Apreciar lo que tenemos
por Juan del Carmelo
Unos más otros menos, realmente todos somos los eternos insatisfechos. El ansía de poseer nos domina y no solo de poseer bienes materiales sino también, cuando nos entregamos al Señor, también nos dominan el ansia de posesión de bienes espirituales. Y esto tiene su razón de ser o su fundamento, en esa impronta que Dios pone en todas sus criaturas humanas cuando las crea, el ansiar de la eterna felicidad, de una felicidad que nos sabemos como es ni nunca la hemos experimentado pero inconscientemente la anhelamos con todo ardor. Estamos hechos para gozar eternamente de una clase de felicidad que no solo nosotros sino que absolutamente nadie, aquí abajo en esta vida la conoce y que solo la conoceremos cuando seamos glorificados como hijos de Dios, pues ya lo somos desde nuestro Bautizo, tal como nos dice San Juan: “Mirad que amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos de verdad…. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aun no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque lo veremos tal cual es”. (1Jn 3,1). Pero aún no sabemos bien lo que eso de ser hijos de Dios significa. Intuimos que tiene que ser algo maravilloso, pero se nos habla siempre en términos generales, nadie nos aclara nada concretamente, excepto aquello que dijo San Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Co 2,9).
Es decir, esa macro o hiper felicidad, según se quiera adjetivar, que nos espera, está íntimamente relacionada, con el Rostro de Dios, con esa luz maravillosa, que debieron de contemplar los tres apóstoles en el Monte Thabor y que se puede denominar Luz tabórica. Estamos creados para gozar de la felicidad de esa Luz de amor que es el Señor y cualquier cosa que se nos dé en esta vida, siempre será inferior a lo que nos espera y el resultado es que nunca nos podrá satisfacer. Y esta es la razón básica por la que somos los eternos insatisfechos.
Aquí abajo nunca vamos a encontrar lo que nuestro ser nos demanda, pero sin embargo algo si podemos hacer, para acercarnos a la felicidad que anhelamos. La regla es muy sencilla consiste en buscar esencialmente los bienes espirituales y no afanarse tanto en los materiales, tal como nos recomendó el Señor: Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán”. (Mt 6,34). No destripemos nuestra vida espiritual, para alcanzar más bienes materiales, porque esta conducta podemos pagarla cara el día de mañana, que es un día que la mayoría lo ve lejos y otros ni siquiera lo ven o no quieren verlo; pero ese día está ahí, a la vuelta de la esquina, y nadie ha logrado dejar de doblar esa esquina en la que se acaba nuestro camino en esta vida.
El afán de posesión de bienes materiales, entre otros, tiene muchos inconvenientes, pero hay uno especial y es el que el ansia de poseer más, nos impide apreciar y disfrutar lo que ya tenemos, sea esto mucho o poco. Pongo como ejemplo dos elementos muy fundamentales en la vida actual: el coche y la casa. Rara es la persona, que no esté pensando en cambiar de coche o de casa. Y ¿cual suele ser, aunque no siempre ese motor que incita al cambio? Generalmente la vanidad, el deseo de aumentar el tamaño de nuestro propio pedestal que nos hemos creado y necesitamos agrandarlo para estar más altos y que todo el mundo nos admire. Cuando era niño y no me gustaba la comida, me negaba a comer e invariablemente, me recordaban a los niños de tantos países pobres, que no tenían que comer. El argumento hoy en día, desgraciadamente sigue siendo válido y no solo es aplicable a los niños, sino a esos mayores con mentalidad consumista, que siempre quieren cambiar lo que ya poseen y sus deseos de cambio le impiden disfrutar de lo que ya tienen, sea esto mucho o poco, porque lo fundamental es que tenemos que pensar que poseemos lo que Dios quiere que tengamos y salirse de esta realidad, es no conformarse con la divina voluntad.
Tan reprobable es, comprar lo innecesario, presionado o no por, por la publicidad incitadora al consumo, aunque tengamos dinero para comprar, como desear comprar lo innecesario, sin tener medios para ello, porque en este caso, se añade a la reprobación inicial una segunda falta, que es la de forzar la compra entrampándose hasta las cejas. ¡Cuantas familias! que vivían en una modesta casa libre de cargas, se hipotecaron por tener una vivienda mayor y más representativa y ahora o han sido embargadas o están a punto de serlo. Son muchas las tonterías a las que nuestra vanidad nos lanza, como esa de cambiar de coche, con pagos que luego no se pueden atender y ponen en peligro la posesión de la propia vivienda.
Hay un algo que se llama conformidad con la divina voluntad, y que no se suele tener muy en cuenta. Desde luego que el Señor quiere que seamos felices en esta vida, pero también quiere que nos demos cuenta de que no debemos cometer tonterías, persiguiendo varios tipos de felicidad terrena, cuales pueden ser, la que le proporcionamos a nuestro ego comprando bienes que comprometen o pueden comprometer la estabilidad económica de la familia. Porque refiriéndome a los padres de familia, ellos han de tener siempre presente que sus posibles locas decisiones, pueden luego arrastrar a los demás.
Dios quiere que nos santifiquemos en el lugar y el status social en el que él nos ha situado a cada uno de nosotros y es humano que estos dos parámetros se quieran o se aspire a modificarlos y si Dios lo cree oportuno, a lo largo de la vida, ya nos dará Él posibilidades de modificación, pero siempre dentro de un orden, que no quiebre nunca ninguna regla humana y mucho menos las referentes a nuestra vida espiritual.
La disconformidad con la voluntad de Dios, es un hecho que se da con mucha más frecuencia de la que pensamos, incluso esto se da también en personas que se estiman piadosas y que viven en la gracia del Señor. Nuestro amor propio, alimentado por nuestro ego, y nuestra concupiscencia, atizada por el maligno que nunca pierde una ocasión, nos hace ver como necesarias o imprescindibles, determinadas compras o desembolsos económicos, de lo que podemos prescindir, aunque nos sobre el dinero para comprar. Desde luego que las almas que tiene desarrollada en un mayor grado su vida espiritual, están más capacitadas cada vez más, para ver con claridad lo que se debe de hace y lo que nos se debe de hacer o evitar, porque los sensores espirituales de su alma, ven siempre con mayor claridad.
El Beato Enrique de Susón, fue un dominico alemán del siglo XIV, beatificado por el papa Benedicto XVI en 1831, que en su época escribió estas reveladoras palabras con las que quiero terminar esta glosa: “Ten seguro que una sumisión sincera a la voluntad de Dios, que nazca en ti de una profunda humildad, el desprecio de ti misma, y el exacto conocimiento de todas tus miserias, han de ser las alas con que te has de remontar hasta la cumbre de la unión perfecta con el Señor”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. CONOCIMIENTO DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461179107
- Libro. RELACIONARSE CON DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461220588
- Cortar la cuerda. Glosa del 07-05-10
- Echar raíces. Glosa del 08-06-10
- Confiar… ¿en quién? Glosa del 17-12-10
- Confianza en el Señor. Glosa del 30-11-11
- Añadidura. Glosa del 06-08-11
- ¿Amo yo tu voluntad, Señor? Glosa del 29-07-11
- Amar la voluntad de Dios. Glosa del 25-02-10
- Cumplimentar su voluntad. Glosa del 25-03-11
- Voluntad y deseo. Glosa del 02-05-11