Una historia de veinteañeros
«¿Te vas a casar con ella? Éste podría ser vuestro único hijo»: un argumento que evitó un aborto
Momentos después de escucharlo, el joven buscaba desesperado tras todas las puertas del abortorio para sacar de allí a su pareja.
Ante una clínica que se anuncia como de planificación familiar de San Diego, donde cotidianamente se reúnen grupos de rescatadores para informar a las mujeres que van a abortar de las alternativas que ofrecen varias ONG para que no maten a su hijo, tuvo lugar hace unos días una escena con momentos angustiosos, recogida en la prensa católica californiana.
Una pareja de veinteañeros (más hacia los veinte que hacia los treinta) acompañados por otras personas llegaron en un coche, del que se bajaron la chica y otra mujer para introducirse en el abortorio, dejando al chico y a otros dos acompañantes en el vehículo.
Un rescatador se acercó al joven, que al principio cogió un folleto con la información que le dieron, pero sin querer hablar. Veinte minutos después descendió, y sí pudo tener lugar una conversación.
El militante provida le explicó los riesgos del aborto y sus efectos secundarios, sobre todo emocionales, para la madre. Le enseñó una imagen de un feto de seis semanas, asegurándole que en el centro mentirían a la chica diciéndole que no era más que un trozo de tejido informe.
El chico le dijo al rescatador que le dejara en paz y le apartó, pero al poco le pidió que le hablase sobre ese impacto emocional. Escuchó entonces cómo había mujeres que veinte y treinta años después de su error seguían aún traumatizadas, porque antes o después comprendían que no se habían deshecho de un pedazo de carne, sino de una persona real.
"¿Es tu novia la que está arriba?", le preguntó.
"Sí, pero es su decisión".
"¡Pero también es tu hijo! ¿La quieres? ¿Te vas a casar con ella?"
"Sí".
"Tal vez vuestra relación no dure después de esto. Todavía estás a tiempo. Éste podría ser vuestro único hijo. No es demasiado tarde para salir de aquí. Aunque ya esté en la mesa del quirófano, todavía puede levantarse e irse".
El chico miró la foto, donde se identificaban perfectamente los brazos, los dedos, la cabeza, los ojos del niño.
"¿Puedo coger la foto?", pidió: "Y no hables con los del coche. No saben exactamente a qué hemos venido".
Y con la imagen en la mano entró a toda prisa en el abortorio. Fueron unos minutos de gran angustia para todos, porque la chica ya llevaba bastante tiempo dentro como para que todo hubiese sucedido. Luego supieron que el joven estuvo recorriendo plantas y puertas, desesperado, hasta que dio con su novia.
Diez minutos después ambos salieron por la puerta. Para guardar la discreción que le habían pedido, el rescatador no se acercó. Pero el chico le lanzó una mirada cómplice y levantó disimuladamente el pulgar antes de meterse en el coche e irse.
Se llevaba consigo la foto. Y a su hijo.
Una pareja de veinteañeros (más hacia los veinte que hacia los treinta) acompañados por otras personas llegaron en un coche, del que se bajaron la chica y otra mujer para introducirse en el abortorio, dejando al chico y a otros dos acompañantes en el vehículo.
Un rescatador se acercó al joven, que al principio cogió un folleto con la información que le dieron, pero sin querer hablar. Veinte minutos después descendió, y sí pudo tener lugar una conversación.
El militante provida le explicó los riesgos del aborto y sus efectos secundarios, sobre todo emocionales, para la madre. Le enseñó una imagen de un feto de seis semanas, asegurándole que en el centro mentirían a la chica diciéndole que no era más que un trozo de tejido informe.
El chico le dijo al rescatador que le dejara en paz y le apartó, pero al poco le pidió que le hablase sobre ese impacto emocional. Escuchó entonces cómo había mujeres que veinte y treinta años después de su error seguían aún traumatizadas, porque antes o después comprendían que no se habían deshecho de un pedazo de carne, sino de una persona real.
"¿Es tu novia la que está arriba?", le preguntó.
"Sí, pero es su decisión".
"¡Pero también es tu hijo! ¿La quieres? ¿Te vas a casar con ella?"
"Sí".
"Tal vez vuestra relación no dure después de esto. Todavía estás a tiempo. Éste podría ser vuestro único hijo. No es demasiado tarde para salir de aquí. Aunque ya esté en la mesa del quirófano, todavía puede levantarse e irse".
El chico miró la foto, donde se identificaban perfectamente los brazos, los dedos, la cabeza, los ojos del niño.
"¿Puedo coger la foto?", pidió: "Y no hables con los del coche. No saben exactamente a qué hemos venido".
Y con la imagen en la mano entró a toda prisa en el abortorio. Fueron unos minutos de gran angustia para todos, porque la chica ya llevaba bastante tiempo dentro como para que todo hubiese sucedido. Luego supieron que el joven estuvo recorriendo plantas y puertas, desesperado, hasta que dio con su novia.
Diez minutos después ambos salieron por la puerta. Para guardar la discreción que le habían pedido, el rescatador no se acercó. Pero el chico le lanzó una mirada cómplice y levantó disimuladamente el pulgar antes de meterse en el coche e irse.
Se llevaba consigo la foto. Y a su hijo.
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