Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

A propósito de un monje tibetano

¿Es justo inmolarse por una buena causa? Responden Vittorio Messori y el cardenal Martino

Vittorio Messori
Vittorio Messori

Andrea Tornielli / Vatican Insider

¿Es justo inmolarse por una buena causa? ¿Darse muerte voluntariamente para denunciar la opresión que sufre el propio pueblo, tal y como hacen los monjes tibetanos? La refelxión que propuso Enzo Bianchi en algunos periódicos italianos, sobre todo en “La Stampa”, provocó discusiones. Por ello pedimos al cardenal Renato Raffaele Martino y al escritor Vittorio Messori que comentaran las palabras del prior de la Comunidad de Bosé. «Vale la pena dejarse interrogar por estos monjes dispuestos a consumar sus vidas entre las llamas como incienso», escribió Bianchi, recordando que los monjes suicidas, «con sus vidas y con su muerte, quieren afirmar la grandeza de una religión y de una cultura que no acepta plegarse ante el mal».

«Para nosotros, los cristianos –explica el cardenal Martino, ex-presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, y, durante muchos años Nuncio en países asiáticos y representante de la Santa Sede ante la Onu–, es inconcebible el suicidio. Aunque este quitarse la vida pueda tener fines nobles. El Catecismo de la Iglesia católica enseña que el suicidio contradice la inclinación natural del ser humano para conservar la propia vida y que va en contra del amor del Dios vivo. Si se comete para servir como ejemplo, se lena también de la gravedad del escándalo. Aunque la angustia o el temor gravde de la prueba, del sufrimiento o de la tortura puedan atenuar la responsabilidad de los que lo cometen».

«Queda claro –subraya el cardenal– que el gesto de los monjes tibetanos se inscribe en un determinado ámbito religioso. Pero no se puede comparar con el martirio cristiano. Muchos cristianos han sufrido persecuciones por el odio en contra de la fe que profesan, pero no han llevado a cabo gestos de este tipo y han soportado hasta el final las consecuencias de la persecución».

Vittorio Messori, uno de los escritores católicos italianos más conocidos, invita, sobre todo, a recordar la historia del Tíbet: «No hay que olvidar que hasta 1950 ese país era la más dura de las teocracias sacras. El Dalai Lama tenía sus feudatarios, que eran los Lama: poseían todas las tierras, tenían poder para decidir sobre la vida y la muerte. Cada familia debía enviar por lo menos un hijo al monasterio, con consecuencias , por decirlo en plata, desagradables en caso de desobediencia. Es decir, Tíbet antes del dominio chino no era un modelo para los derechos humanos».

Según Messori, la reflexión de Enzo Bianchi es interesante, pues dice que «reconoce la diferencia entre la perspectiva budista y la perspectiva cristiana, explicando de esta forma que sería impropio trazar una comparación entre los monjes que se dan fuego y la actitud de Jesús ante sus perseguidores y los mártires cristianos». Para el cristianismo, explica el escritor, «la vida es un don de Dios y solo Él puede quitarla. El mártir cristiano, asesinado por el odio, es reconocido como santo, pero el martirio no puede buscarse nunca. En la Edad Media hubo algunos franciscanos que murieron en Argelia porque se pusieron a predicar el Evangelio y a denigrar a Mahoma en un bazar. No fueron reconocidos como mártires pos su imprudencia».

Messori cita al respecto algunos ejemplos del pasado y del presente. «Santa Apolonia de Alejandría, que vivió en el siglo III y se convirtió en la protectora de los que tienen mal de muelas porque sus perseguidores le sacaron los dientes con un cincel, fue llevada a un horno. Le dijeron: o blasfemas y reniegas de tu fe o te arrojamos a las llamas. Apolonia logró liberarse de sus perseguidores y se arrojó a las llamas. El reconocimiento de su santidad causó debates, porque había anticipado el gesto de sus perseguidores». El escritor recuerda, para terminar, dos casos del siglo pasado: el desl estudiante Jan Palach que se inmoló dándose fuego durante la Primavera de Praga (en 1969) y el del irlandés Bobby Sands, que en 1981 se dejó morir de habmre en una cárcel de Irlanda del Norte como protesta porque no se le reconocía el estatus de preso político. «En ambos casos –explicó– la Iglesia católica expresó respeto por sus gestos, pero no aprobación».
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