El amor es el todo absoluto
por Juan del Carmelo
Y ello es sencillamente así, porque Dios es el absoluto Todo, de todo lo creado y lo increado…, es decir de lo que todavía no está creado, pero que Él y solo Él, puede crear. Y como resulta que según nos dice San Juan: “Dios es amor” (1Jn 4,16). Dios es amor y solo amor, su esencia es el amor. Al ser esto así, tal como nos asegura San Juan el discípulo predilecto, la conclusión es que el amor es el Todo absoluto y si nos ponemos a meditar veremos que así es, por la importancia transcendente que tiene en nuestras vidas y no solo en la espiritual sino también en la material.
El obispo Sheen, escribe diciendo: “Podemos vivir sin nada, exceptuando tres cosas: el deseo de la vida, la verdad y el amor. ¿De qué sirve el dinero sin la vida? ¿Por qué detestamos el que alguien tenga secretos para con nosotros, sino porque estamos hechos para saber la verdad, y no las verdades de la física con exclusión de la filosofía, sino toda la verdad? ¿Qué mayor tragedia puede haber en la vida que no ser amado, excepto el vivir sin amar?”. Somos criaturas creadas por el Supremo Amor, para el amor y en el amor. Para Pedro Finkler, hermano Marista brasileño: “El hombre es un ser necesitado de amar y de ser amado. Si no puede satisfacer esta exigencia natural, la existencia se le vuelve insoportable. La necesidad de sentirse amado es un característica de la vida humana. El hombre, en todas sus dimensiones, de vida, sea esta vida biológica, psicológica, espiritual… siente la necesidad de amar y ser amado”.
La necesidad de amar es también propia de la esencia de Dios, porque el amor es expansivo, y el que ama también desea ser amado. Por ello el Señor, está siempre ansioso de nuestro amor, parece un mendigo de amor: “Mira que estoy a la puerta llamando; si no me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos”. (Ap 3, 20)”. Dios al igual que nosotros, lo cual no tiene nada de extraño ya que somos criaturas creadas a su imagen y semejanza, necesita amar y que le demostremos el deseo de amarle, que le devolvamos el amor que Él nos da, puesto que el único que puede generar amor sobrenatural es Él mismo. Así San Juan nos dice: “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”. (1Jn 4,7-8). Dios es el único capaz de crear amor, a lo que nosotros llamamos amor, es a un reflejo del amor que Dios nos da, cuando le demostramos tener deseos de amarle. Él no necesita nada de nosotros, nosotros nada podemos darle, excepto el deseo de amarle, que es lo que Él busca de nosotros. Él lo puede todo, pero al habernos dado el libre albedrío, respetándolo no puede obligarnos a desear amarle, y eso es precisamente lo que Él desea ansiosamente de nosotros, que deseemos amarle a Él. Y cuando cualquiera de nosotros, le pedimos su amor, Él corre a dárnoslo y nosotros, cuando lo recibimos, lo reflejamos como en un espejo, pero no lo creamos.
Como sabemos el primer mandamiento de la ley de Dios, es el que nos obliga al amor a Dios, y este que es el mandamiento más importante, tiene una segunda parte no menos importante también, que dice: “… y al prójimo como a ti mismo” San Juan en su evangelio, recoge las palabras del Señor que dijo: “Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así que también amaos mutuamente”. (Jn 13,34-35). La vida cristiana tal como Dios quiere que sea, tiene que ser un gran tejido de amor, fuerte y limpio, en el que no haya ningún roto, mancha o defecto por razón de cualquier antipatía, animadversión, enemistad, enfrentamiento, entre nosotros y las consecuencias de estas situaciones, como son. La envidia, la maledicencia, la difamación, la calumnia,… etc. Y lo que es lo peor, que exista el odio, porque si bien la esencia del Señor es el amor, la de su antítesis que es el maligno es el odio que surge cuando se da una inexistencia de amor.
El amor siempre genera felicidad, el odio sufrimiento. El amor sea de carácter natural entre nosotros o de carácter sobrenatural, que es el que recibimos en nuestra vida espiritual, siempre nos proporciona alegría y goce. El amor a nuestros padres, a nuestros hijos a nuestros seres queridos nos proporciona goce. La felicidad y la alegría la tenemos con la presencia de las personas amadas no con aquellas que son desconocidas por nosotros. Por el contrario el odio siempre crea rencor sufrimiento y tristeza. El que odia sufre, pero el que es odiado nunca sufre, lo más probable es que ni se entere de que alguien, por las razones que sea le odia. El odiado jamás sufre, todo lo más si es una persona equilibrada y generosa, lamenta ser odia, y trata de poner los medios para que esta situación no se repita, no porque él sufra sino por razón del amor al prójimo.
El odio y toda la secuela de situaciones anteriores al odio, que pueden ir desde una simple antipatía no evitada hasta una fuerte enemistad son situaciones previas al odio, que a toda costa hemos siempre de evitar. El odio y todo lo que a él nos conduce, nos cierra las puertas del amor no solo en el orden sobrenatural, sino también en el orden natural. Tanto en el amor como en el odio, se da el fenómeno de la auto alimentación en el alma de la persona de que se trate. Cuando una persona, siente el deseo de amar al Señor y lucha por la realización de ese deseo, el Señor le facilita el amor, y ese amor genera en el alma humana un mayor deseo de amor, es como si se entrase en una espiral ascendente en la que al final se encuentra el Señor. A sensu contrario, con el odio pasa algo similar, la existencia de odio en una persona genera en ella una auto alimentación de ese odio, que si no se corta irá creciendo; es también como una espiral, pero en este caso descendente y al final de ella se encontrará siempre el maligno.
¿Se puede hablar de odio a propósito de Dios? Él no puede odiar a ninguno de los seres que Él mismo ha creado: “Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado”. (Sab 11,24). Pero Dios es un Dios celoso: "Porque Yahvéh tu Dios, es un fuego devorador, un Dios celoso”. (Dt 4,24). Y sus propios celos le llevan a odiar aquello que le pueda hacer competencia en su amor, algo que siempre se trata de algo creado por el Él. Así aborrece al hombre que hoy en día hace un dios del dinero, o aquel otro que antiguamente idolatraba estatuas. Su mismo amor implica una repulsión violenta hacia el pecado. Pero lo que odia Dios es la conducta, nunca la persona pecadora por Él creada. Así pues, si Dios odia el pecado, pero nunca odia al pecador, del que Él no quiere su muerte, sino que se convierta y viva: “¿Acaso deseo yo la muerte del pecador –oráculo del Señor– y no que se convierta de su mala conducta y viva?”. (Ez 18,23). En todo caso es deber que el término odio, solo se emplea en el A.T. no en el N.T.
La incompatibilidad del amor con el odio en sus diversas formas de agresividad, es absoluta. Esto quedó bien claro en el Sermón de la montaña. “Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes”. (Lc 6,35-38). Y en el parágrafo 2262, del Catecismo de la Iglesia católica se puede leer: “En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda el precepto: "No matarás" (Mt 5,21), y añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra mejilla (cf. Mt 5,22-39), amar a los enemigos (cf. Mt 5,44). El mismo no se defendió y dijo a Pedro que guardase la espada en la vaina (cf. Mt 26,52)”.
No hay la menor duda, lo nuestro es el amor y cuanto más amemos tanto al Señor, como al prójimo, más cerca estaremos del Reino de Dios. Querer hacer compatible nuestras enemistades con el amor a Dios, es imposible y el que trate de hacerlo se engaña a sí mismo: “Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”. (Mt 5,22-26). Son palabras del Señor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. AMAR A DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461164509
- Libro. DEL SUFRIMIENTO A LA FELICIDAD.- www.readontime.com/isbn=8460999858
- Libro. LA SED DE DIOS.- www.readontime.com/isbn=9788461316281
- El amor construye, el odio destruye. Glosa del 05-03-11
- Fortaleza del amor. Glosa del 07-07-11
- Felicidad y amor. Glosa del 12-08-11
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- ¿Pero, es verdad que Dios nos ama? 25-04-10
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