Luz divina, luz de amor
De los cinco sentidos corporales, de que dispone el hombre…, es quizás la vista, el más utilizado y el que más información nos proporciona, por lo que su importancia es naturalmente mayor con respecto a los otro cuatro. Prueba evidente de esta afirmación, es el hecho de que a cualquiera al que se le pregunte, lo que más teme, es quedarse ciego. Todo el mundo prefiere quedarse sordo, o sin olfato, o sin gusto o sin tacto, antes que ciego. Sanguinariamente sobre todo en las guerras antiguas, era frecuente sacarle los ojos al enemigo vencido, muchas veces porque en razón de su destino, ya no iba a necesitar ver. Tal era, por ejemplo, el caso de los romanos, que les sacaban los ojos a los esclavos. que los dedicaban al trabajo en la profundidad de las minas. Sin duda alguna a cualquiera de nosotros nos aterra perder la vista.
Pero la vista se encuentra unida siempre a la existencia de la luz, si carecemos de luz no es imposible ver. Y dada la similitud, que muchas veces se da entre el mundo material y el espiritual, esta es una de ella, Sin poder ver o al menos percibir entre sombras, la Luz divina, sin esa Luz de amor que emana del Señor, no es posible avanzar en el conocimiento de Dios, y lo que es peor nos perdemos los goces de su amor.
Como todos sabemos, todos hemos sido creados con un cuerpo material perecedero que sirve de soporte, hasta que termine derrumbándose, a un alma espiritual y eterna, que estará en esta vida terrena, durante el tiempo que su cuerpo material la pueda sostener. Cuando ese momento final llegue, se habrá acabado para la persona, el tiempo del que ha dispuesto para superar esa prueba de amor, por la que ha de pasar. Y uno se pregunta: ¿Por qué ha de ser de amor la prueba, y no de otra capacidad? Pues sencillamente por que nuestro Creador, en su esencia es amor y solo amor (1Jn 4,16). Si la prueba fuera de odio, sería siempre para asegurarse el ir al infierno, porque satanás es el rey del odio que es la antítesis del amor.
Nosotros somos peces que gozosamente hemos de aprender a nadar y sumergirnos en el amor, porque nuestro Creador es un inmenso, un ilimitado océano de amor y como el amor por su naturaleza exige siempre reciprocidad, Dios nuestro creador, nos ama tremendamente, como obra creada por Él, y quiere que le amemos a Él y en función de nuestro amor a Él, y a todo lo por Él creado, a todo lo que Él también ama, en especial a nuestros semejantes, seremos dignos hijos suyos. Si no aprendemos en esta vida a nadar en el mar del amor, no podremos acceder a él y nuestro destino, tal como simbológicamente lo señala el Apocalipsis, será un lago de azufre y fuego. “Pero la Bestia fue capturada, y con ella el falso profeta - el que había realizado al servicio de la Bestia las señales con que seducía a los que habían aceptado la marca de la Bestia y a los que adoraban su imagen - los dos fueron arrojados vivos al lago del fuego que arde con azufre”. (Ap 19,20)
Así como nuestro cuerpo tiene ojos con los que capta todo lo que ilumina la luz material, sea esta la luz del sol o sea la artificial por nosotros creada, nuestra alma también tiene sus ojos, pero ellos no captan nada con la luz material, es la divina, es la luz de amor de Dios, la que les permite ver. Pero esta luz no está al alcance de todo el mundo, porque desgraciadamente no todo el mundo ama al Señor, ni le corresponde en su amor a todos nosotros, ni vive en su amistad y gracia sino manchado por el fango del pecado; y lo que es todavía peor, ni siquiera llega a darse cuenta de cual es su real situación, pues el dominio de satanás es tan fuerte que le impide y no le permite, ni ver ni comprender.
Nuestra alma tiene ojos al igual que nuestro cuerpo. San Pablo escribe: “Que el Señor, ilumine los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados por Él; cuál es la riqueza de la gloria otorgada por Él en herencia a los santos”. (Ef 1,18). San Agustín escribía: “Los sentidos corporales tienen sus deleites propios, y ¿no los tendrá también el alma?” Y en otros escritos suyos también podemos leer: “Todo empeño durante esta vida debe de dirigirse a mantener sanos los ojos del espíritu para poder ver a Dios”. “A ti no se te permitirá ver con corazón inmundo lo que solo se puede ver con un corazón puro; serás rechazado, arrojado de allí, y no verás nada”.
Nosotros adquirimos la fe y la fortalecemos cada vez más, cuando comprendemos y vemos con los ojos de nuestra alma, que Dios existe. Y nuestros ojos espirituales son iluminados por la luz de amor, que el Señor nos entrega como don de su amor al que le busca. Para poder ver a Dios, San Pablo nos recomendaba: “Fija los ojos en lo invisible, no en lo que podamos ver. Lo así visible dura un momento, pero lo invisible es eterno”. (3Cor 4,18). Nuestro Señor en los Evangelios, nos habla de quienes tienen ojos y están ciegos, porque carecen de fe: “Tenéis ojos y no veis”. (Mc 8,18). San Ambrosio escribía: “No creas, pues, solamente lo que ven tus ojos corporales; más segura es la visión de lo invisible, porque lo que se ve es temporal, lo que no se ve es eterno. La visión interna de la mente es superior a la mera visión ocular”.
El desarrollo de los ojos de nuestra alma, es fundamental para pode avanzar en nuestra vida espiritual. En la vida corporal o material, a ningún ciego se le ocurre apuntarse a una carrera de obstáculos, pues bien sabe que nunca puede ganar y ni siquiera participar. Lo nuestro en esta vida espiritual es también una carrera de obstáculos y necesitamos tener bien desarrollados y abiertos los ojos de nuestra alma, y no solo para alcanzar la meta celestial que nos espera, sino para después una vez en ella poder apreciar mejor los dones y gracias que el Señor tiene preparados para los que le aman.
Han sido muchos los santos y santas, que se han ocupado de desarrollar los ojos de su alma, y cuando ellos nos hablan de haber visto en vida, al Señor no suele ser en la mayoría de los casos una visión con los ojos corporales sino con los de su alma. En este sentido Santa Teresa, en su libro, “Las Misericordias de Dios”, escribía diciéndonos: “Esta visión -la de Nuestro Señor de cuerpo entero-, aunque es imaginaria nunca la vi, con los ojos corporales, ni ninguna otra sino con los ojos del alma. Dicen los que lo saben mejor que yo, que es más perfecta la pasada que esta y esta lo es mucho más que las que se ven con los ojos corporales. La que se ve con los ojos corporales dicen que es la más baja y a donde más ilusiones puede hacer el demonio, aunque entonces yo no podía entender tal cosa”. Si uno se pone a meditar, se dará cuenta que tal como dice Santa Teresa, es más importante tener visiones con los ojos del alma que con los del cuerpo, pues sencillamente los ojos de nuestra alma tiene una categoría muy superior por pertenecer al orden espiritual eterno que es superior al orden material caduco al que pertenecen los ojos de nuestro cuerpo. Por otro lado como Santa Teresa nos dice, al demonio le es más fácil engañarnos con las imágenes que ven los ojos de la cara que con lo que perciben los ojos de nuestra alma. Seamos sensatos y demos siempre preferencia en nuestra vida, a lo espiritual que es eterno y no a lo material que es caduco y procuremos aguzar la visa de los ojos de nuestra alma, que en definitiva es la que nos dará la vista eternamente.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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