¿Puedo hacer algo más?
por Juan del Carmelo
Desde luego que sí. En la vida espiritual siempre podemos hacer, no digo algo, sino mucho más de lo que habitualmente hacemos Adocenarse en el desarrollo de nuestra vida espiritual, es lo más corriente. Uno toma unos hábitos de vida espiritual, más o menos generosos en el amor al Señor, y va pasando el tiempo y nos vamos adocenando. Llega momentos en que se adquiere la doble facultad, de estar haciendo lectura espiritual o rezando, y al mismo tiempo pensando, en el traje que me podré mañana para ir a esa fiesta, que tanta ilusión me hace o que le diré a fulano, en la reunión que pasado mañana he de tener con él.
Es muy mala cosa en la vida espiritual, mirar a nuestro alrededor y no digo yo, mirar para atrás y pensar que estamos muy por encima del nivel medio de los demás. Uno se debe de acordar de la oración del fariseo: "Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias” En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”. (Lc 18,914).
La virtud de la humildad, es básica, sobre todo referida a la oración. Santa Teresa de Jesús decía, que: “Lo que yo he entendido, es que todo este cimiento de la oración está fundado en la humildad, y cuanto más se humilla el alma en la oración, más la sube Dios”. Porque como también escribía San Agustín: “Si en tu corazón habita la humildad, Dios vendrá a ti, y en tu propia morada habitará contigo”.
El que es humilde, se examina y se ve pobre, pequeño, e insignificante, porque reconoce la riqueza y la grandeza de Dios. Se encuentra Ante la magnificencia y superioridad que irradia la santidad y la gloria de Dios, se siente pecador, pero llamado a participar de esa santidad y de esa gloria. El humilde siempre escucha nunca se impone, nunca envidia el bien o las riquezas de los demás, al contrario muchas veces le da gracias a Dios por haberle librado de ser rico materialmente, lo que el anhela es que todos participen del gozo y felicidad que el Señor derrama sobre él y que Dios reine en todos los corazones humanos.
El Señor nos dejó dicho: “Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). Y para serlo, nunca nos podemos dar por satisfechos, con lo que hacemos, siempre podemos hacer más porque siempre podemos amar más al Señor. Es sabido que en la vida espiritual, el que no avance o se estanca retrocede. Por ello hemos de fomentar en nosotros el deseo de hacer más, y continuamente preguntarle al Señor: ¿Qué más deseas que haga por Ti? La respuesta a esta pregunta es bien sencilla, si tenemos en cuenta el principio de que: Nosotros somos siempre más perfectos, cuanto más amamos. ¿Y que es lo que debemos de hacer para amar más? Sencillamente desear amar más. Y el deseo de amar más, es la consecuencia lógica de una vida de oración más intensa, sin marginar por supuesto el contacto sacramental. Porque el Señor bien claro que nos los dejó dicho: “Sin mí nada podéis” (Mt 15,5). Necesitamos la gracia sacramental para poder desear ama más al Señor.
Todos podemos hacer mucho más de lo que hacemos, porque a todos nos ha dicho el Señor que seamos perfectos, y el ser perfectos no tiene límites, seremos más perfectos cuanto más amemos y el amor tampoco para nosotros carece de límites; podemos amar al Señor hasta límites insospechados para nosotros mismos. ¿Quién le iba a decir a un San Agustín hereje maniqueo, que iba a llegar a donde llegó.
En la vida tanto terrenal como en la sobrenatural, hay un principio esencial que no todo el mundo atiende como es debido y que dice sencillamente: Querer es poder. El que quiere llega a donde quiere, todo es un problema de voluntad.
A Santo Tomás de Aquino, dentro de la orden de los dominicos, le tenía puesto el sobrenombre del Buey mudo, debido primeramente a su gran corpulencia y en segundo lugar a lo escueto que era hablando y exponiendo opiniones, no así, gracias a Dios le era escribiendo. Cuando faltaba ya muy poco para que el Señor lo llamará a su gloria, todo el mundo que le rodeaba, sabía la fama que tenía de santo, aún en vida, y en esta situación, su hermana un día le preguntó: Tomás que hay que hacer para ser santo: Tomás, haciendo honor a su sobrenombre, le respondió: Querer. Por consiguiente más que preguntarnos qué más podemos hacer por el Señor, para amarle más y subsiguientemente ser más perfecto, tengamos la firma voluntad de querer amar más al Señor, que sin duda de ningún género, Él ya se ocupará de satisfacer nuestro deseo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. AMAR A DIOS. www.readontime.com/isbn=9788461164509
- Libro. RELACIONARSE CON DIOS. www.readontime.com/isbn=9788461220588
- Libro. LA SED DE DIOS. www.readontime.com/isbn=9788461316281
- Locuras de amor. Glosa del 26-0110
- Vibrar de amor. Glosa del 31-0510
- El celo de tu casa me consume. Glosa del 28-0910
- Los goces de amar a Dios. Glosa del 22-07-09
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