Maledicencia, difamación y calumnia
por Juan del Carmelo
La maledicencia juntamente con la difamación y la calumnia, destruyen la fama de nuestro prójimo. Ambas figuras son una consecuencia de la antipatía, la animadversión o de lo que es peor, la enemistad, que son las que nos lanzan a hablar mal de alguien, difamarlo o calumniarlo, y todo son escalones de bajada hacia algo muy trascendente, cual es el pozo del odio en este mundo, y este escalón, será el primero al que accederemos, y si no andamos espabilados. Del pozo del odio mundano al final podemos saltar al pozo del odio eterno. Maledicencia, significa hablar mal de alguien, y este término tiene también varios sinónimos de acuerdo con el origen de este, como por ejemplo: habladuría, murmuración, chismorrería, infamación, comadreo y otros sinónimos, más. La maledicencia da origen a un tipo de pecado específico cual es el pecado de detracción, ya que como el término indica se le detrae a una persona su fama hablando mal de ella, y es de tener presente que la detracción de la fama, siempre se efectúa, sea esta fama merecida o inmerecida. En otras palabras, no nos libramos de incurrir en pecado, aunque sea verdad lo que decimos.
El hablar mal de una sola persona, o de varias se le llama maledicencia, y esta puede ser simple o compuesta, según que exista verdad o mentira, en lo que se dice, lo cual no justifica en ninguno de los dos casos la maledicencia, aunque algunos, eufemísticamente, califiquen la maledicencia como crítica constructiva, pero es de ver que: la mona aunque se vista de seda, mona se queda. San Josemaría Escrivá, en su libro “Camino” tiene un punto que dice: “Habla bien de todo el mundo y si no puedes cállate”. Cualquier forma de hablar mal de alguien, es siempre faltar al amor al prójimo, lo califiquemos como lo califiquemos y lo tratemos de justificarlo, con una terminología eufemística, o de cualquier otra manera. Hablar mal, aunque sea verdad lo que se dice, siempre constituye un robo; se roba la fama de la persona de quien hablamos, y ello es un robo cuya posterior reparación es prácticamente imposible, las palabras aquí son como plumas que se echan al viento, es imposible recogerlas todas luego.
Con respecto al robo de la fama, también se usa el término detracción, en cuanto lo que se extrae es la fama de la persona de la cual hablamos con malicia o sin ella, lo cual es la base del llamado pecado de detracción. Toda persona tiene el derecho a que se le respete su honor y su fama, pues ello forma parte de su patrimonio. En el libro de los Proverbios podemos leer: “Más vale buen nombre que muchas riquezas, y mejor es favor que plata y oro”. (Pr 22,1). Y por ello es frecuente la defensa que en las Sagradas escrituras se hace de este patrimonio moral. Así en el Eclesiástico, también podemos leer: “Preocúpate de tu nombre, que eso te queda, más que mil grandes tesoros de oro.”. (Ecl 41,12).
De todas formas el honor y la honra no son patrimonios supremos del hombre, pues mucho más importante es lo que somos ante Dios y nadie puede quitarnos nuestra honra ante Él. Pero hay veces en las que es preciso renunciar por amor al Señor al honor, y a nuestra fama delante de los hombres. En este sentido se pueden interpretar las palabras del Señor, cuando nos dijo: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será en los cielos vuestra recompensa, pues así persiguieron a los profetas que hubo ante de vosotros”. (Mt 5,1112).
La maledicencia es siempre difamación, aunque quizás se piense que el vocablo maledicencia es más suave que el de difamación. La maledicencia simple es en este caso, lo que se dice, hablando mal de alguna persona, pero sin intencionalidad de dañarle, por el contrario la maledicencia compuesta es la que nace cuando se habla de alguien, diciendo verdades pero con intencionalidad de difamarlo, de ahí el nombre de difamación. Para San Francisco de Sales, el murmurador o maledicente, comete de ordinario con solo una estocada de su lengua, tres crímenes de homicidio: primero, dando muerte espiritual a su propia alma, segundo asesinando también espiritualmente al que le escucha y tercero dándole muerte civil a la persona de quien murmura; pues cono dice San Bernardo, el que murmura y el que escucha la murmuración tienen en sí al demonio, uno en la lengua y el otro en el oído.
Cosa más grave es la calumnia, pues ella suma a la difamación que se hace, el contar una mentira, para degradar más al calumniado, en este caso, se entra en el terreno de la mendacidad, es decir, es mendaz, el que tiene el hábito, de mentir. El Señor, nos dejó dicho: "Raza de víboras, ¿cómo podéis vosotros hablar cosas buenas siendo malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del tesoro malo saca cosas malas. Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado”. (Mt 12,34-37).
Este pasaje evangélico, aunque tiene como finalidad, el poner de relieve el pecado de los fariseos, es indudablemente muy aprovechable para nosotros, que muchas veces actuamos farisaicamente. Pero es importante el último punto de este pasaje evangélico, donde se nos pone en guardia frente a toda palabra ociosa, pues de ellas habremos de dar cuentas. En general es en la maledicencia, donde más incurrimos en faltas y pecados y de todo lo que digamos del prójimo, aunque sea con fundamento, daremos cuenta porque en la mayor parte de las veces estamos robando la fama. En este mismo sentido Santiago en su epístola nos dice: “No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la Ley y juzga a la Ley; y si juzgas a la Ley, ya no eres un cumplidor de la Ley, sino un juez.”. (Sant 4,11).
Como ya antes hemos escrito, la maledicencia es en términos genéricos, el hablar de alguien, con o sin razón, porque la raíz de la misma palabra lo dice mal-decir, decir mal de alguien, aunque sea verdad lo que se dice. La difamación es una maledicencia unida a una mentira. Si la difamación se realiza sin intencionalidad de dañar, por mero cotilleo, estamos ante una difamación simple. Pero cuando la difamación se realiza con el afán de producir daño en la fama u honra de una persona estamos ante algo peor, que es una difamación completa. La diferencia entre calumnia y difamación, se establece en razón de que en la calumnia se reúnen: la maledicencia y la difamación con mentira, es decir difamación completa, y además una acusación. La realidad es, que estas son tres formas de un mismo pecado, que se comete frecuentemente en las conversaciones, en una forma que va desde una maledicencia simple, a una calumnia intencionada. Pasando por la formas intermedias de difamación. Y esto no solo ocurre a nivel de simples conversaciones entre particulares, sino a través de los medios de comunicación. No tenemos más que encender la TV y conectar con cualquier magazine del corazón, o tertulia política.
Como norma de actuación cristiana y católica frente a estas situaciones tan frecuentes de darse hoy en día, Luis de Blois –Blosio- nos dice: “En el hablar has de ser muy recatado, honesto, irreprensible y muy comedido…, en el día del juicio han de dar cuenta los hombres de toda palabra ociosa que hablaren (Mt 12,36). Huye también de ser duro y mordaz en tus palabras. Ten abominación del vicio de la murmuración y la maledicencia” Y en el Kempis, se nos recomienda: “Procura que tu paz no dependa de los dichos de los que te rodean; pues hablen bien o mal de ti, no por eso dejarás de ser lo que eres”.
El Señor, nos dejó marcada cual había de ser nuestra conducta. Así en el N.T, nos habla San Pedro en su primera epístola, de cuál era la actitud del Señor: “Cuando era insultado, no devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente”. (1Pdr 2,23). Y esta fue también siempre la conducta de los primeros cristianos. San Pablo escribía: “Nos insultan y deseamos el bien. Padecemos persecución y la soportamos. Nos calumnian y consolamos a los demás. Hemos llegado a ser como la basura del mundo, objeto de desprecio para todos hasta el día de hoy. No les escribo estas cosas para avergonzarlos, sino para reprenderlos como a hijos muy queridos”. (1Cor 4,1314).
De todas formas, si alguna vez padecemos: maledicencia, difamación, calumnia, o injurias, tengamos siempre presentes las palabras del Señor: “Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes”. (Lc 6,35-38).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- ENTREGARSE A DIOS. Isbn.- www.readontime.com/isbn=8460975940
- LA HUELLA DE DIOS. Isbn.- www.readontime.com/isbn=9788461164523
- Injurias y agravios. Glosa del 23-0410
- Antipatía . Glosa del 131011
- El amor construye, el odio destruye. Glosa del 05-0311