Nazaret, el de cada uno, es ocasión de crecer en interioridad, purificación y vivencia del Misterio de Dios, acumulando trigo en el granero del alma, para cuando Dios nos llame a repartirlo a manos llenas.
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