VII semana de Pascua
Después de la Ascensión del Señor a los cielos, su triunfo, su glorificación, la séptima semana de Pascua, ya la última, va a resaltar cómo la venida del Espíritu Santo es el culmen de la Pascua, el don del Señor.
Es una semana de oración intensa y de preparación espiritual para Pentecostés. El Señor nos prometió enviar desde el Padre a otro Paráclito (¡otro Abogado!), el Defensor, el Consolador.
La Iglesia se retira a orar en el Cenáculo con la Virgen María y Pentecostés. ¿Hay que hacer algo especial, empezar una novena o un septenario? A título personal, siempre se es libre para las devociones. Pero, en cuanto tal Iglesia, todos, recibimos la impronta espiritual de esta séptima semana de Pascua mediante la liturgia y los textos.
El Oficio divino cambia la antífona del primer salmo llamado Invitatorio; hasta ahora cantabamos: "Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya"; esta semana la antífona del salmo invitatorio es "Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que nos prometió el Espíritu Santo. Aleluya".
También los himnos para la Liturgia de las Horas varían y son propios para esta séptima semana de la Pascua: "Ven Espíritu divino", "Oh llama de amor viva" o, en latín, el delicioso "Veni Creator". La lectura patrística del Oficio divino presenta una meditación plácida y asidua del Don del Espíritu Santo.
Cada día hay una alusión, una petición, o la respuesta misma, en las preces de Laudes y/o de Vísperas, manteniendo el tono orante de petición del Espíritu Santo.
La oración colecta de algunos de estos días suplican exactamente igual el don del Espíritu. Los prefacios para la Misa son otros; aunque se pueden usar cualquier de los cinco prefacios pascuales, en esta semana pascual se añaden los dos prefacios de la Ascensión del Señor y un prefacio, muy adecuado desde luego, para las ferias de esta semana, que canta así:
En verdad es justo y necesario
que todas las criaturas, en el cielo y en la tierra,
se unan en tu alabanza,
Dios todopoderoso y eterno,
por Jesucristo, tu Hijo, Señor del universo.
Él mismo,
habiendo entrado en el santuario del cielo una vez para siempre,
intercede ahora por nosotros
como mediador que asegura la perpetua efusión del Espíritu.
Pastor y obispo de nuestras almas,
nos invita a la plegaria unánime,
a ejemplo de María y los Apóstoles,
en la espera de un nuevo Pentecostés.
Los cantos (de entrada, de comunión) en la Misa nos ayudarán a orar y pedir el Espíritu Santo con la misma intensidad con la que la Santísima Virgen lo imploraría junto a los Apóstoles. A Ella, además, seguimos encomendándonos con el canto del Regina Coeli (ya volveremos al Ángelus y volveremos a los cantos habituales marianos; ahora nos queda solamente una semana para encomendarnos a la Virgen María cantando el Regina Coeli).
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