Salvarse sí, ¿pero...?
por Juan del Carmelo
Todo el mundo desea salvarse…, los creyentes, más que nadie, ya sean ellos poseedores de un fuerte desarrollo de su vida espiritual, ya tengan un mediano desarrollo de esta, ya sean tibios o inclusive creyentes pero no practicantes. Expresión esta última que siempre me ha parecido absurda, pues en mi mentalidad, me resulta incomprensible que alguien crea de verdad y no practique lo que dice creer. Bien es verdad que se puede practicar a trancas y barrancas, cayendo y levantándose, pero esto para mí es practicar, practicar malamente pero al fin y al cabo practicar.
Luego tenemos a los no creyentes, que aunque parezca paradójico, en el fondo también desean salvarse, en eso en lo que ellos no creen. Porque de la misma forma que el creyente, lo que tiene es fe y no evidencia de que Dios existe y ya le gustaría tener evidencia de la existencia de Dios, para no ser asaltado por las dudas de fe. El no creyente también vive asaltado por la idea de que carece de evidencia de que Dios no existe, el no creyente podrá tener una fe llamémosla negativa de que Dios no existe, pero lo que ninguno de ellos tiene es evidencia de que Dios no existe.
Y de la misma forma que el creyente es asaltado por las dudas de fe, y se dice para sí: ¡Mira que si al final resulta que Dios existe! ¡Vaya patinazo! ¡Vaya metedura de pata!, la que al final puedo llegar a tener; el no creyente es asaltado por sus dudas de que a lo mejor se está equivocando, y esto se traduce en una cierta ansia de querer creer, por lo que es frecuente, que a más de uno de nosotros se nos diga: Ya me gustaría a mí tener le fe, que tú tienes. Cuando resulta que el tener fe, es la cosa más fácil del mundo, solo es necesario, tener voluntad de quererla tener y pedírsela al Señor. Aquí pasa algo parecido a lo que pasa con el amor a Dios, que cuando una persona quiere amar a Dios sin darse cuenta, ya lo está amando. Por ello el que tenga voluntad de querer tener fe, si darse cuenta ya está teniendo fe, una fe pequeña, incipiente pero fe al fin y al cabo, es como una pequeña planta que si la regamos puede convertirse en un descomunal árbol.
Pero lo que, tanto los que siendo creyentes y no viven en gracia de Dios, como los no creyentes, mentalmente, cuando se les recuerda la salvación de las almas, o el inexorable abandono de este mundo, que todos lo haremos, inmediatamente echan mano, de la Misericordia divina. Y puede ser que más de uno se lleve un chasco, porque tienen una visión deformada de lo que es y cómo funciona la Misericordia del Señor. Dios no es un papa bonachón, que mal educa a sus hijos, dejándoles hacer todo lo que les apetezca, para no complicarse la vida teniendo que educarlos. La Misericordia divina existe y es un valor tan importante como pueda ser la Justicia divina. Pero marginando el problema de que prima más si la misericordia o la justica y dejándoselo a los teólogos, hay una cosa cierta, y es que jamás se genera la Misericordia de Dios si no media un previo arrepentimiento. Y esto es una importante condición, sine qua non, para que se genere la Misericordia divina. Para no complicarse uno la vida, lo mejor es pensar que no existe, y pensar más en amar a Dios que en su Misericordia.
Salvarse si, desde luego que todo el que quiera salvarse lo logra, solo basta con aceptar el amor que el Señor le ofrece, aunque sea en el último instante. Pero no todo el mundo se salva con el mismo grado de glorificación. Para mí, que el grado de glorificación de un alma, está en función de la capacidad de amar a Dios, que esta alma haya logrado conquistar en este mundo. Más de una vez, en glosas anteriores he escrito, que hemos venido a este mundo, donde estamos de paso, para superar una prueba de amor, una prueba de amor al Señor. Y como resulta, que una de las varias características del amor es la asemejanza, es decir el deseo que siempre tiene el que ama de asemejarse a quien ama. Esta característica, nos lleva al deseo de imitar a Cristo.
Como es de suponer, esta imitación de Cristo, siempre habrá de ser en el orden del espíritu, es decir en la formación de nuestra alma, para que ella guie nuestra conducta, con los mismos parámetros con los que utilizó el Señor a su paso por este mundo. Y la formación de nuestra alma, la llevamos a cabo por medio del desarrollo de nuestra vida espiritual. De aquí la importancia que tiene el desarrollo de nuestra vida espiritual.
En muchas cosas, nuestra alma es similar a nuestro cuerpo y en otras hay unas notables diferencias. Así por ejemplo, tenemos que mientras nuestra alma es simple en su composición, nuestro cuerpo material es complejo y compuesto. La materia al ser compuesta se corrompe y desaparece, poruq la corrupción es la separación de las partes de un todo, así nuestro cuerpo poco a poco se va descomponiendo cada vez a mayor velocidad y fenecerá. Nuestra alma al ser simple será eterna. Una manzana u otra fruta, puede dividirse y termina pudriéndose. Un acto de fe, es indivisible y permanecerá eternamente para glorificar al que lo hizo.
Pero tanto el alma como el cuerpo, se comunican que con el exterior por medio de sentidos, así tenemos, el hecho de que existen ojos del cuerpo, que son incapaces de ver lo que aprecian los ojos de nuestra alma, que es todo lo que se relaciona, con el mundo espiritual e invisible, a unos ojos materiales. También nuestro cuerpo necesita tiempo para desarrollarse al igual que nuestra alma también necesita tiempo para su desarrollo. Esto es un algo, que mucha personas no lo tiene en cuenta, El fomento del amor al Señor, y la santidad no se logra en media hora; cuarenta años confiesa Santa Teresa que estuvo teniéndose que apoyar en los libros, para alcanzar la oración contemplativa y otros cuarenta años pasó Santa Juana Chantal, en aridez o sequedad oracional, sin una sola consolación o caricia del Señor, para animarla a continuar.
Generalmente, todos los niños desean llegar pronto a ser mayores y cuando lo son se lamentan de haber llegado. Un niño de ocho años necesita otros diez para ser mayor de edad ahora, porque antes y en la legislación romana hubiese necesitado no ocho sino siete más, es decir, diez y siete años, porque la mayoría era a los veinticinco años. Pues bien el alma humana nuestra alma también necesita toda una vida para crecer y desarrollarse, pero a diferencia del cuerpo en el que el niño no puede acelerar su crecimiento, en la vida espiritual, el crecimiento puede ser acelerado hasta límites no sospechados. Todo depende de la intensidad de nuestro amor al Señor, que si crece deprisa, hará crecer también deprisa a la fe y a la esperanza de esa alma.
Muchos exégetas y autores, cuando tratan este tema, ponen el ejemplo de la vasija. Para ellos, nosotros estamos aquí abajo construyendo una vasija para que cuando lleguemos al cielo, Dios nos la llene hasta el desborde de gracias y dones. Si la vasija es grande mucho recibiremos y muy grande será nuestra gloria, si la vasija resulta pequeña, recibiremos lo que nos quepa en la vasija y no podremos envidiar al que recibe mucho más que nosotros, pues nuestra satisfacción es plena y no podemos recibir más porque no nos cabe.
Pues bien, cuanto mayor sea el desarrollo de nuestra vida espiritual, mayor será el tamaño de nuestra vasija y no existen límites de crecimiento, todo depende de nuestra capacidad de amar el Amor de Nuestro Señor.
Pero el crecimiento de nuestra vida espiritual requiere tiempo, porque todo en la vida del espíritu requiere perseverancia. La perseverancia es el factor que nos crea sin que nosotros nos demos cuenta los hábitos, que pueden ser positivos o negativos y el hábito una vez arraigado en la persona su desarraigo es difícil. Todos sabemos, que nadie se hace un santo de la noche a la mañana, de la misma forma, que tampoco se hace uno un canalla de un día para otro.
Para que un hábito nazca en una persona y este hábito o serie de ellos, nos lleven a la santidad o a la perdición, se necesita tiempo porque se necesita perseverancia en los actos y para que la perseverancia exista, es necesario el tiempo. Solo en el transcurso del tiempo puede nacer la perseverancia. Por ello el tiempo es un factor muy importante en el desarrollo de la vida del alma humana. He aludido en más de una glosa a la importancia que tiene el tiempo, y lo poco que nos queda, es más ni siquiera nadie sabe, de cuánto tiempo dispone.
Por favor, en relación con el cuidado y alimentación de nuestra alma, que nadie malgaste su tiempo, que piense que, parangonando lo que leí una vez: El tiempo es la sustancia que necesitamos para el crecimiento de nuestra alma. ¡No la malgastemos!
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. AMAR A DIOS. Isbn. 978-84-611-6450-9.
- El tiempo que nos resta. Glosa del 13-02-10
- Tiempo perdido. Glosa de 06-05-11
- Dogal del tiempo. Glosa de 22-10-10.
- Prueba de amor. Glosa del 08-10-09
- Solo la Verdad salva. Glosa del 26-01-11
- ¡Mi vocación es el amor! Glosa de 01-11-10
- ¿Cómo administra Dios nuestros tiempos? Glosa del16-05-11.