La Vigilia pascual (II)
Una vigilia es una amplio espacio de tiempo nocturno para orar y escuchar las lecturas bíblicas que se proclaman y por las cuales "Dios sigue hablando a su pueblo" (SC 33).
La Vigilia pascual se configura, en su primera parte celebrativa, con una amplia liturgia de la Palabra, con lecturas a cuál más hermosa para llegar al canto del Evangelio de la Resurrección del Señor, que esa noche santísima, sin lugar a dudas, el diácono debería cantarlo.
Esta amplia liturgia de la Palabra (9 lecturas hoy, en la tradición romana antigua incluso 12) era la última instrucción a los electi (los que iban a ser bautizados) y, a la par, la proclamación en síntesis de la historia de la salvación para todos los fieles que van a ver que el Resucitado sigue presente y actuante porque comunica su vida por medio de los sacramentos pascuales. Toda la historia de la salvación, en sus momentos más importantes o significativos, va a avanzar un paso más comunicando la vida divina mediante los sacramentos por medio del Misterio pascual del Señor. Se podría decir que toda la historia de la salvación, desde su inicio en la creación, apuntaba ya a la noche de la Pascua de Jesucristo.
Las lecturas son todas un anuncio y profecía de lo que en Cristo se va a realizar, su Resurrección, y de lo que va a producir en nosotros: la comunicación sacramental de su vida y santidad. La Vigilia se caracteriza por esta escucha obediente y amorosa de la historia de la salvación, y sería una pena reducir tanto el número de lecturas de la Vigilia que apenas se distinguiese de cualquier Misa vespertina.
7 lecturas son del Antiguo Testamento leído a la luz de Cristo (de hecho, el cirio pascual brilla encendido al lado del ambón: es Él la luz de las Escrituras, su clave de interpretación), cada lectura con el canto de su correspondiente salmo responsorial y una oración del sacerdote tras el silencio meditativo del "Oremos". Estas oraciones pertenecen a los Sacramentarios romanos, por tanto a la tradición romano-carolingia, con teología honda, concisa, de la redención.
El canto del Gloria marca el paso al Nuevo Testamento (tocando las campanas, encendiendo los cirios del altar) y la oración colecta de la Vigilia.
Se proclama la lectura apostólica y se entona solemnemente el Aleluya, cantando varias estrofas del salmo pascual 117, intercalando todos el Aleluya que, ¡por fin!, resuena gozoso en la Iglesia como canto que ahora mismo resuena en las moradas celestiales. En esta noche, de modo excepcional, es el mismo celebrante quien entona el "Aleluya" (o en su defecto, un cantor). Es tanta la alegría pascual y el culmen de la liturgia de la Palabra en el Evangelio, que el "Aleluya" se repite varias veces, y si normalmente sólo desarrolla un verso y se vuelve a repetir el "Aleluya", en esta ocasión no es un sólo versículo, sino varios versículos del salmo 117 (La piedra que desecharon los arquitectos... Éste es el día en que actuó el Señor), intercalando todos, con júbilo en el alma, el bendito y feliz "Aleluya".
Es una celebración riquísima en simbolismo, de teología sacramental en acto, de participación en los misterios salvadores, y por tanto, debe tener su justo ritmo al celebrar (ni cansino a base de moniciones, ni fugaz suprimiendo todo lo que se permite), ambiente de escucha interior.
De cara a la celebración habremos de cuidar algunos detalles:
-Evitemos reducir demasiado las lecturas, es tiempo nocturno de escuchar a Dios en su Palabra y es precisamente el amplio desarrollo de la liturgia de la Palabra lo que caracteriza una Vigilia.
-Suma importancia de cantar cada salmo, el Gloria y el Aleluya. Si no se hace, se pierde fuerza meditativa y todo se convierte en un recitado insulso y monótono.
-La pausa de silencio tras el "Oremos" de cada oración marca un momento orante. Los ritos no deben precipitarse uno tras otro, el silencio es sagrado en la liturgia y debe observarse para orar personalmente también. La Palabra que se proclama exige ser interiorizada de manera creyente, mariana. El silencio produce un eco de la Palabra de Dios escuchada en el propio corazón.
-Los lectores deben ser buenos comunicadores, con dicción clara y entonación diversa según el género de la lectura, sin abandonarse a la improvisación. Deben ser elegidos para este importantísimo ministerio en función sólo de la claridad al leer, ensayando y releyendo antes en voz alta las lecturas.
-Favorece la solemnidad propia del rito romano, si es posible, que el sacerdote cante todas las oraciones y el diácono cante el Evangelio.
¿Y espiritualmente?
La disposición interior ha de ser la escucha meditativa y gozosa de las Gestas de Dios que se van a realizar luego en los Sacramentos; orar, escuchar y cantar será la forma de participar, dejando que el Espíritu Santo sople, actúe, encienda de nuevo a la Iglesia en el fuego de la Vida Resucitada.
Las lecturas reciben una interpretación tipológica, es decir, de anuncio, figura y profecía en Cristo de lo que va a ocurrir, mediante sus respectivas oraciones, o también anuncio y figura de lo que Cristo va a realizar en esa noche santísima por medio de los sacramentos.