Viernes, 29 de noviembre de 2024

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El deseo del corazón

por Corazón Eucarístico de Jesús

"Los dones y la llamada de Dios son irrevocables" (Rm11,29).
 
Una catequesis, a mi entender necesaria, es la del deseo del corazón, porque nos permitirá discernir y entender muchas cosas de la propia vida cristiana.
 
 
Cuando nos referimos al deseo del corazón, nos referimos a aquello más último, más importante, que siempre palpita en nuestro interior y que nada humano logra apagar. Los caprichos no son, en sentido estricto, deseos, sino veleidades, algo que se nos antoja fuertemente en un momento dado pero que pasado el tiempo el objeto del afecto ha cambiado en otra dirección y entonces nacen nuevos caprichos. Al final, el tiempo es un lenguaje divino que extingue caprichos.
 
Los deseos verdaderos son perdurables; se mantienen en el corazón y el tiempo no los debilita, sino que los aumenta. Así vamos reconociendo que es Dios quien los ha inspirado en el corazón. Son deseos de cosas grandes y elevadas: el deseo de Cristo, la santidad como participación en la santidad de Cristo, la vida eterna, plenitud, felicidad serena... y también son deseos santos en el corazón las llamadas particulares de Dios: una vocación particular (sacerdocio o alguna forma de vida consagrada), un carisma, un apostolado que determina la vida, una inclinación santa acorde a nuestra propia naturaleza, carácter y psicología, etc. 
 
No pasan, permanecen los deseos santos. La misma oración los descubre, los suspira, gime, sabe que vienen de Dios pero aún no se han colmado esos deseos, ni se han cumplido, ni se han realizado. Pero como son de Dios, y sus dones y llamada son irrevocables, espera -con virtud sobrenatural- que Aquel que los inspiró, Él mismo los lleve a término.
 
San Agustín es un maestro en la dinámica del deseo. Con él vamos a aprender esta lección valiosísima.
 
"Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos; y, porque es veraz el que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; porque todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza" (Enar. In Ps. 148,1).
 
El deseo es un lenguaje interior de Dios en el corazón del hombre. Con él, nos va educado para desear lo que Dios quiere que deseemos, y nos preparemos para recibirlo, aunque tarde, como una Gracia:
 
                "Volvamos a aquella su Unción que enseña interiormente algo que no podemos decir con palabras. Como ahora no podéis verlo, ocupaos en desearlo. La vida entera del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas aún no lo ves, pero deseándolo te capacitas para que cuando llegue lo que has de ver, te llenes de ello. Es como si quieres llenar una cavidad, conociendo el volumen de lo que se va a dar; extiendes la cavidad del saco, del pellejo o de cualquier otro recipiente; sabes la cantidad que has de introducir y ves que la cavidad es limitada. Extendiéndola aumentas su capacidad. De igual manera, Dios difiriendo el dártelo, extiende tu deseo, con el deseo extiende tu espíritu y e lo hace más capaz. Deseemos, pues, hermanos, porque seremos llenados. Ved cómo Pablo extiende su cavidad para poder acoger lo que ha de venir. Dice, pues: “No se trata de que ya lo haya recibido o de que ya haya alcanzado la perfección, hermanos; yo no creo haberla alcanzado” (Flp 3,12). ¿Qué haces, pues, en esta vida, si aún no la has alcanzado? “Una sola cosa: Olvidando lo pasado, extendido hacia lo que está delante, con toda intención persigo la palma de la vocación suprema” (Flp 3,1314). Dijo que estaba extendido y que lo perseguía con toda intención. Se sentía poco capaz para acoger lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni ha subido al corazón del hombre. Ésta es nuestra vida: ejercitarnos mediante el deseo. Pero el deseo santo nos ejercita en la medida en que apartemos nuestros deseos del amor mundano. Ya he dicho con anterioridad: vacía el recipiente que has de llenar con otra cosa. Tienes que llenarte del bien, derrama el mal. Imagínate que Dios quiere llenarte de miel; si estás lleno de vinagre, ¿dónde depositas la miel? Hay que derramar el contenido del vaso; hay que limpiar el vaso mismo; hay que limpiarlo, aunque sea con fatiga, a fuerza de frotar, para hacerlo apto para determinada realidad. Llamémosla miel; llamémosla oro, llamémosla vino: sea lo que sea lo que decimos que nos resucita indecible, sea lo que sea lo que queremos decir, se llama Dios. Y, al decir, Dios, ¿qué hemos dicho? ¿Todo lo que esperamos se reduce a estas dos sílabas? Todo lo fuimos capaces de decir, pues, se queda por debajo de esa realidad; extendámonos hacia él, para que cuando venga nos llene. Seremos semejantes a él, por que le veremos tal cual es". (In Ep. Io 4,6).
 
Y también:
 
"¿Que diré a Vuestra Caridad? ¡Oh, si el corazón estuviese suspirando de algún modo por aquella inefable gloria! ¡Oh, si sintiéramos entre gemidos nuestro destierro y no amáramos el mundo y perpetuamente aldabeáramos con sentimiento piadoso a la puerta del que nos ha llamado! El deseo es el seno del corazón; cogeremos, si ensanchamos el deseo cuanto podamos. Esto hace en nosotros la Divina Escritura, esto la congregación de las muchedumbres, esto la celebración de los sacramentos, esto el santo bautismo, esto los cánticos de alabanza a Dios, esto la misma explicación mía: que este desea no sólo sea sembrado y germine, sino también que se aumente hasta la medida de tanta capacidad, que sea idóneo para tomar lo que ojo no vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió" (In Ioh. ev., 40,10).
 
 El proceso es limpiar el corazón y ensancharlo para que pueda recibir el don que se desea. "Excluye el amor perverso del mundo para llenarte del amor de Dios. Eres un recipiente, aún estás lleno; derrama lo que tienes dentro, para recibir lo que no tienes" (In 1Ioh., 2,9).
 
El corazón debe ensancharse para ser capaz de recibir lo grande, lo incomensurable, del Don. Si Dios nos ha dado el deseo, Él lo cumplirá, sólo hay que ensanchar el corazón para reconocer que cuando lo recibamos no es mérito nuestro, sino gracia. 
 
"La dilación de los bienes desarrolla tu capacidad, aumenta por el deseo, te dispone a recibir la promesa que tanto anhelas" (Serm.  142, 8).
 
Tu deseo es tu oración; y si es continuo el deseo, es continua tu oración (cf. Ep 130, 18-20).
 
Dios conoce nuestros deseos, los inspira Él mismo y difiere su cumplimiento para que el corazón se ensache y sea capaz de recibirlos. La oración mantiene la tensión del deseo:
 
"Pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles. Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo" (Ep. 130, 17).
 
Hay que pedir a Dios conceda y cumpla el deseo del corazón, ya que sólo lo da Él. La oración reaviva el deseo y dispone el corazón:
 
 "Si llamando aún no has recibido nada, sigue llamando, pues desea dar. Difiere el dar lo que desea dar para que al diferirlo lo desees más ardientemente, no sea que, otorgándotelo, luego te parezca cosa vil" (Serm. 105, 3).
 
 Dios escucha y atiende los deseos santos, que son siempre apasionados y continuos, mientras que no atiende los deseos que no nos convienen a nuestra salvación y, realmente, se van apagando con el paso del tiempo porque no eran inspirados por Él. 
 
"Ved que no fue escuchada su petición [de san Pablo] de que se le retirase el ángel de Satanás. Pero ¿por qué? Porque no le era de provecho. Por tanto, fue escuchado en lo que convenía a su salvación quien no fue escuchado en su deseo. Conozca vuestra Santidad este gran misterio que os confiamos precisamente para que no lo olvidéis en vuestras pruebas. Los santos son escuchados en todo lo referente a su salvación; Dios siempre los escucha en lo que conviene a su salvación eterna. Es lo que ellos desean. Respecto de ella siempre son escuchados" (In 1Ioh., 6,6).
 
Asimilar esta catequesis es conocer el modo pedagógico de actuar Dios en nosotros y permitirnos unas claves sencillas de discernimiento para la hondura del corazón. No es rebuscada la catequesis, ni extraña, por el contrario, es cotidiana y clarificadora para los movimientos interiores que a veces no sabemos de dónde vienen ni a dónde nos llevan.
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