El cielo es real. La experiencia de un niño
El cielo es real. La experiencia de un niño
La historia ya es conocida por muchos. Puede que otros no sepan lo que contó un niño sobre su experiencia del cielo. Su padre nos lo cuenta. Y el libro que indicamos nos ofrece la historia completa.
En Estados Unidos, la festividad del 4 de julio hace pensar en desfiles patrióticos,
asados a la parrilla, maíz dulce y cielos nocturnos salpicados de fuegos artificiales.
Para mi familia, sin embargo, el fin de semana del 4 de julio de 2003 fue importante
por otro motivo.
Mi esposa Sonja y yo habíamos planeado ir con nuestros hijos a visitar a Steve
—hermano de Sonja— y a su familia en Sioux Falls, Dakota del Sur. En ese viaje
conoceríamos a nuestro sobrino, Bennett, de apenas dos meses. Además, nuestros
hijos, Cassie y Colton, no conocían las cascadas (sí, ¡realmente hay unas cascadas
llamadas Sioux Falls en la ciudad Sioux Falls!) Pero lo más importante de todo era
que esta sería la primera vez que saldríamos de nuestra ciudad, Imperial, en
Nebraska, desde el viaje familiar que hicimos en marzo a Greeley, Colorado, y que
se transformó en la peor pesadilla de nuestras vidas.
Llámanos locos, si quieres, pero debido a que la última vez que hicimos un viaje
familiar uno de nuestros hijos casi se nos muere, esta vez estábamos un poco
aprensivos, al punto de no querer hacer el viaje. Como pastor que soy, no creo en
supersticiones, pero aun así una parte de mí sentía que si nos quedábamos cerca de
casa, estaríamos a salvo.
De cualquier modo, finalmente ganó la razón y la
De cualquier modo, finalmente ganó la razón y la
tentación de conocer al pequeño Bennett, quién, según Steve, era el bebé más
hermoso del mundo. De manera que cargamos nuestro Ford Expedition azul con
todo lo que necesitaríamos para un fin de semana y preparamos a la familia para
un viaje rumbo al norte.
Sonja y yo decidimos que lo mejor sería hacer la mayor parte del viaje durante la
noche. De esta manera, si bien Colton estaría preso en su asiento de seguridad a
pesar de sus cuatro años, al menos dormiría la mayor parte del viaje. De modo que,
pasadas las ocho de la noche, subimos al Expedition, lo saqué del estacionamiento,
pasé junto a la iglesia Wesleyana de Crossroads —de la cual soy pastor— y tomé la
autopista 61.
La noche estaba despejada y clara, y una media luna se recostaba sobre el cielo
aterciopelado. Imperial es un pueblito agrícola ubicado en el límite occidental de
Nebraska. Con apenas dos mil almas y ni un semáforo, es la clase de pueblo que
tiene más iglesias que bancos, donde los agricultores abandonan sus campos al
mediodía para almorzar en el café que es propiedad de su familia, con sus botas de
trabajo Wolverine, sus gorras con visera John Deere y sus tenazas para alambrar
colgando del cinturón. Así que, Cassie —a la sazón, de seis años— y Colton
estaban entusiasmados por el viaje a la «gran ciudad» de Sioux Falls para conocer a
su primo recién nacido.
Los niños se la pasaron hablando durante los 140 kilómetros que nos separaban
de la ciudad de North Platte, mientras Colton jugaba a que sus figuras de acción de
superhéroes libraban batallas y salvaban el mundo una y otra vez. No eran aún las
diez de la noche cuando llegamos a la ciudad de unos 24,000 habitantes, cuyo
principal motivo de fama es que fue el hogar del famoso Buffalo Bill Cody.
North Platte sería prácticamente la última parada con gente que haríamos esa
noche en nuestro camino hacia el noreste a través de grandes extensiones de
campos de maíz en los que no había otra cosa que venados, faisanes y una que otra
granja. Habíamos planeado detenernos aquí para llenar tanto el tanque de gasolina
como nuestros estómagos.
Tras cargar gasolina en una estación de servicio Sinclair, tomamos la calle Jeffers
cruzando un semáforo donde, si doblábamos a la izquierda, encontraríamos el
Centro Médico Regional Great Plains. En marzo habíamos pasado en ese lugar
quince días de pesadilla, la mayor parte de los cuales habían transcurrido de
rodillas mientras le pedíamos a Dios que mantuviera con vida a Colton.
Dios escuchó nuestros ruegos, pero Sonja y yo bromeamos que la experiencia nos había
Dios escuchó nuestros ruegos, pero Sonja y yo bromeamos que la experiencia nos había
restado años de nuestras vidas.
a veces la risa es la única forma de procesar momentos difíciles, de manera que,
cuando pasamos por esa calle decidí bromear un poco con Colton.
—Oye, Colton —dije—. Si doblamos aquí, podemos regresar al hospital.
¿Quieres regresar al hospital?
Nuestro pequeño rio en la oscuridad.
—¡No, papi, no me lleves allí! Mejor lleva a Cassie.
Sentada junto a él, su hermana rio.
—¡Nooo! ¡Yo tampoco quiero ir!
En el asiento del acompañante, Sonja se volvió para mirar a nuestro hijo, cuyo
asiento de seguridad estaba ubicado detrás de mí. Imaginé su cabello rubio cortado
a ras y sus ojos azul cielo destellando en la oscuridad.
—¿Recuerdas el hospital? —le preguntó Sonja.
—Sí, mami, lo recuerdo. Allí fue donde los ángeles me cantaron una canción.
Dentro del vehículo el tiempo se congeló. Sonja y yo nos miramos mientras
intercambiábamos un mensaje en silencio: ¿Dijo lo que creo que dijo?
Sonja se inclinó hacia mí y susurró:
—¿Te ha hablado antes de ángeles?
Negué con la cabeza.
—¿Y a ti?
Su respuesta también fue negativa.
Vi un restaurante Arby’s, conduje al estacionamiento y apagué el motor. La luz
blanca de un farol se filtraba dentro de nuestro auto.
Aún en mi asiento, miré hacia
Aún en mi asiento, miré hacia
atrás, a Colton. Me impactó su pequeñez. Era un chiquillo que todavía hablaba con
la adorable inocencia —a veces, embarazosa— de llamar a las cosas por su nombre.
Si tienes hijos, sabrás a qué me refiero: esa edad en la que un niño puede señalar a
una mujer embarazada y preguntar (en voz muy alta):
«Papá, ¿por qué es tan
«Papá, ¿por qué es tan
gorda esa señora?» Colton se encontraba en esa breve época de la vida en la que
todavía no había aprendido tacto ni mañas.
Todos estos pensamientos cruzaban mi mente mientras intentaba decidir qué
contestarle a la sencilla afirmación de mi hijo de cuatro años de que unos ángeles le
habían cantado. Finalmente, me lancé:
—Colton, ¿dijiste que unos ángeles te cantaron cuando estabas en el hospital?
Asintió vigorosamente con la cabeza.
—¿Qué te cantaron?
Colton llevó la vista hacia arriba y a la derecha con actitud evocadora.
—Pues, cantaron «Jesús me ama» y «Josué peleó la batalla de Jericó». Les pedí
que cantaran un rock de Queen, pero no quisieron hacerlo.
Mientras Cassie se reía en voz baja, noté que la respuesta de Colton había sido
rápida y directa, sin una gota de indecisión.
Sonja y yo volvimos a intercambiar miradas.
¿Qué está pasando aquí? ¿Acaso tuvo un sueño en el hospital?
También flotaba entre nosotros una pregunta que no hacía falta expresar: «¿Qué
le decimos ahora?»
Se me ocurrió preguntarle, como algo completamente natural:
—¿Cómo eran los ángeles?
Ahogó una risita, motivada al parecer por un recuerdo.
—Pues, uno de ellos se parecía al abuelito Dennis, pero no era él. El abuelito usa
anteojos.
Luego, se puso serio.
—Papá, Jesús le pidió a los ángeles que me cantaran porque yo estaba muy
asustado. Me hicieron sentir mejor.
—¿Jesús?
Miré a Sonja una vez más y noté que estaba boquiabierta. Volví la vista a Colton.
—¿Quieres decir que Jesús estaba allí?
Mi hijo asintió con la cabeza con la misma naturalidad con la que afirmaría
haber visto una mariposa en el jardín.
—Sí, Jesús estaba allí.
—Pero, ¿dónde estaba Jesús?
Colton me miró a los ojos.
—Yo estaba sentado en el regazo de Jesús.
Si las conversaciones tuvieran un botón de «pausa», estoy seguro de que la frase
de mi hijo sería uno de ellos. Pasmados al punto de no poder emitir palabra, Sonja
y yo intercambiamos miradas y un telegrama mudo: De acuerdo, entonces.
Necesitamos hablar de esto.
Nos bajamos de la Expedition y entramos en tropel a Arby’s. Unos minutos más
tarde, salíamos del restaurante de comida rápida con una bolsa llena de comida.
Durante todo ese tiempo, Sonja y yo hablamos en susurros.
—¿Crees que realmente vio ángeles?
—¡¿Y a Jesús?!
—No lo sé.
—¿Lo habrá soñado?
—No sé... Parece tan seguro.
De regreso en el vehículo, Sonja repartió los emparedados y las papitas fritas.
Yo me aventuré a hacer otra pregunta:
—Colton, ¿dónde estabas cuando viste a Jesús?
Me miró como si dijera «¿No acabamos de hablar de eso?»
Para cuando cruzamos el límite estatal de Dakota del Sur, tenía otra pregunta en
mente: ¿Era real todo eso?
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