El escritor Rodolfo Casadei ironiza contra la ideología de género con un antídoto: «Dividir Europa»
Lo llama "provocación neo-sionista", aludiendo a la formación del Estado de Israel como una necesidad política que iba más allá de la existencia o no de una fe judía religiosa. Con ironía, pero con una argumentación profunda y contundente, Rodolfo Casadei, de 56 años, licenciado en Filosofía, escritor (en España ha publicado Los mitos de la nueva izquierda) y periodista de profesión -es redactor de la sección de Internacional de Tempi-, propone una partición de Europa entre países mayoritariamente partidarios de la agenda LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales) y países mayoritariamente contrarios a ella y que opten por conformar su vida social según la ley natural. Es decir, la creación de una "reserva".
La drag queen austriaca Conchita Wurst (Thomas Neuwirth) ganó este 10 de mayo del Festival de la Canción de Eurovisión. Cuando le preguntaron, tras la victoria, si quería decirle algo al presidente ruso Vladimir Putin por sus restricciones a la propaganda gay en las escuelas, "la" Wurst dijo: "Somos imparables".
He aquí el artículo donde argumenta su original propuesta.
¿Queréis el régimen de género? Dejadnos al menos una reserva de vida según la naturaleza. Una provocación neo-sionista
También yo, como el director Luigi Amicone, he acusado el golpe de la entusiasta recensión que la Repubblica ha dedicado al libro de la anglo-india Aarathi Prasad sobre concepción y maternidad en la época de la tecno-ciencia. Él ha querido denunciar la propagandística confusión que libro y recensión crean entre la libertad que el útero artificial representaría y la misoginia y la estigmatización de la maternidad que en realidad comportan. Y ha querido subrayar que separar la maternidad de la mujer es la última etapa de una serie de cismas queridos por la bio-política (bonito neologismo inventado por Michel Foucault) y realizados en gran parte por la técnica: esa entre mujer y hombre, entre sexo y procreación, entre padres e hijos, entre sexo biológico y el género sexual socialmente entendido.
La bio-política no puede renunciar a la técnica, es una tecno-política. Sin anticonceptivos químicos y mecánicos, sin fecundación asistida, abortos quirúrgicos en condiciones de seguridad, fármacos abortivos, úteros artificiales, etc., determinados discursos centrados en la libertad y el poder del individuo no habrían sido nunca políticamente dominantes. Se trata de discursos ideológicos en el sentido marxiano del término, es decir, que esconden la realidad de las cosas, porque la libertad no ha crecido como se pretende hacer creer.
Cuando un orden de relaciones cómo el que hay entre hombre y mujer, tomados en su masculinidad y en su feminidad, es totalmente subvertido, y cuando la subversión consiste en una negación de la complementariedad de los sujetos de la relación; cuando se acusa a la relación de reflejar sólo el predominio del uno y la sumisión de la otra, reforzada por prejuicios y estereotipos, podemos estar seguros de que esa relación será totalmente prisionera de las lógicas de poder, que todo desde ese momento en adelante será cuestión únicamente de dominio y de sometimiento. Aunque el discurso de los fautores de la subversión será completamente distinto, hablarán de mayores libertades, de nuevas oportunidades y, sobre todo, de igualdad.
El discurso alude a nuevas libertades y oportunidades, pero la segunda intención es la sumisión a un nuevo orden totalitario, político y antropológico a la vez. La recensión de Repubblica me produce angustia, me hace sentir la inminencia de la imposición de un totalitarismo bio-político igualitarista. Perdonad la definición un poco ampulosa y sin gracia, pero lo que se ve en el horizonte de la política es precisamente esto: un totalitarismo, es decir, un orden que afectará a cada detalle de la existencia y al cual nos deberemos amoldar para no ser sancionados o marginados; bio-político porque atañe a nuestros cuerpos, a la gestión del hecho irreducible de que son sexuados, con una intensidad que ni siquiera Michel Foucault, inventor de la palabra y del concepto de bio-política, podía imaginar; igualitarista porque el pensamiento dominante que permea esta visión totalitaria de la vida social es que lo más deseable es que todos seamos iguales en cada uno de los aspectos, en la ilusión de que la perfecta igualdad hará desaparecer la envidia, los rencores y, por último, los conflictos.
En lo que respecta al útero artificial, no consigo realmente imaginármelo. Mi pesadilla es otra. La lectura del libro de Prasad me hace imaginar más bien un mundo donde todos, en nombre de la igualdad y del enriquecimiento reciproco, estaremos más o menos obligados, con la indispensable intervención de la tecno-ciencia, a tener atributos sexuales y aparatos reproductivos de ambos sexos. Hombres y mujeres dispondrán contemporáneamente de un pene y de una vagina (inicialmente uno y una, pero más adelante quién sabe), unos testículos y el útero. Los hombres deberán, al menos una vez en la vida, concebir y parir; las mujeres deberán penetrar y fecundar a los varones.
“Pero, ¿como se te ocurre esto?”, diréis. Confieso: se me ha ocurrido varias veces, cuando en la TV veía a Gad Lerner (periodista italiano, considerado de izquierdas N.d.T.), lleno de fervor en el papel de defensor de la dignidad de la mujeres manchada por los guiños de las vedettes de Striscia la notizia y las noches libertinas de Silvio Berlusconi, o cuando veía a Laura Boldrini (periodista y presidente de la Cámara de los Diputados de Italia, N.d.T.) lanzada en una de sus diatribas, con el gesto ceñudo y la retórica despiadada, contra el machismo de la sociedad y de las instituciones, contra los autores pero, sobre todo, contra los no autores (el 99,99 por ciento de los varones) de los feminicidios.
Tengo que admitirlo, cuando veía sus rostros desdeñosos, me parecía poder leer sus pensamientos y descubrir en el fondo de los mismos un disgusto imparable por dos hechos escandalosos: el primero es que los hombres no paren; el segundo es que las mujeres no tienen pene. Dos desigualdades inaceptables, dos injusticias que la naturaleza, reaccionaria y beata, ha infligido a los seres humanos, pero que los seres humanos sabrán rectificar gracias a la política progresista y a la tecno-ciencia.
No son, obviamente, sólo los iconos “ansiogénicos” de Lerner y de Boldrini los que me hacen temer la llegada inminente del totalitarismo bio-político igualitarista (que es mucho más de la denominada “agenda Lgbt” o de la ideología de género, las cuales son más bien instrumentos para el fin). Son los hechos. Hechos como el experimento social que busca la absolutización de la igualdad de género, al cual Suecia se ha lanzado entre los aplausos de los progresistas de ambos lados del Atlántico. Hasta hace pocos años la religión de Estado en Suecia era el cristianismo luterano; ahora es la igualdad de género. Sabéis todos, porque lo habéis leído en Tempi, que en el país que fue cuna de Ingrid Bergman el Estado ha establecido un sistema de incentivos y de “desincentivos” para hacer que el permiso parental puedan gozarlo los dos progenitores de una manera equitativa al 50 por ciento. Sabéis también que Suecia es el país de Egalia, el jardín infantil donde el personal se dirige a los niños con el pronombre neutro “hen”, creado de la nada en los años Sesenta por los precursores de la teoría de género y que se incluyó en la enciclopedia nacional sueca en 2012.
En un número de Time del pasado diciembre apareció un reportaje sobre Suecia, meca de la igualdad de género, donde la escuela materna dirigida por una ultra-feminista es descrita así: «Hay camiones y muñecas, pero en las salas pintadas de colores predominan sobre todo juguetes neutrales como el Lego y los dinosaurios. La librería está calibrada atentamente para que haya la misma cantidad de libros con protagonistas masculinos y femeninos. Niños y niñas hacen voltear del mismo modo los pañuelos de seda durante los bailes de la clase y tienen igual acceso a los disfraces de piratas y de princesas». ¿Quién ha decidido que un bebé tiene que ser atendido la misma cantidad de horas por parte de su madre como de su padre? ¿Qué los juguetes neutrales son más meritorios que los juguetes que están sexualmente connotados? ¿Qué los libros de cuentos deben ser políticamente correctos y respetar las “cuotas rosa”? No ha sido ciertamente la buena ciencia, que testimonia la diferencia existente entre varones y hembras y lo absurdo de querer englobar todo dentro del discurso de la igualdad y de la repartición al 50 por ciento.
La ciencia sabe que las diferencias entre hombres y mujeres no están confinadas a la diversidad de los aparatos reproductivos y los caracteres sexuales secundarios. A estas diferencias biológicas le corresponden también diferencias en las conexiones neurales del cerebro y éstas son el substrato de un psiquismo diferente, de una distinta organización psicológica, pero también gnoseológica: hombre y mujer no conocen el mundo de la misma manera. Una madre, con excepción de casos de enfermedad mental grave, será siempre más adecuada que un padre para cuidar a los niños pequeños; y un hombre será siempre más adecuado que una mujer a la hora de ser bombero o de construir un oleoducto. Pero la nueva religión de género ha impuesto sus dogmas racionalmente indemostrables, según los cuales cada diferencia socialmente relevante entre hombre y mujer es producto de un abuso de poder que hay que rectificar para imponer la norma de igualdad.
Una vez hecha esta premisa, hay un pasaje en el reportaje (del Time, N.d.T.) que tristemente avala mi pesadilla de un inminente mundo hermafrodita por ley o por intensa presión social y cultural. Es el punto en el que la directora explica cómo ha “convertido” a los padres de los críos a la igualdad de género. Explica que dibujó en la pizarra, frente a las familias reunidas, un círculo, después lo dividió por la mitad y que escribió garabatos incomprensibles en ambas partes. «Las de la derecha son las cosas para las chicas y las de la izquierda son las cosas para los chicos. ¿Queréis que la vida de vuestro hijo esté encerrada en un semicírculo o que pueda utilizar el círculo entero?». Genial. Llevado a las lógicas consecuencias extremas, el argumento implica que apenas sea posible, también los correspondientes aparatos reproductivos y las correspondientes características morfológicas (la barba de los hombres, el pecho de las mujeres, etcétera) deberán ser puestos a disposición de los unos y de las otras, de las unas y de los otros. ¿Por qué contentarse con la mitad cuando, gracias a la tecno-ciencia, se puede tener todo? Para la igualdad no hay límites. Como tampoco para la envidia.
¿Vale la pena luchar, a nivel de batallas culturales y de compromiso político, contra esta deriva antropológica aparentemente imparable? En mi mundo de referencia, que es el llamado cristiano, hay dos actitudes: una militante y combativa, que afirma que el testimonio cristiano en la sociedad implica también el deber de comprometerse hasta que las leyes verdaderas estén conformes a la naturaleza racional y de derecho natural antes que de revelación divina y, por tanto, contra la subversión bio-política igualitarista, obstaculizándola de todas las maneras posibles; y otra remisiva y “profética”, que dice más o menos lo siguiente: contra la mega-tendencia actual es inútil combatir, se trata de una parábola histórica imparable; hay que comprometerse más bien en crear islas de humanidad auténtica, nuevos monasterios donde cultivar la dependencia del divino que hace posible la vida buena de formas tanto personales como comunitarias, en espera de tiempos históricos mejores.
Personalmente prefiero la primera actitud, pero entiendo también las razones de la segunda: no es por fuerza signo de cobardía la llamada a estar fuera de la partida de la historia; puede también ser un juicio prudente que nace de una inteligencia real de la situación prevalente y que llega a la conclusión de que la partida hodierna no puede ganarse. Sin embargo, a los neo-monásticos les planteo una objeción importante. Más allá de la discusión sobre las nulas probabilidades o ausencia total de victoria en el contexto histórico social, hay un problema que ha pasado desapercibido a muchos: si no se ejercita apasionadamente la razón y el compromiso cultural sobre temas que la contemporaneidad propone – y el tema de hoy es la imposición del régimen de género –, si no se participa de manera seria y competente en el debate social y la lucha política, si no se producen discursos, reflexiones, libros e iniciativas públicas dotadas de dignidad cultural sobre los argumentos que están a la orden del día de la historia, se acaba pensando exactamente como quieren los amos de la hegemonía cultural, se acaba acomodándose al pensamiento dominante.
San Pablo escribió hace casi dos mil años: «No os acomodéis» (Rm 12,2). Quien deja de comprometerse en la política y de producir juicios culturales específicos y competentes, acaba acomodándose. Aconsejo a los neo-monásticos que lean algún libro de antropología y de psicología, para que se den cuenta de los profundos mecanismos del conformismo social.
Cuando digo “comprometerse en política” no me refiero a la participación en las actividades de un partido político como dirigentes o simples militantes, sino al compromiso colectivo en los espacios públicos. Es el momento de los movimientos populares, sin los cuales sucederá en Italia lo que ya ha sucedido en otros países. Lo hemos visto en los países protestantes del Norte de Europa, donde la reducción de la fe a la esfera personal ha producido la tácita extinción de las Iglesias.
Aquí, sin embargo, desearía proponer una especie de mediación entre las dos líneas de pensamiento y de acción descritas anteriormente, la militante y la neo-monástica. Una mediación decididamente idealista y muy provocadora. Fruto de un cierto cansancio, si lo deseáis. Consideradla el producto de la angustia existencial de una persona que en poco más de cincuenta años se ha encontrado viviendo en una civilización totalmente distinta de la civilización en la que había nacido.
En la Italia en la que nací, en la que no estaba vigente ni siquiera una legislación para el divorcio, el máximo de la distancia posible entre dos personas que se habían casado (un hombre y una mujer, obviamente) era la separación legal. Ahora corro seriamente el riesgo de cerrar los ojos ante un mundo donde no bastará oír pronunciar las palabras “Aldo se ha casado la semana pasada” para estar seguros de que el cónyuge sea una mujer, y donde la frase “Anna no ha conocido nunca a su padre” no significará que la niña es hija de una madre soltera o de que su padre falleció cuando ella era muy pequeña. Podría significar que la suya es una familia homoparental formada por dos mujeres que la han concebido con la fecundación heteróloga.
Definiría lo que yo propongo como una forma de “neo-sionismo”.
¿Os acordáis del sionismo? ¿El movimiento para la creación de una patria hebrea? Nació de la consideración de que para los hebreos era imposible vivir su práctica religiosa y sus tradiciones en la Europa de los nacionalismos, teóricamente abierta a reconocer sus derechos de ciudadanía más que los estados monárquicos y cristianos, pero que en la realidad llevaba a cabo una homologación insoportable, dejando la puerta abierta a los casos Dreyfus. Israel nació al final de una guerra contra los estados árabes, cincuenta años después del primer congreso sionista, como el Estado donde los hebreos podían autodeterminarse políticamente sobre la base de su historia, de sus valores y de sus tradiciones, prescindiendo del hecho de que fueran practicantes o no, creyentes o no.
Ahora bien, creo que ha llegado el momento de instituir algo de este tipo en el mundo occidental. Hoy se está convirtiendo en imposible, en nuestros países, vivir basándose en la ley natural que está grabada en el corazón de cada hombre, pero que no todos están dispuestos a reconocer. Los fautores del totalitarismo bio-político igualitarista han instaurado una guerra civil permanente contra quienes piensan de manera distinta a ellos y quieren vivir como siempre se ha hecho. No sólo quieren imponernos nuevas instituciones falsas y subversivas como el matrimonio entre personas del mismo sexo, eliminar a los débiles y a los ancianos con el engaño de la eutanasia (otra falsa libertad, en realidad una estratagema para reducir los costes económicos de una sociedad del bienestar estatalista), legalizar las drogas para controlar mejor al pueblo atontado (el cannabis es sólo el primer paso de la liberalización de todas las drogas, ¿no lo habéis entendido aún?). Quieren sobre todo obligarnos a hablar y, al final, a pensar como ellos (la ley contra la homofobia es sólo un inicio de procedimientos contra la libertad de palabra, finalizados al control del modo de pensar de la gente) y quieren, sobre todo, lavar el cerebro a nuestros hijos y nietos en el colegio, con lecciones de educación sexual y de teoría de género desde la escuela primaria que, en realidad, son verdaderas y propias violencias psicológicas contra los niños, e intentos de corrupción de menores.
Contra todo esto es imposible defenderse porque cuando se gana una batalla política, unos años después llega la sentencia de un Tribunal de Apelación italiano, o de un Tribunal de los derechos humanos europeo, o de un Tribunal constitucional de los EEUU que le dan la vuelta a leyes sobre la fecundación asistida o sobre el matrimonio que han sido aprobadas por la mayoría de los ciudadanos a través de referéndums o votando a partidos políticos que están dispuestos a defender los valores tradicionales.
¿Qué hacer entonces? Propongo dividir los territorios de los países de Europa en base al porcentaje de personas favorables y contrarias a la agenda Lgbt. Cada uno podrá llevar adelante el propio programa político en el territorio de pertenencia: los progresistas podrán fumarse los porros y pincharse todo lo que quieran, podrán casarse como quieran, también en grupos de 10 personas de cinco orientaciones sexuales distintas (L, g, b, t, hetero), podrán practicar la eutanasia sin límites, manipular los embriones como ni siquiera un científico loco podría imaginar, practicar abortos también retroactivos hasta el tercer mes de vida del bebé (es una idea de Peter Singer, el filósofo australiano). En cambio, en el otro lado se hará exactamente lo contrario: es decir, nada de todo lo que he enumerado antes, se conservarán costumbres y prohibiciones vigentes, se respetará la institución del matrimonio monógamo entre hombre y mujer; además, se empezará a dar una vuelta de tuerca a las legislaciones abortistas y se reinstaurará la ley 40 italiana sobre la fecundación asistida tal como era antes de que los magistrados la desfigurasen.
Pero, sobre todo, serán profundamente distintos el enfoque cultural y la visión antropológica de las dos entidades políticas: en la primera se continuaría situando a los caprichos del hombre por encima de todo, doblegando la naturaleza y el mismo cuerpo humano a la voluntad voluble y sin frenos del individuo, dios de sí mismo; en la segunda, el hombre se esforzaría en ponerse a la escucha de la naturaleza, buscando en la realidad las huellas de un orden que precede al hombre y al cual el hombre intentará armonizar tanto la propia personal voluntad como la organización social. Plena libertad religiosa, ninguna religión de Estado, pero una clara elección en favor del ponerse a la escucha de la realidad para intentar comprender la palabra, más grande que nosotros, por ella continuamente pronunciada. Esto lo decía Martin Heidegger, que era ateo.
Tomadla como una provocación, como la reacción de un cincuentón exasperado. Pero a los progresistas, a los ultraprogresistas, a los que apoyan la agenda Lgbt y que no apreciarán la provocación, les digo: ¿tenéis presente el concepto de tutela de la biodiversidad? Se habla de él en relación a la agricultura y los problemas medioambientales. Se dice que los grandes monocultivos basados en pocas simientes seleccionadas por las grandes multinacionales corren el riesgo de empobrecer la biodiversidad vegetal, es decir, de provocar la extinción de muchas variedades vegetales. Cuanto más pobre sea el patrimonio biológico de las especies cultivadas, más aumenta el riesgo de que plagas y patologías de las plantas aniquilen las cosechas y traigan el hambre al mundo. Hay que tutelar la biodiversidad, no hay que reducir los cultivos a pocos inmensos monocultivos, porque un mañana podría costarnos muy caro, tal vez con la extinción de la raza humana.
Pues yo propongo aplicar el mismo principio a la vida política: por favor, potentísimos señores progresistas, vosotros Hollande, vosotros Obama, vosotros Zapatero, permitid que quien quiera vivir en sociedad según reglas distintas de las que queréis imponer a todos los seres humanos, lo haga. Permitid un poco de biodiversidad en el campo de la bio-política. Tal vez es mejor que haya en futuro algún país donde las drogas no estén liberalizadas, donde los hijos sepan verdaderamente quienes son sus padres biológicos (con los matrimonios homosexuales y con las fecundaciones heterólogas serán siempre menos los que los sabrán) o donde los ancianos y los enfermos mentales no sean empujados hacia el suicidio de Estado. Tal vez esos países podrían representar una reserva de humanidad, de valores, de motivaciones, de espíritu de sacrificio, etc., que podría ser útil en el mundo del mañana. El mundo que vosotros habréis llevado al desastre a causa de la absolutización del individualismo y del igualitarismo. Por favor, dejadnos vivir a nuestra manera y prosperar: podríamos ser el ancla de salvación de la raza humana en el caso de que vuestros experimentos de palingenesia bio-política igualitarista acaben mal.
“Pero, ¿en qué sentido esta propuesta es una mediación entre militantes y neo-monásticos?”, os estaréis preguntando. En el sentido que concilia las preocupaciones de las dos distintas sensibilidades. La convicción de los segundos, para los cuales un cierto tipo de sociedad, con la impronta de los valores cristianos y el reconocimiento de una naturaleza humana que tiene necesidad de depender de algo que viene antes de sí, se puede realizar sólo en un ámbito circunscrito; y la convicción de los primeros, según los cuales la dimensión política es a pesar de todo esencial y no se puede eliminar porque es propia de la naturaleza humana.
Artículo publicado en Tempi.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
La drag queen austriaca Conchita Wurst (Thomas Neuwirth) ganó este 10 de mayo del Festival de la Canción de Eurovisión. Cuando le preguntaron, tras la victoria, si quería decirle algo al presidente ruso Vladimir Putin por sus restricciones a la propaganda gay en las escuelas, "la" Wurst dijo: "Somos imparables".
He aquí el artículo donde argumenta su original propuesta.
¿Queréis el régimen de género? Dejadnos al menos una reserva de vida según la naturaleza. Una provocación neo-sionista
También yo, como el director Luigi Amicone, he acusado el golpe de la entusiasta recensión que la Repubblica ha dedicado al libro de la anglo-india Aarathi Prasad sobre concepción y maternidad en la época de la tecno-ciencia. Él ha querido denunciar la propagandística confusión que libro y recensión crean entre la libertad que el útero artificial representaría y la misoginia y la estigmatización de la maternidad que en realidad comportan. Y ha querido subrayar que separar la maternidad de la mujer es la última etapa de una serie de cismas queridos por la bio-política (bonito neologismo inventado por Michel Foucault) y realizados en gran parte por la técnica: esa entre mujer y hombre, entre sexo y procreación, entre padres e hijos, entre sexo biológico y el género sexual socialmente entendido.
La bio-política no puede renunciar a la técnica, es una tecno-política. Sin anticonceptivos químicos y mecánicos, sin fecundación asistida, abortos quirúrgicos en condiciones de seguridad, fármacos abortivos, úteros artificiales, etc., determinados discursos centrados en la libertad y el poder del individuo no habrían sido nunca políticamente dominantes. Se trata de discursos ideológicos en el sentido marxiano del término, es decir, que esconden la realidad de las cosas, porque la libertad no ha crecido como se pretende hacer creer.
Cuando un orden de relaciones cómo el que hay entre hombre y mujer, tomados en su masculinidad y en su feminidad, es totalmente subvertido, y cuando la subversión consiste en una negación de la complementariedad de los sujetos de la relación; cuando se acusa a la relación de reflejar sólo el predominio del uno y la sumisión de la otra, reforzada por prejuicios y estereotipos, podemos estar seguros de que esa relación será totalmente prisionera de las lógicas de poder, que todo desde ese momento en adelante será cuestión únicamente de dominio y de sometimiento. Aunque el discurso de los fautores de la subversión será completamente distinto, hablarán de mayores libertades, de nuevas oportunidades y, sobre todo, de igualdad.
El discurso alude a nuevas libertades y oportunidades, pero la segunda intención es la sumisión a un nuevo orden totalitario, político y antropológico a la vez. La recensión de Repubblica me produce angustia, me hace sentir la inminencia de la imposición de un totalitarismo bio-político igualitarista. Perdonad la definición un poco ampulosa y sin gracia, pero lo que se ve en el horizonte de la política es precisamente esto: un totalitarismo, es decir, un orden que afectará a cada detalle de la existencia y al cual nos deberemos amoldar para no ser sancionados o marginados; bio-político porque atañe a nuestros cuerpos, a la gestión del hecho irreducible de que son sexuados, con una intensidad que ni siquiera Michel Foucault, inventor de la palabra y del concepto de bio-política, podía imaginar; igualitarista porque el pensamiento dominante que permea esta visión totalitaria de la vida social es que lo más deseable es que todos seamos iguales en cada uno de los aspectos, en la ilusión de que la perfecta igualdad hará desaparecer la envidia, los rencores y, por último, los conflictos.
En lo que respecta al útero artificial, no consigo realmente imaginármelo. Mi pesadilla es otra. La lectura del libro de Prasad me hace imaginar más bien un mundo donde todos, en nombre de la igualdad y del enriquecimiento reciproco, estaremos más o menos obligados, con la indispensable intervención de la tecno-ciencia, a tener atributos sexuales y aparatos reproductivos de ambos sexos. Hombres y mujeres dispondrán contemporáneamente de un pene y de una vagina (inicialmente uno y una, pero más adelante quién sabe), unos testículos y el útero. Los hombres deberán, al menos una vez en la vida, concebir y parir; las mujeres deberán penetrar y fecundar a los varones.
“Pero, ¿como se te ocurre esto?”, diréis. Confieso: se me ha ocurrido varias veces, cuando en la TV veía a Gad Lerner (periodista italiano, considerado de izquierdas N.d.T.), lleno de fervor en el papel de defensor de la dignidad de la mujeres manchada por los guiños de las vedettes de Striscia la notizia y las noches libertinas de Silvio Berlusconi, o cuando veía a Laura Boldrini (periodista y presidente de la Cámara de los Diputados de Italia, N.d.T.) lanzada en una de sus diatribas, con el gesto ceñudo y la retórica despiadada, contra el machismo de la sociedad y de las instituciones, contra los autores pero, sobre todo, contra los no autores (el 99,99 por ciento de los varones) de los feminicidios.
Tengo que admitirlo, cuando veía sus rostros desdeñosos, me parecía poder leer sus pensamientos y descubrir en el fondo de los mismos un disgusto imparable por dos hechos escandalosos: el primero es que los hombres no paren; el segundo es que las mujeres no tienen pene. Dos desigualdades inaceptables, dos injusticias que la naturaleza, reaccionaria y beata, ha infligido a los seres humanos, pero que los seres humanos sabrán rectificar gracias a la política progresista y a la tecno-ciencia.
No son, obviamente, sólo los iconos “ansiogénicos” de Lerner y de Boldrini los que me hacen temer la llegada inminente del totalitarismo bio-político igualitarista (que es mucho más de la denominada “agenda Lgbt” o de la ideología de género, las cuales son más bien instrumentos para el fin). Son los hechos. Hechos como el experimento social que busca la absolutización de la igualdad de género, al cual Suecia se ha lanzado entre los aplausos de los progresistas de ambos lados del Atlántico. Hasta hace pocos años la religión de Estado en Suecia era el cristianismo luterano; ahora es la igualdad de género. Sabéis todos, porque lo habéis leído en Tempi, que en el país que fue cuna de Ingrid Bergman el Estado ha establecido un sistema de incentivos y de “desincentivos” para hacer que el permiso parental puedan gozarlo los dos progenitores de una manera equitativa al 50 por ciento. Sabéis también que Suecia es el país de Egalia, el jardín infantil donde el personal se dirige a los niños con el pronombre neutro “hen”, creado de la nada en los años Sesenta por los precursores de la teoría de género y que se incluyó en la enciclopedia nacional sueca en 2012.
En un número de Time del pasado diciembre apareció un reportaje sobre Suecia, meca de la igualdad de género, donde la escuela materna dirigida por una ultra-feminista es descrita así: «Hay camiones y muñecas, pero en las salas pintadas de colores predominan sobre todo juguetes neutrales como el Lego y los dinosaurios. La librería está calibrada atentamente para que haya la misma cantidad de libros con protagonistas masculinos y femeninos. Niños y niñas hacen voltear del mismo modo los pañuelos de seda durante los bailes de la clase y tienen igual acceso a los disfraces de piratas y de princesas». ¿Quién ha decidido que un bebé tiene que ser atendido la misma cantidad de horas por parte de su madre como de su padre? ¿Qué los juguetes neutrales son más meritorios que los juguetes que están sexualmente connotados? ¿Qué los libros de cuentos deben ser políticamente correctos y respetar las “cuotas rosa”? No ha sido ciertamente la buena ciencia, que testimonia la diferencia existente entre varones y hembras y lo absurdo de querer englobar todo dentro del discurso de la igualdad y de la repartición al 50 por ciento.
La ciencia sabe que las diferencias entre hombres y mujeres no están confinadas a la diversidad de los aparatos reproductivos y los caracteres sexuales secundarios. A estas diferencias biológicas le corresponden también diferencias en las conexiones neurales del cerebro y éstas son el substrato de un psiquismo diferente, de una distinta organización psicológica, pero también gnoseológica: hombre y mujer no conocen el mundo de la misma manera. Una madre, con excepción de casos de enfermedad mental grave, será siempre más adecuada que un padre para cuidar a los niños pequeños; y un hombre será siempre más adecuado que una mujer a la hora de ser bombero o de construir un oleoducto. Pero la nueva religión de género ha impuesto sus dogmas racionalmente indemostrables, según los cuales cada diferencia socialmente relevante entre hombre y mujer es producto de un abuso de poder que hay que rectificar para imponer la norma de igualdad.
Una vez hecha esta premisa, hay un pasaje en el reportaje (del Time, N.d.T.) que tristemente avala mi pesadilla de un inminente mundo hermafrodita por ley o por intensa presión social y cultural. Es el punto en el que la directora explica cómo ha “convertido” a los padres de los críos a la igualdad de género. Explica que dibujó en la pizarra, frente a las familias reunidas, un círculo, después lo dividió por la mitad y que escribió garabatos incomprensibles en ambas partes. «Las de la derecha son las cosas para las chicas y las de la izquierda son las cosas para los chicos. ¿Queréis que la vida de vuestro hijo esté encerrada en un semicírculo o que pueda utilizar el círculo entero?». Genial. Llevado a las lógicas consecuencias extremas, el argumento implica que apenas sea posible, también los correspondientes aparatos reproductivos y las correspondientes características morfológicas (la barba de los hombres, el pecho de las mujeres, etcétera) deberán ser puestos a disposición de los unos y de las otras, de las unas y de los otros. ¿Por qué contentarse con la mitad cuando, gracias a la tecno-ciencia, se puede tener todo? Para la igualdad no hay límites. Como tampoco para la envidia.
¿Vale la pena luchar, a nivel de batallas culturales y de compromiso político, contra esta deriva antropológica aparentemente imparable? En mi mundo de referencia, que es el llamado cristiano, hay dos actitudes: una militante y combativa, que afirma que el testimonio cristiano en la sociedad implica también el deber de comprometerse hasta que las leyes verdaderas estén conformes a la naturaleza racional y de derecho natural antes que de revelación divina y, por tanto, contra la subversión bio-política igualitarista, obstaculizándola de todas las maneras posibles; y otra remisiva y “profética”, que dice más o menos lo siguiente: contra la mega-tendencia actual es inútil combatir, se trata de una parábola histórica imparable; hay que comprometerse más bien en crear islas de humanidad auténtica, nuevos monasterios donde cultivar la dependencia del divino que hace posible la vida buena de formas tanto personales como comunitarias, en espera de tiempos históricos mejores.
Personalmente prefiero la primera actitud, pero entiendo también las razones de la segunda: no es por fuerza signo de cobardía la llamada a estar fuera de la partida de la historia; puede también ser un juicio prudente que nace de una inteligencia real de la situación prevalente y que llega a la conclusión de que la partida hodierna no puede ganarse. Sin embargo, a los neo-monásticos les planteo una objeción importante. Más allá de la discusión sobre las nulas probabilidades o ausencia total de victoria en el contexto histórico social, hay un problema que ha pasado desapercibido a muchos: si no se ejercita apasionadamente la razón y el compromiso cultural sobre temas que la contemporaneidad propone – y el tema de hoy es la imposición del régimen de género –, si no se participa de manera seria y competente en el debate social y la lucha política, si no se producen discursos, reflexiones, libros e iniciativas públicas dotadas de dignidad cultural sobre los argumentos que están a la orden del día de la historia, se acaba pensando exactamente como quieren los amos de la hegemonía cultural, se acaba acomodándose al pensamiento dominante.
San Pablo escribió hace casi dos mil años: «No os acomodéis» (Rm 12,2). Quien deja de comprometerse en la política y de producir juicios culturales específicos y competentes, acaba acomodándose. Aconsejo a los neo-monásticos que lean algún libro de antropología y de psicología, para que se den cuenta de los profundos mecanismos del conformismo social.
Cuando digo “comprometerse en política” no me refiero a la participación en las actividades de un partido político como dirigentes o simples militantes, sino al compromiso colectivo en los espacios públicos. Es el momento de los movimientos populares, sin los cuales sucederá en Italia lo que ya ha sucedido en otros países. Lo hemos visto en los países protestantes del Norte de Europa, donde la reducción de la fe a la esfera personal ha producido la tácita extinción de las Iglesias.
Aquí, sin embargo, desearía proponer una especie de mediación entre las dos líneas de pensamiento y de acción descritas anteriormente, la militante y la neo-monástica. Una mediación decididamente idealista y muy provocadora. Fruto de un cierto cansancio, si lo deseáis. Consideradla el producto de la angustia existencial de una persona que en poco más de cincuenta años se ha encontrado viviendo en una civilización totalmente distinta de la civilización en la que había nacido.
En la Italia en la que nací, en la que no estaba vigente ni siquiera una legislación para el divorcio, el máximo de la distancia posible entre dos personas que se habían casado (un hombre y una mujer, obviamente) era la separación legal. Ahora corro seriamente el riesgo de cerrar los ojos ante un mundo donde no bastará oír pronunciar las palabras “Aldo se ha casado la semana pasada” para estar seguros de que el cónyuge sea una mujer, y donde la frase “Anna no ha conocido nunca a su padre” no significará que la niña es hija de una madre soltera o de que su padre falleció cuando ella era muy pequeña. Podría significar que la suya es una familia homoparental formada por dos mujeres que la han concebido con la fecundación heteróloga.
Definiría lo que yo propongo como una forma de “neo-sionismo”.
¿Os acordáis del sionismo? ¿El movimiento para la creación de una patria hebrea? Nació de la consideración de que para los hebreos era imposible vivir su práctica religiosa y sus tradiciones en la Europa de los nacionalismos, teóricamente abierta a reconocer sus derechos de ciudadanía más que los estados monárquicos y cristianos, pero que en la realidad llevaba a cabo una homologación insoportable, dejando la puerta abierta a los casos Dreyfus. Israel nació al final de una guerra contra los estados árabes, cincuenta años después del primer congreso sionista, como el Estado donde los hebreos podían autodeterminarse políticamente sobre la base de su historia, de sus valores y de sus tradiciones, prescindiendo del hecho de que fueran practicantes o no, creyentes o no.
Ahora bien, creo que ha llegado el momento de instituir algo de este tipo en el mundo occidental. Hoy se está convirtiendo en imposible, en nuestros países, vivir basándose en la ley natural que está grabada en el corazón de cada hombre, pero que no todos están dispuestos a reconocer. Los fautores del totalitarismo bio-político igualitarista han instaurado una guerra civil permanente contra quienes piensan de manera distinta a ellos y quieren vivir como siempre se ha hecho. No sólo quieren imponernos nuevas instituciones falsas y subversivas como el matrimonio entre personas del mismo sexo, eliminar a los débiles y a los ancianos con el engaño de la eutanasia (otra falsa libertad, en realidad una estratagema para reducir los costes económicos de una sociedad del bienestar estatalista), legalizar las drogas para controlar mejor al pueblo atontado (el cannabis es sólo el primer paso de la liberalización de todas las drogas, ¿no lo habéis entendido aún?). Quieren sobre todo obligarnos a hablar y, al final, a pensar como ellos (la ley contra la homofobia es sólo un inicio de procedimientos contra la libertad de palabra, finalizados al control del modo de pensar de la gente) y quieren, sobre todo, lavar el cerebro a nuestros hijos y nietos en el colegio, con lecciones de educación sexual y de teoría de género desde la escuela primaria que, en realidad, son verdaderas y propias violencias psicológicas contra los niños, e intentos de corrupción de menores.
Contra todo esto es imposible defenderse porque cuando se gana una batalla política, unos años después llega la sentencia de un Tribunal de Apelación italiano, o de un Tribunal de los derechos humanos europeo, o de un Tribunal constitucional de los EEUU que le dan la vuelta a leyes sobre la fecundación asistida o sobre el matrimonio que han sido aprobadas por la mayoría de los ciudadanos a través de referéndums o votando a partidos políticos que están dispuestos a defender los valores tradicionales.
¿Qué hacer entonces? Propongo dividir los territorios de los países de Europa en base al porcentaje de personas favorables y contrarias a la agenda Lgbt. Cada uno podrá llevar adelante el propio programa político en el territorio de pertenencia: los progresistas podrán fumarse los porros y pincharse todo lo que quieran, podrán casarse como quieran, también en grupos de 10 personas de cinco orientaciones sexuales distintas (L, g, b, t, hetero), podrán practicar la eutanasia sin límites, manipular los embriones como ni siquiera un científico loco podría imaginar, practicar abortos también retroactivos hasta el tercer mes de vida del bebé (es una idea de Peter Singer, el filósofo australiano). En cambio, en el otro lado se hará exactamente lo contrario: es decir, nada de todo lo que he enumerado antes, se conservarán costumbres y prohibiciones vigentes, se respetará la institución del matrimonio monógamo entre hombre y mujer; además, se empezará a dar una vuelta de tuerca a las legislaciones abortistas y se reinstaurará la ley 40 italiana sobre la fecundación asistida tal como era antes de que los magistrados la desfigurasen.
Pero, sobre todo, serán profundamente distintos el enfoque cultural y la visión antropológica de las dos entidades políticas: en la primera se continuaría situando a los caprichos del hombre por encima de todo, doblegando la naturaleza y el mismo cuerpo humano a la voluntad voluble y sin frenos del individuo, dios de sí mismo; en la segunda, el hombre se esforzaría en ponerse a la escucha de la naturaleza, buscando en la realidad las huellas de un orden que precede al hombre y al cual el hombre intentará armonizar tanto la propia personal voluntad como la organización social. Plena libertad religiosa, ninguna religión de Estado, pero una clara elección en favor del ponerse a la escucha de la realidad para intentar comprender la palabra, más grande que nosotros, por ella continuamente pronunciada. Esto lo decía Martin Heidegger, que era ateo.
Tomadla como una provocación, como la reacción de un cincuentón exasperado. Pero a los progresistas, a los ultraprogresistas, a los que apoyan la agenda Lgbt y que no apreciarán la provocación, les digo: ¿tenéis presente el concepto de tutela de la biodiversidad? Se habla de él en relación a la agricultura y los problemas medioambientales. Se dice que los grandes monocultivos basados en pocas simientes seleccionadas por las grandes multinacionales corren el riesgo de empobrecer la biodiversidad vegetal, es decir, de provocar la extinción de muchas variedades vegetales. Cuanto más pobre sea el patrimonio biológico de las especies cultivadas, más aumenta el riesgo de que plagas y patologías de las plantas aniquilen las cosechas y traigan el hambre al mundo. Hay que tutelar la biodiversidad, no hay que reducir los cultivos a pocos inmensos monocultivos, porque un mañana podría costarnos muy caro, tal vez con la extinción de la raza humana.
Pues yo propongo aplicar el mismo principio a la vida política: por favor, potentísimos señores progresistas, vosotros Hollande, vosotros Obama, vosotros Zapatero, permitid que quien quiera vivir en sociedad según reglas distintas de las que queréis imponer a todos los seres humanos, lo haga. Permitid un poco de biodiversidad en el campo de la bio-política. Tal vez es mejor que haya en futuro algún país donde las drogas no estén liberalizadas, donde los hijos sepan verdaderamente quienes son sus padres biológicos (con los matrimonios homosexuales y con las fecundaciones heterólogas serán siempre menos los que los sabrán) o donde los ancianos y los enfermos mentales no sean empujados hacia el suicidio de Estado. Tal vez esos países podrían representar una reserva de humanidad, de valores, de motivaciones, de espíritu de sacrificio, etc., que podría ser útil en el mundo del mañana. El mundo que vosotros habréis llevado al desastre a causa de la absolutización del individualismo y del igualitarismo. Por favor, dejadnos vivir a nuestra manera y prosperar: podríamos ser el ancla de salvación de la raza humana en el caso de que vuestros experimentos de palingenesia bio-política igualitarista acaben mal.
“Pero, ¿en qué sentido esta propuesta es una mediación entre militantes y neo-monásticos?”, os estaréis preguntando. En el sentido que concilia las preocupaciones de las dos distintas sensibilidades. La convicción de los segundos, para los cuales un cierto tipo de sociedad, con la impronta de los valores cristianos y el reconocimiento de una naturaleza humana que tiene necesidad de depender de algo que viene antes de sí, se puede realizar sólo en un ámbito circunscrito; y la convicción de los primeros, según los cuales la dimensión política es a pesar de todo esencial y no se puede eliminar porque es propia de la naturaleza humana.
Artículo publicado en Tempi.
Traducción de Helena Faccia Serrano.
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