Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Desarrollo y crecimiento de la Iglesia (Catequesis)

por Javier Sánchez Martínez

La Iglesia crece y se desarrolla como Cuerpo de Cristo que está vivo, real, en la historia.

Su crecimiento es orgánico y en él hay desarrollo, pero no hay lugar para las rupturas. El sujeto-Iglesia es el mismo porque es el que el Señor ha preparado. Esa identidad del sujeto-Iglesia se mantiene a lo largo de los siglos pero unido a su crecimiento. Es "la continuidad del sujeto-Iglesia que el Señor nos dado", en palabras del papa Benedicto XVI en el discurso a la Curia (2212-2005), tan mal interpretado y peor citado (por ejemplo, no habla de "hermenéutica de la continuidad" sino de "hermenéutica de la reforma en la continuidad del único sujeto-Iglesia que el Señor nos ha dado"; pero nadie parece darse cuenta de dónde están los acentos, aferrados ellos a la mera continuidad y a su continuismo).

El crecimiento de la Iglesia se presenta como el desarrollo de un Cuerpo vivo que está en la historia; si se detiene el crecimiento en todos los sentidos (en un Concilio, en una época, en una estética), la Iglesia como Cuerpo estaría fosilizada y por tanto muriéndose.

"Pertenece a este tema la idea del desarrollo y, por ello mismo, del dinamismo histórico de la Iglesia. Un cuerpo permanece idéntico a sí mismo precisamente por el hecho de que en el proceso de la vida se renueva continuamente. Para el cardenal Newman, la idea de desarrollo llegó a ser el auténtico puente de su conversión al catolicismo. Creo que, en efecto, esta idea forma parte del acervo de conceptos decididamente fudnamentales del catolicismo, que no han sido todavía objeto de la consideración que se merecen, aunque también aquí corresponde al Vaticano II el mérito de haberla formulado solemnemente, por vez primera, en un documento magisterial. Quien se atiene únicamente al valor literal de la Escritura o a las formas de la Iglesia de los Padres, recluye a Cristo en el "ayer". La consecuencia es entonces, o bien una fe del todo estéril, que nada tiene que decir al hombre de hoy, o bien una actitud arbitraria, que salta por encima de dos mil años de historia, arrojándolos al cubo de basura de las equivocaciones, y trata ahora de reflexionar cómo debería presentarse el cristianismo según la Escritura o según Jesús. Pero el resultado sólo puede ser un producto artificial de nuestro propio hacer, que no tiene en sí consistencia alguna. Una identidad real con el origen sólo puede darse allí donde se da al mismo tiempo aquella viviente continuidad que desarrolla el origen y, precisamente de este modo, lo protege"

(Ratzinger, Iglesia, ecumenismo y política, pp. 910).


Así pues, la Iglesia crece, evoluciona, desarrolla su ser a partir de formas históricas ya existentes, en fidelidad a Cristo, no creando algo nuevo y con ruptura, sino con un desarrollo continuado. Pensemos que la Tradición es siempre algo vivo que crece a partir de lo previo sin cambiarlo ni negarlo, sino enriqueciéndose siempre con un "más".
 
Es lenguaje muy erróneo afirmar que hay una Iglesia "de antes del Concilio" y otra "post-conciliar"; la Iglesia es la misma, el sujeto es idéntico, y es este sujeto idéntico el que crece orgánica y necesariamente en la historia.

Sabiendo esto, y con una lectura (una o cien veces, las que haga falta) del discurso del Papa Benedicto, nos podemos hacer una idea exacta de lo que significan los dos puntos tratados: el sujeto-Iglesia en su continuidad y el desarrollo y crecimiento de la Iglesia.

"Por una parte existe una interpretación que podría llamar "hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura"; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la "hermenéutica de la reforma", de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino...
Precisamente en este conjunto de continuidad y discontinuidad en diferentes niveles consiste la naturaleza de la verdadera reforma. En este proceso de novedad en la continuidad debíamos aprender a captar más concretamente que antes que las decisiones de la Iglesia relativas a cosas contingentes —por ejemplo, ciertas formas concretas de liberalismo o de interpretación liberal de la Biblia— necesariamente debían ser contingentes también ellas, precisamente porque se referían a una realidad determinada en sí misma mudable. Era necesario aprender a reconocer que, en esas decisiones, sólo los principios expresan el aspecto duradero, permaneciendo en el fondo y motivando la decisión desde dentro.

En cambio, no son igualmente permanentes las formas concretas, que dependen de la situación histórica y, por tanto, pueden sufrir cambios. Así, las decisiones de fondo pueden seguir siendo válidas, mientras que las formas de su aplicación a contextos nuevos pueden cambiar..." (Benedicto XVI, Discurso a la curia, 2212-2005).

 ¿Habremos leído bien?

Se trata de aplicar la "hermenéutica de la reforma" no la "hermenéutica de la discontinuidad". Y aquélla es fecunda y reforma, porque hay realidades contingentes en la Iglesia que son en sí mismas mudables. Y -fijémonos en el último párrafo- hay "formas concretas, que dependen de la situación histórica y, por tanto, pueden sufrir cambios". Son párrafos altamente significativos para comprender la naturaleza de la Iglesia. Crece, progresa, se reforma, desarrolla lo ya dado por el Señor. El sujeto Iglesia es el mismo siempre y permanece idéntico.

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