Cristo en el pobre

Iván era un pobre que pedía todos los días en la puerta de mi parroquia. Normalmente estaba borracho. Dormía entre cartones bajo el Puente de Vallecas. A veces se tumbaba en la entrada, o entraba gritando en medio de la misa. Tenía quemaduras en la cara, los brazos y las manos. Le faltaban algunos dedos. Daba una pena inmensa. No admitía ningún tipo de ayudas que Cáritas ofrece.

Un día, un feligrés, Marcelino, al salir de misa, le invitó a un café. Pudieron hablar largo rato y Marcelino sintió cómo Jesucristo estaba en el pobre que tenía enfrente. Era su “Cristo roto” en la pobreza y el alcohol. Era como si Cristo le dijese: “cuídame”.

Decidió llevarlo a su casa, que no era más que un pequeño piso de alquiler. Cuando el casero se enteró de que metía en casa a un mendigo borracho, se lo prohibió. Marcelino insistió en  que, como era el mismo Cristo su invitado, que si echaba al borracho, él también se iría. El casero no cedió y se tuvieron que ir los dos del piso. Pasaron la noche durmieron en un coche.

Al día siguiente Marcelino se lo llevó a su trabajo –maquinista de tren- porque no quería que cayese de nuevo en el alcohol. Estuvo buscando otro piso para alquilar y al cabo de tres días lo encontró. Una vez viviendo juntos en un pequeño piso, le puso un plan de trabajos, de horarios, etc., para que no bebiera más. Se apuntó a Alcohólicos Anónimos, se aseó, empezó a ir a misa a diario con Marcelino.

La gente veía comulgar como un ángel al que antes veía borracho en la puerta. Pasados unos meses se escapó alguna vez de la casa, teniendo recaídas en el alcohol y Marcelino le buscaba por las noches hasta que le encontraba tirado y borracho y se lo llevaba de vuelta a casa. Él se arrepentía y lo volvía a intentar de nuevo. Esta vez ya no nos pedía monedas sino oración.