Reflexionando sobre el Evangelio (Jn 1,6-8.19-28. )
Somos la voz que clama en el desierto
Los cristianos somos la voz que clama en el desierto. Nuestra voz indica que Cristo es el único salvador del mundo y clamamos en el extenso páramo de la sociedad del siglo XXI. Es un desierto, porque estamos ciegos a todo lo que no sea útil y placentero para nosotros. Ignoramos todo lo que no nos satisfaga y sea útil para nuestros intereses. Por eso lo trascendente sólo llega a comprenderse como un cuento entretenido de contar, siempre que sea útil. Hemos sustituido lo sagrado por la tecnología. Si queremos ver y sentir algo extraordinario, recurrimos a lo que la tecnología no ofrece. Tecnología que ansiamos y al mismo tiempo, nos domina en todos los sentidos. También hemos sustituido a Dios por un inmenso ídolo, llamado poder. Ni la tecnología, ni el poder nos llevarán muy lejos. Son la actualización del fruto prohibido que la serpiente ofreció a Eva en el Edén. La serpiente prometió que, al comer del fruto prohibido, serían como dioses y actualmente esto es más evidente que nunca.
¿Clamar en el desierto? ¿Qué sentido tiene llamar en el desierto? Este sentido...
… no debe ser otro que el que el alma, separada de Dios, vuelva otra vez al camino recto que conduce a Dios, no siguiendo la malicia de los pasos torcidos de la serpiente, sino elevándose por medio de la contemplación al conocimiento de la Verdad, sin mezcla alguna de mentira, para que la vida de acción se ajuste a la norma de lo lícito después de una conveniente meditación. Por esto sigue: "Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías el profeta". (Orígenes de Alejandría, Catena Aurea - Jn 1, 19-23)
Tal como indica Orígenes de Alejandría, la voz en el desierto sólo puede llamar a la conversión. Si encontramos otras voces que hablan de cuestiones cotidianas, mundanas, egoístas, socio-culturales, nos debemos de dar cuenta de que el mensaje que contienen no señala a Cristo. No son la misma voz que Juan el Bautista hizo llegar a quienes abrieron su entendimiento a Dios. Tampoco hace falta que quien clama en el desierto sea un intelectual o un sabio reconocido, porque el mensaje que transmite es sencillo: conversión. Dejar de arrodillarse ante las cosas del mundo, para arrodillarse ante Dios.
San Juan Bautista nos llama a enderezar el camino hacia el Señor. Cualquier otro camino nos llevará lejos y nos perderá. Seguramente nos preguntemos por el camino que tenemos que enderezar. Pensemos en los Magos de Oriente. ¿Cómo iban a llegar solos hasta un pobre pesebre de una aldea perdida de Galilea? Para algo la Estrella aparece y les lleva hasta el lugar donde pudieran arrodillarse ante el Salvador. Tuvieron que dejar atrás las certezas de lo conocido y bien visto. El recto camino lo marca la Luz de Dios, la Luz que siempre nos espera tendiendo su mano para sacarnos del mar de lo cotidiano, que nos traga día a día.
Jesús les habló otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. (Jn 8, 12)
Tal como la voz que clama en el desierto nos dice: enderecemos el camino de nuestra vida, busquemos la Luz (Cristo) y sigamos sus pasos con esperanza y humildad.