El cardenal y el obisparra
Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 27
En silencio piadoso se ha marchado el cardenal don José Manuel Estepa, a la edad de 93 años. A sus exequias ha asistido el Rey de España. El finado había nacido en la localidad de Andújar, en la provincia de Jaén. Fue ordenado sacerdote en el año 1954, preparando sus estudios en el mundo pastoral de la catequesis. Elegido obispo auxiliar de Madrid, pasó sucesivamente a ser el primer arzobispo castrense de España, donde se jubiló. Mientras, ha sido un trabajador incansable por la catequesis en España y el mundo. Colaboró mucho y bien en la confección del Catecismo universal de la Iglesia, magna obra del Papa Juan Pablo II, al que le unía una gran amistad. Benedicto XVI le hizo cardenal de la Santa Iglesia Romana. Descanse en paz.
La paz que no traen los reclusos etarras, una vez cumplidas las condenas que los tribunales españoles les condenaron en su día por pegar un cobarde tiro en la nunca, colocar bombas bajo un coche, o atentar contra los cuarteles de las Fuerzas Armadas. Casi mil asesinatos bordan el friso de los asesinos etarras, de los que casi trescientos están impunes y sin juzgar.
Los actos de recibimiento en sus pueblos natales dan asco y nauseas. Les hacen palmas, les cantan, les vitorean como héroes mitológicos, y el final, tras el feísimo “aurresku”, es comer y beber hasta que el cuerpo aguante. Las víctimas lloran a sus muertos, ellos se alegran.
Y lo hacen porque todos aquellos valientes etarras gozaron del favor mental de un obispo desquiciado, don José María Setién, (1928-2018), el obisparra, como lo motejó la prensa nacional, quien mal gobernó la sede de San Sebastián, primero como auxiliar y luego como titular. Uno de sus actos estuvo en prohibir el entierro de un político socialista en la catedral asesinado por los etarras. Sus cartas pastorales eran abominables hablando de “presos políticos” y de la “independencia del pueblo vasco”, algo que hartó al Papa Juan Pablo II, quien tras un largo diálogo con el cardenal Estepa, urdió que el obisparra tenía una enfermedad muy grave y fue depuesto de la sede de San Sebastián. Siguió haciendo el agua fresca, pero ya no era desde una sede episcopal concreta. El año 2018 falleció en el hospital donostiarra. Cuando se han celebrado estos días más de doscientos actos de enaltecimiento del terrorismo teniendo como pretexto la salida de la prisión de los asesinos, ahora las autoridades acuden a la Fiscalía para que vigile si se está incumpliendo la legislación vigente, ocultando entre celajes de color rojo sangre, los tamareos de apoyo institucional para conseguir colocar a una persona al frente del ejecutivo navarro, cuando es un pacto de perdedores, porque las elecciones autonómicas las ganó el grupo de partidos constitucionalistas. La doctrina del obisparra sigue vigente, aunque él ya no esté, pero sí puso la cimentación mental para que todo amoral se junte con todo lo peor de la sociedad vasca, con tal de humillar a las víctimas, y, ahora, ya no se tapan en afirmar que Navarra será tragada por la serpiente etarra hasta alcanzar esa ansiada tierra vasca que va desde el norte de Burgos hasta el País Vasco francés, que sea otro girón del mapa español del que forman parte desde la unidad alcanzada en los tiempos de los Reyes Católicos. Dios perdone al obisparra y se lo pague con creces al cardenal Estepa, junto a San Juan Pablo II, el Grande, el mejor Papa de los últimos decenios de la historia bimilenaria de la Iglesia Católica. Y todos los demás, amigos lectores, recemos por la unidad de España.
Tomás de la Torre Lendínez