Miércoles, 04 de diciembre de 2024

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Reflexionando sobre el Evangelio Mc 1,21-28

Cristo es el Santo de Dios. Arrodillémonos.

Cristo es el Santo de Dios. Arrodillémonos.
Cristo es el Santo de Dios. Arrodillémonos.

por La divina proporción

En el Evangelio de este domingo podemos ver a Cristo hablando en la Sinagoga con autoridad. Su autoridad es tan evidente, que lleva a muchos a sorprenderse. Los escribas no tenían esa autoridad. ¿Por qué? Tiene autoridad quien señala la Verdad y lo hace desde la realidad que todos viven en ese momento. En la Sinagoga había una persona poseída que increpó a Cristo. Le increpó porque la autoridad que demostraba le hacía sentir que había llegado el momento en que todo debía cambiar y eso le molestaba. ¿Cómo podemos traer este episodio evangélico a la realidad que vivimos actualmente? Leamos lo que nos dice San Jerónimo:

Cafarnaúm en sentido místico significa granja de consuelo, y sábado descanso. Así, pues, el hombre con el espíritu inmundo sana con el descanso y el consuelo, de modo que el lugar y el tiempo convienen a la salvación. El hombre con el espíritu impuro es el género humano, en el cual reinó la impureza desde Adán hasta Moisés, porque sin ley pecaron, y sin ley perecieron (Rom 2). Se manda callar al que conoce al Santo de Dios, porque los que conocieron verdaderamente a Dios no lo glorificaron como a Dios, sino que sirvieron más bien a la creatura que al Creador (Rom 1). El espíritu que atormentaba al hombre salió de él. Acercándose la salvación, se acercó también la tentación. El faraón, que habría de dejar ir a Israel, persigue a Israel (Ex 14). El diablo menospreciado se alza para hacer caer. (San Jerónimo. Tomado de Catena Aurea Mc 23-28) 

San Jerónimo hace una lectura mística de lo que acontece en el Evangelio. Una lectura que nos ayuda a plantearnos lo que nos sucede actualmente en la Iglesia y fuera de Ella. La humanidad actual se comporta como ese endemoniado. No deja de gritar y despreciar a Cristo. Cristo invade sus dominios constantemente y eso le molesta. La humanidad actual necesita descanso. Estamos cansados, agobiados y llenos de problemas. Necesitamos a Cristo, porque sólo su autoridad nos puede sanar:

Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera. (Mt 11, 28-29)

El enemigo siempre se alza, para después sucumbir al poder de Dios. Ahora, no esperemos que esto ocurra rápidamente. El pueblo judío tuvo que vagar cuarenta años por el desierto, antes de encontrar la Tierra Prometida. Es cierto que nuestra situación es desesperante. Es decir, sin esperanza. La Esperanza no llega a nosotros, porque vivimos con el corazón cerrado a la Gracia de Dios. El Agua Viva no llega a nosotros y la razón de ello es que tenemos los oídos cerrados a Dios. Cristo nos habla de forma mística de diversas maneras. Nosotros rara vez somos capaces de ver más allá de lo que sirve materialmente a nuestros intereses:

Por eso les hablo en parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. (Mt 13, 13)

Sin duda, no glorificamos a Dios en nuestra vida. La sociedad es cada día más sorda y ciega a la Gracia de Dios. Increpamos a Dios cuando nos señala nuestro egoísmo. ¿Qué podremos hacer? Tan sólo esperar a que Cristo ordene retirarse al maligno. Nosotros no tenemos la capacidad de hacerlo con nuestras fuerzas humanas. Mientras tanto, vivir la espera con Esperanza. Esperanza en Cristo y en su autoridad frente a todo lo que sucede en el mundo. Autoridad que no es humana, política o eclesial. Autoridad que es verdadera y divina. De nada nos vale escondernos o suicidarnos. De nada nos vale correr detrás del primer segundo salvador que nos llene los oídos de promesas humanas. De nada valen las soluciones que buscan volver a falsos pasados idílicos o a utópicos futuros, creados con nuestras fuerzas humanas. Sólo Cristo tiene palabras de vida eterna. Cualquier otra palabra sólo puede aspirar a señalar a Cristo como salvador y redentor de todos. No debemos separarnos del Señor, aunque el marketing nos invite todos los días a adorar a los ídolos de oro del momento.

¿Acaso queréis vosotros iros también? Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 67-68)

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