Volver a intentarlo

Qué hago por mi parte? ¿Qué hago? ¿Me limito a ver el transcurso de los días, si acaso poniendo al margen algún apunte o verso o asombro pasajero? No dejo de pensar en lo poco que me esfuerzo por mi vida (y ya no digo nada por la de los demás). Me siento como apático, renegón, en exceso quisquilloso. Digo yo que algo más tendré que hacer, y amar. No quedarme como un fantoche sentado por cualquier sitio, en un continuo ensueño, con la mirada recorriendo las paredes o el suelo. Lo más fácil es pensar -pensar nunca es fácil, ahora que lo pienso- que uno no es capaz de lograr algo especial, que no, que no sirve, que como mucho una novela, un beso, el lavavajillas o una avemaría. Siempre se encuentran palabras apropiadas para escurrir el bulto. O una buena toalla naranja donde tumbarse en la piscina, o un trozo de cielo donde pasar el rato por si aparece alguna nube. En fin, ¿voy a hacer algo, me decido? ¿Voy a tomarme un poco más en serio el tiempo, el amor, la piedad con Dios y hasta la literatura? Lo más fácil es quedarme así de espantajo y muermo, y vivir del cuento y de lo tibio. Y encima familiares y amigos piensan que eres bueno. ¡Ja! Y que hasta escribes bien. ¡Ja! O que hasta eres un ejemplo como padre de familia. ¡Ja! O etcétera. ¡Ja, ja, ja! Cuando tú eres consciente de la trola, de lo que eres y evades. Pero vale, no vaya a ser que me vaya por el otro extremo. Digo que algo decente tendré, que no todo en mi vida serán chapuzas. Pero debo mejorar, volver a impulsarme. Enamorarme más de Dios y de los míos. No cejar, aunque las cosas no pinten estupendas y vuelva de cuando en cuando a las andadas de lo chato o mediocre (¡cuánta torpeza la mía!). Esto de vivir es cuestión de volver a intentarlo, hasta que salga la vida una pizca más decente, más alegre y verdadera. Más fructífera, con un poco más de luz y gracia.