También los abogados se santifican
También los abogados se pueden santificar en el ejercicio de su profesión... porque su vocación debe ser la Verdad y la justicia.
"Vuestra actividad, en cuanto desarrolla una relación de colaboración directa con la administración de justicia, tiene una importancia fundamental en la vida de la colectividad, porque justamente coopera al fin altísimo de salvaguardar los derechos de los ciudadanos, y de garantizar el ordenado desarrollo de la sociedad en a libertad y en la justicia para todos.
Está claro que, cuando prestáis al cliente la asistencia de vuestra competencia jurídica, este servicio requiere de vosotros dotes no comunes, y una seria y concienzuda preparación. Se trata, en efecto, de aplicar normas abstractas de las leyes a casos concretos de la vida humana, teniendo en cuenta todas las circunstancias materiales y psicológicas; y de hacer surgir la verdad de testimonios y documentos frecuentemente discordantes entre sí. Arte grande éste que supone rigor lógico, cultura vasta y profunda, talento oratorio, experiencia y capacidad de penetrar en los más íntimos y diversos aspectos de la vida el hombre. No en balde desde la antigüedad la profesión forense no ha cesado de ofrecer elementos particularmente cualificados para los más altos cargos públicos.
El talento no basta para la profesión de abogado
El talento, sin embargo, no puede ser una cualidad suficiente para una profesión que exige continuamente la firme y honesta defensa de lo justo y de lo verdadero. Si la justicia “es reina y señora de todas las virtudes”, como ya la concibió la sabiduría pagana (Cicerón, De Oficiis, 3,6), vuestra actividad deberá estar caracterizada por un asiduo y vigilante compromiso moral e inspirarse constantemente en aquellos principios éticos que tienen, en el orden objetivo de la ley divina, natural y positiva, no menos que en la conciencia subjetiva, su consistencia, y que confieren a la norma jurídica, además de su “ratio iuris”, estabilidad y valor social.
Por este motivo, deber esencial de vuestra profesión es el culto a la verdad, presupuesto fundamental para el mantenimiento de la justicia. Deber éste particularmente difícil en el empleo dialéctico y casuístico de la legalidad, especialmente cuando se trata de defender a un acusado o de mitigar el rigor de la ley con relación al culpable.
En tal caso será conveniente recordar que todo ordenamiento jurídico, por perfecto que sea, no podrá abarcar jamás en sus formas restringidas la inmensa complejidad de la realidad humana y social que aspira a regular. Por ello el abogado, aun manteniéndose fiel a la verdad y a las normas del derecho positivo, dirigirá su mirada más allá de los confines de la ley escrita y de la justicia humana, para inspirarse en la divina, ideal de toda perfección, que Jesús Redentor ha compendiado en el amor de Dios y del prójimo. Por esta causa vuestro trabajo en la búsqueda de la justicia y de la equidad deberá ser vivificado siempre por la ley suprema del amor. Cuando el derecho y la justicia se inspiran en él, dejan de aparecer como una cosa fría y mecánica; y vuestra actividad, con ello, lejos de ser obstaculizada y deformada, encontrará frecuentemente la solución de los casos oscuros o no previstos por el legislador, y la garantía contra la rigidez excesiva en la interpretación de las prescripciones positivas.
Los abogados, hombres de bondad, más aún que de justicia
He aquí, ilustres señores y queridos hijos, el ideal que hemos deseado proponeros. Ajustándoos al mismo, seréis no solamente los servidores de la verdad y la justicia, sino más aún los hombres de la bondad, de la comprensión y de la misericordia; y de esta forma vuestro servicio se transformará y se elevará cada vez más, haciendo de vuestra vida el testimonio de la benevolencia y de la justicia misma de Dios. Que el Señor os conceda gustar, en el cumplimiento de vuestra misión, tan noble y tan útil para la sociedad, las alegrías más profundas del espíritu y del corazón".
Y aunque no sea un campo especialmente fácil, el ejercicio de la abogacía -como toda otra profesión y trabajo- es un campo de santidad, un modo ordinario de vivir la santidad.
No seré yo quien escriba o imparta esta catequesis, sino el papa Pablo VI, en un discurso que -como os dije- encontré hace poco.
Para los abogados, letrados y demás, espero que sea una ayuda; para todos los demás, sea un ejemplo de cómo una actividad concreta puede ser camino de santificación y a imagen de la abogacía, cualquier otra profesión.
"Vuestra actividad, en cuanto desarrolla una relación de colaboración directa con la administración de justicia, tiene una importancia fundamental en la vida de la colectividad, porque justamente coopera al fin altísimo de salvaguardar los derechos de los ciudadanos, y de garantizar el ordenado desarrollo de la sociedad en a libertad y en la justicia para todos.
Está claro que, cuando prestáis al cliente la asistencia de vuestra competencia jurídica, este servicio requiere de vosotros dotes no comunes, y una seria y concienzuda preparación. Se trata, en efecto, de aplicar normas abstractas de las leyes a casos concretos de la vida humana, teniendo en cuenta todas las circunstancias materiales y psicológicas; y de hacer surgir la verdad de testimonios y documentos frecuentemente discordantes entre sí. Arte grande éste que supone rigor lógico, cultura vasta y profunda, talento oratorio, experiencia y capacidad de penetrar en los más íntimos y diversos aspectos de la vida el hombre. No en balde desde la antigüedad la profesión forense no ha cesado de ofrecer elementos particularmente cualificados para los más altos cargos públicos.
El talento no basta para la profesión de abogado
El talento, sin embargo, no puede ser una cualidad suficiente para una profesión que exige continuamente la firme y honesta defensa de lo justo y de lo verdadero. Si la justicia “es reina y señora de todas las virtudes”, como ya la concibió la sabiduría pagana (Cicerón, De Oficiis, 3,6), vuestra actividad deberá estar caracterizada por un asiduo y vigilante compromiso moral e inspirarse constantemente en aquellos principios éticos que tienen, en el orden objetivo de la ley divina, natural y positiva, no menos que en la conciencia subjetiva, su consistencia, y que confieren a la norma jurídica, además de su “ratio iuris”, estabilidad y valor social.
Por este motivo, deber esencial de vuestra profesión es el culto a la verdad, presupuesto fundamental para el mantenimiento de la justicia. Deber éste particularmente difícil en el empleo dialéctico y casuístico de la legalidad, especialmente cuando se trata de defender a un acusado o de mitigar el rigor de la ley con relación al culpable.
En tal caso será conveniente recordar que todo ordenamiento jurídico, por perfecto que sea, no podrá abarcar jamás en sus formas restringidas la inmensa complejidad de la realidad humana y social que aspira a regular. Por ello el abogado, aun manteniéndose fiel a la verdad y a las normas del derecho positivo, dirigirá su mirada más allá de los confines de la ley escrita y de la justicia humana, para inspirarse en la divina, ideal de toda perfección, que Jesús Redentor ha compendiado en el amor de Dios y del prójimo. Por esta causa vuestro trabajo en la búsqueda de la justicia y de la equidad deberá ser vivificado siempre por la ley suprema del amor. Cuando el derecho y la justicia se inspiran en él, dejan de aparecer como una cosa fría y mecánica; y vuestra actividad, con ello, lejos de ser obstaculizada y deformada, encontrará frecuentemente la solución de los casos oscuros o no previstos por el legislador, y la garantía contra la rigidez excesiva en la interpretación de las prescripciones positivas.
Los abogados, hombres de bondad, más aún que de justicia
He aquí, ilustres señores y queridos hijos, el ideal que hemos deseado proponeros. Ajustándoos al mismo, seréis no solamente los servidores de la verdad y la justicia, sino más aún los hombres de la bondad, de la comprensión y de la misericordia; y de esta forma vuestro servicio se transformará y se elevará cada vez más, haciendo de vuestra vida el testimonio de la benevolencia y de la justicia misma de Dios. Que el Señor os conceda gustar, en el cumplimiento de vuestra misión, tan noble y tan útil para la sociedad, las alegrías más profundas del espíritu y del corazón".
(PABLO VI, Alocución al VIII Congreso Internacional de abogados jóvenes, 25-septiembre-1970).
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