Velad, vigilad, esperad
Velad, vigilad, esperad
Con el primer domingo de Adviento un nuevo año cristiano comienza; en línea continua, formando una espiral, volvemos al principio y sin embargo no es lo mismo, la mera repetición, sino un paso más. Vamos avanzando en la acción salvadora del Señor hasta que Él vuelva.
En cada año litúrgico se actualiza la Presencia del mismo Señor y se comunican los misterios de la salvación, lo que Él obró, que ahora han pasado a los ritos sacramentales de la Iglesia. El año cristiano es más que un simple recuerdo o memoria psicológica (afectiva o devocional) de lo que pasó, sino Presencia y Memorial, un hacerse presente de los Misterios de Cristo para santificarnos.
"En el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor.Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación" (SC 102).
Dicho de otra forma, y con palabras del Catecismo, cada año litúrgico es un "año de gracia del Señor", como tal hemos de recibirlo, como tal queremos que deje su huella, su impronta, en nosotros:
"El año, gracias a esta fuente, queda progresivamente transfigurado por la liturgia. Es realmente "año de gracia del Señor" (cf Lc 4,19). La economía de la salvación actúa en el marco del tiempo, pero desde su cumplimiento en la Pascua de Jesús y la efusión del Espíritu Santo, el fin de la historia es anticipado, como pregustado, y el Reino de Dios irrumpe en el tiempo de la humanidad" (CAT 1168).
El Adviento, con su recordatorio y actualización, nos pone en situación: aguardamos, esperamos, la venida del Señor; Aquél que una vez vino en la humildad de su carne, naciendo de santa María virgen, volverá esta vez glorioso, como Señor de todo. Sí, volverá.
Mientras vuelve, aguardamos la alegre esperanza, la aparición dichosa de nuestro Salvador, como recordamos cada día en la Misa: "mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo", y suplicamos cada jornada: "Venga a nosotros tu reino".
El tono del Adviento, ya preanunciado con las dos últimas semanas del tiempo ordinario, es esperanzador. Se trata de levantar la mirada al Señor, implorar su venida, apresurarla incluso (cf. 2P 3,12), aguardarla gozosamente. ¡Levantemos el corazón! La esperanza es posible porque el Señor viene y vendrá.
Los textos eucológicos (es decir, los textos de la liturgia) rezuman esperanza sobrenatural, tanta como para que el corazón se dilate por el deseo y sea capaz de aguardar y luego recibir la Venida del Señor.
El responsorio de la 2ª lectura del Oficio de lecturas de hoy, I Domingo de Adviento, es una preciosidad, una joya espiritual y litúrgica:
R/. Mirando a lo lejos, veo venir el poder de Dios y una niebla que cubre la tierra. Salid a su encuentro y decidle: «Dinos si eres tú el que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.»
V/. Plebeyos y nobles, ricos y pobres.
R/. Salid a su encuentro y decidle: «Dinos si eres tú El que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.»
V/. Pastor de Israel, escucha, tú que guías a José como un rebaño.
R/. «Dinos si eres tú El que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.»
V/. ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.
R/. El que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.»R/. Mirando a lo lejos, veo venir el poder de Dios y una niebla que cubre la tierra. Salid a su encuentro y decidle: «Dinos si eres tú el que ha de reinar sobre el pueblo de Israel.»
El Adviento en el rito hispano-mozárabe, más amplio, de VI domingos, comenzó hace ya dos semanas exhortando a los fieles a una disposición interior de vela esperanzada. La Oratio admonitionis del primer domingo decía:
Hermanos amados,ahora que esperamos gozososla venida de nuestro Señor Jesucristoimploremos con más fervor la omnipotencia de Dios Padre,para que purifique nuestros corazonesy conserve incontaminados nuestros cuerpos.Que él suscite en las almas de los fielesel deseo de buscar con toda fidelidadlo que puede ser de provecho para la salvación.Esperemos con ánimo sereno a aquél que ha de veniry que ha sido exaltadopor encima de todos los principados y potestades.Seamos solícitos en todo momentopara merecer el favor del que ha de venir en gloriapara juzgar a los vivos y a los muertos,según creemos y confiamos.R/. Amén.Él que vive y reina con el Padre y con el Espíritu Santo,un Dios, por los siglos de los siglos.R/. Amén
Caminemos así, y esponjemos nuestras almas con la esperanza que se ha infundido en nuestros corazones, mientras esperamos que venga el Señor, el Rey de la gloria.
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