Vida privada y pública del político
Con bastante facilidad se distingue entre vida privada y vida pública de los políticos. Se dice que una cosa es ser un buen matemático o un buen científico o un buen poeta, y otra, es ser una persona honrada, digna, merecedora de confianza. Lo mismo, dicen, sucede con los políticos.
¿Es el mismo caso? Es decir, los políticos, en su actuación política ¿son como los artistas que cuando se ponen a pintar o a esculpir o a componer música, desarrollan su arte al margen de su vida privada? ¿Son como los matemáticos que, a la hora de resolver un problema lo hacen bien o mal, al margen también de su vida privada?
El político ha recibido el encargo de gestionar el bien público porque el pueblo se fía de él; y se fía de él porque ve su manera de proceder en su vida privada: lo elige porque lo ve honrado, serio, formal, justo, capaz de gestionar sus cosas... Ese mismo hombre, al ser elegido para un cargo público, sigue siendo el mismo hombre de antes, honrado, serio, formal, justo, capaz de gestionar sus cosas. La diferencia está en que en vez de gestionar sólo sus asuntos privados, gestiona también los asuntos públicos. Pero es el mismo hombre.
Por la unidad de vida en el aspecto moral que hay en todos, es el mismo hombre quien, al pasar de la vida privada a la pública, seguirá actuando con honradez, con dignidad, con honestidad si antes era honrado, digno y honesto; o con orgullo, con desfachatez o con prepotencia si antes actuaba así ¿No es esto lógico?
Con maderas carcomidas no puede construirse un andamiaje sólido. Con hombres carcomidos por la inmoralidad no se puede construir una política honesta. No puede admitirse una dicotomía en la vida moral de cualquier hombre; tampoco en el político.
Quien no es honrado en la vida familiar, laboral, comercial, ¿ha de serlo en la vida pública? Habría que explicar cuál es el elemento nuevo que ha entrado en juego para que cambie ese hombre, cuál es la varita mágica que lo ha convertido en un hombre honrado. Porque si se ha aprovechado de los demás en sus negocios, aunque siempre haya procurado guardar las apariencias, se seguirá aprovechando de los demás en su vida pública, guardando también las apariencias, desde luego. Y si entre sus vecinos ha destacado por su laboriosidad, por su capacidad de ayudar y de servir, por su sensibilidad ante los problemas humanos, seguirá siendo así en la vida pública. Todos conocemos a políticos de una clase y de otra.
Quien instrumentaliza a los demás en su vida privada no lo hace porque su vida sea privada, sino porque él es como es. Y si sigue siendo como es, seguirá haciéndolo en su vida pública, con la particularidad de que en la vida pública tendrá más posibilidades y mayor campo de actuación. Se trata del mismo hombre con distintas posibilidades. Y ya se ha visto hace poco, con motivo de ciertos escándalos, que las posibilidades son impresionantes, y eso que no sabemos todo lo que pasa.
En definitiva, que nada hay totalmente privado; ni la propia vida. Y el pueblo tiene derecho a exigir fiabilidad en quienes han de dirigir la vida social de todos los ciudadanos. Y lo mismo que tiene derecho a exigirlo, tiene el deber de elegir en conciencia a los mejores. ¿Y quiénes son los mejores? Desde luego no los más inmorales ni los más corruptos.
José Gea
¿Es el mismo caso? Es decir, los políticos, en su actuación política ¿son como los artistas que cuando se ponen a pintar o a esculpir o a componer música, desarrollan su arte al margen de su vida privada? ¿Son como los matemáticos que, a la hora de resolver un problema lo hacen bien o mal, al margen también de su vida privada?
El político ha recibido el encargo de gestionar el bien público porque el pueblo se fía de él; y se fía de él porque ve su manera de proceder en su vida privada: lo elige porque lo ve honrado, serio, formal, justo, capaz de gestionar sus cosas... Ese mismo hombre, al ser elegido para un cargo público, sigue siendo el mismo hombre de antes, honrado, serio, formal, justo, capaz de gestionar sus cosas. La diferencia está en que en vez de gestionar sólo sus asuntos privados, gestiona también los asuntos públicos. Pero es el mismo hombre.
Por la unidad de vida en el aspecto moral que hay en todos, es el mismo hombre quien, al pasar de la vida privada a la pública, seguirá actuando con honradez, con dignidad, con honestidad si antes era honrado, digno y honesto; o con orgullo, con desfachatez o con prepotencia si antes actuaba así ¿No es esto lógico?
Con maderas carcomidas no puede construirse un andamiaje sólido. Con hombres carcomidos por la inmoralidad no se puede construir una política honesta. No puede admitirse una dicotomía en la vida moral de cualquier hombre; tampoco en el político.
Quien no es honrado en la vida familiar, laboral, comercial, ¿ha de serlo en la vida pública? Habría que explicar cuál es el elemento nuevo que ha entrado en juego para que cambie ese hombre, cuál es la varita mágica que lo ha convertido en un hombre honrado. Porque si se ha aprovechado de los demás en sus negocios, aunque siempre haya procurado guardar las apariencias, se seguirá aprovechando de los demás en su vida pública, guardando también las apariencias, desde luego. Y si entre sus vecinos ha destacado por su laboriosidad, por su capacidad de ayudar y de servir, por su sensibilidad ante los problemas humanos, seguirá siendo así en la vida pública. Todos conocemos a políticos de una clase y de otra.
Quien instrumentaliza a los demás en su vida privada no lo hace porque su vida sea privada, sino porque él es como es. Y si sigue siendo como es, seguirá haciéndolo en su vida pública, con la particularidad de que en la vida pública tendrá más posibilidades y mayor campo de actuación. Se trata del mismo hombre con distintas posibilidades. Y ya se ha visto hace poco, con motivo de ciertos escándalos, que las posibilidades son impresionantes, y eso que no sabemos todo lo que pasa.
En definitiva, que nada hay totalmente privado; ni la propia vida. Y el pueblo tiene derecho a exigir fiabilidad en quienes han de dirigir la vida social de todos los ciudadanos. Y lo mismo que tiene derecho a exigirlo, tiene el deber de elegir en conciencia a los mejores. ¿Y quiénes son los mejores? Desde luego no los más inmorales ni los más corruptos.
José Gea
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