Justicia divina
por Juan del Carmelo
Escribe San Agustín y nos dice: Aunque debes confiar mucho en la misericordia de Dios, debes también tener presente a toda hora su justicia”. Y continua San Agustín diciéndonos: “Teme pues a su justicia si deseas alcanzar su misericordia”. Ambos temas justicia y misericordia son atributos del Señor y como todo lo suyo ambos tienen carácter infinito, tanto su justicia como su misericordia carecen de límites. Es frecuente que cuando alguien invoque la misericordia divina, para justificar que el infierno está vacío o que al final Dios como es tan misericordioso, terminará perdonando a todos los condenados, que a estas ideas se les responda: Si Dios es misericordioso pero también es justo, además la misericordia divina no se genera nada más que cuando existe un arrepentimiento, que en sí este es un acto de amor. Y condenado en el infierno al carecer de amor, le es imposible arrepentirse.
Son muchos los tratadistas que creen, haber visto una antítesis entre la misericordia y la justicia divina, e inclusive según los casos han puesto la misericordia como elemento que anula la justicia y al contrario es la justicia la que anula la misericordia. Pero la realidad es que ninguna de las dos anula a la otra. Cada una de ellas tiene su tiempo de actuación, y así nos lo expresa claramente San Alfonso María Ligorio, cuando escribe: “Quiero, ¡oh Juez de mi alma!, que en esta vida me juzguéis y me castiguéis, que ahora es tiempo de misericordia y de perdón; después de la muerte solo será tiempo de justicia”. Y esto es así por las razones expuestas en el párrafo anterior y lo que a continuación vamos a escribir..
En otra glosa anterior, he tratado de la importancia que tiene el amor y su antítesis el odio, para comprender el tiempo o momento que le corresponde a la misericordia y el que es propio de la justicia, cada una de ellas tiene su momento de actuación. Lo que realmente pasa, es que Dios que es el único generador de amor, de todo el amor que existe. Y Dios, al ser rechazado en el último momento por el réprobo, le retira su amor a este y entonces, este vacío que se le produce al réprobo, lo ocupa la antítesis del amor, que es el odio. Aquí en esta vida, todos, tanto los que viven en amistad y gracia de Dios cumpliendo con sus mandamientos y aseveraciones, como los que viven de espaldas a Él, somos objeto de su amor, desde luego que unos más que otros, pero todos nadamos sumergidos en el amor, divino, y no tenemos noción ni experiencia de cómo puede ser la vida con la carencia de ese amor que gratuitamente Dios nos dona. Ignoramos y no hemos experimentado como es o puede ser la vida en el infierno donde el amor de Dios no existe. Al no existir este amor, la naturaleza de cualquier criatura sea humana o angélica, se transforma. La transformación que se verifica, al carecer de la facultad de amar, para estas criaturas, lo suyo es odiar que es la antítesis de amar.
Para que la misericordia divina se genere a favor de alguien, este tiene que efectuar un arrepentimiento, sin arrepentimiento no hay misericordia. Pero es el caso, de que este proceso de transformación sobrenatural que se realiza en un alma cuando definitivamente no ha querido aceptar el amor divino, es eterna y no tiene vuelta atrás, pues para que esta pudiese darse, el condenado tendría que apoyándose en la misericordia divina, lo cual implicaría hacer un acto de amor; pero ello es imposible, ya que un acto de arrepentimiento en sí es un acto de amor, y la naturaleza transformada del condenado le impide tener la posibilidad de ejecutar un acto de amor.
Pero como el tema a tratar aquí es el de la justicia divina, bueno será que repasemos el Catecismo de la Iglesia católica que en su parágrafo 1807, nos dice: “La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada “la virtud de la religión”. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. “Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo” (Lv 19,15). “Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, teniendo presente que también vosotros tenéis un Amo en el cielo” (Col 4,1)”.
Generalmente un padre humano, procura ser equitativo en el reparto testamentario de sus bienes. Por otro lado, todos tenemos muy aprendido el principio de igualdad de oportunidades. Pero es el caso de que el Señor no parece que tenga muy en cuenta estas ideas y por ello, muchos se preguntan: ¿Por qué Dios nos sitúa en este mundo con unas diferencias de todo tipo, tan grandes entre unos y otros? ¿No parece que el Señor sea justo en este caso? Hay quienes nacen de familia rica y en toda su vida dan palo al agua. Esto me recuerda, al dueño de una gran empresa, es comprensible que no diga su nombre, que se pegaba una más que buena vida y no se privaba de nada ni de ningún capricho, por lo que sus empleados le llamaba “el inmortal”, porque era imposible que pasase a una mejor vida. Si miramos lo que sucede a nuestro alrededor y nos fijamos solamente en las diferencias de vida de los que tienen dinero y de los que no lo tienen, desde luego que la justicia divina no sale muy bien parada, pero hay que mirarlo todo no son unos cuantos árboles del bosque, sino el bosque en su plenitud.
Primeramente hemos de considerar, que el ser humano siempre tiene una tendencia a pensar que lo del otro es mejor que lo suyo. Nadie está plenamente conforme con lo que tiene, salvo aquellos o aquellas que han encontrado ya la perla maravillosa y se han entregado al amor del Señor. Pero lo normal es que nadie está contento con los que tiene, ya se trate de dinero, de sufrimientos, de aspecto físico de salud. Todos pensamos que lo del vecino es mejor que lo nuestro y muchas veces nunca sabemos si los zapatos que lleva y que tanto nos gustan le están cómodos o le están apretando tremendamente.
Dios tiene un plan de actuación general y específico con respecto a cada uno de nosotros. Unos están en la viña trabajando desde la primera hora y otros llegan a última hora y a todos los retribuye por igual. Dios cada uno de nosotros, nos ha situado en esta vida, con más o menos talentos, monetarios o intelectivos, a todos nos ha dotado de los medios necesarios para que cumplamos una misión de amor, la misión para la que nos ha creado. No nos fijemos en los demás, cada uno tenemos la cruz que nos conviene tener, ni más grande ni más pequeña. Lo nuestro es aceptar siempre la voluntad del Señor, amarle a él y a todo lo por Él creado en especial a nuestros semejantes.
Cuando lleguemos arriba, nos quedaremos maravillados por muchas cosas y una de ellas será ver lo acertada y equitativa que es la justicia del Señor, no hay otra más perfecta, es infinitamente perfecta y en ella no cabe error alguno. Veremos el montón de oportunidades que hemos tenido y no hemos sido capaces de aprovechar y sobre todo las múltiples gracias divinas que hemos recibido y lo poco que las hemos fructificado.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. CONOCIMIENTO DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461179107
- Libro. RELACIONARSE CON DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461220588
- Libro. LA SED DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461316281
- Aplicación de la misericordia. Glosa del 26-09-09
- Nuestra coronación. Glosa del 03-06-11
- Nuestra salvación final. Glosa del 17-10-11
- Lo mucho que nos jugamos. Glosa del 08-11-11
- Salvarse sí, ¿pero…? Glosa del 27-06-11
- Prueba de amor. Glosa del 08-10-09
- Solo la Verdad salva. Glosa del 26-01-11.
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