Sor Gabriela Gertrudis, en las carmelitas de Úbeda
La monja española que sentía sangre en la boca durante horas al comulgar y veía al Niño Jesús
El cuerpo de la religiosa andaluza Sor Gabriela Gertrudis permanece incorrupto en la biblioteca del convento de carmelitas descalzas de Úbeda. Es una de esas figuras de la mística monástica que son poco conocidas incluso en su país natal, una de esas personalidades que dormita esperando un reconocimiento de sus dones espirituales y un avivamiento de la devoción por ellas como intercesoras ante Dios.
En la época de Sor Gabriela Gertrudis, el siglo XVII, se difundieron sus experiencias místicas, trances y premoniciones, aunque no se escribió mucho sobre ella, pero sí dejó una autobiografía.
De vez en cuando, escritores que bucean en la historia local redescubren este tipo de figuras de gran altura espiritual, como es el caso de Alberto Cerezuela en La Voz de Almería del 13 de agosto de 2015.
Cerezuela inicia así su semblante de la religiosa: “Nosotros tenemos en Almería una religiosa muy interesante, concretamente en Vélez Blanco. Gabriela Gertrudis de Tapa y Acosta, Sor Gabriela Gertrudis de San José, nació el 17 de marzo de 1628. Era hija de Juan Correa de Tapia, abogado de los reales consejos (natural de Granada) y de Isabel de Acosta Moreno, hija de Diego Acosta Moreno, administrador del IV marqués de los Vélez”.
Una infancia leyendo a Santa Teresa
La religiosa era la cuarta de nueve hermanos, aunque cinco de ellos de niños. También ella sufrió enfermedad en la infancia que le impedía hacer vida normal fuera de casa. Pasaba mucho tiempo en el hogar leyendo a Santa Teresa de Ávila.
Después de morir su padre en 1648, Gabriela Gertrudis, con 20 años, ingresó con sus hermanas en las Carmelitas Descalzas de Úbeda. Allí tomó el nombre de Gabriela Gertrudis de San José y empezaron sus experiencias místicas, que redactó en una autobiografía que redactó en 1672, cuando tenía 45 años.
Primera fase: falta de paz
Una primera fase espiritual fue de desasosiego: “Dios dio licencia a los demonios para que me atormentasen con todo género de sensaciones (…) y todo era llorar y deshacerme”, escribiría. Era además muy perfeccionista y de fuerte carácter y la llegada al convento fue dura para ella, pero una experiencia mística en un sueño le animó a perseverar.
Serenidad y trances
Después llegó una etapa de serenidad, sintiendo la cercanía de Dios. Se fueron haciendo poco a poco más frecuentes los trances y éxtasis.
A veces experimentaba llagas o señales en su propio cuerpo. En algunos casos, estos trances finalizaban con algunas premoniciones relacionadas con tragedias o situaciones importantes relacionadas con el convento y las religiosas.
Ella describía así sus experiencias de cercanía a lo divino: “Veo la gloria de Dios y hablo con Cristo sobre su pasión”, escribe. O bien: “… se me quitó el sentido y me llevaron al cielo donde estaba haciendo una procesión y cantándole al Señor alabanzas, a su amor y hazañas (…) yo quedé encantada. Quien aquello vio y volvió a esta mortalidad, qué pena tan grande le quedó allí al alma”.
Era su forma de decir que daban ganas de quedarse en aquel estado maravilloso. En esta época ya recibía visitas en el convento de autoridades religiosas buscando oración, guía o consuelo.
Sangre en la boca y el Niño Jesús
A finales de siglo le llegó una fuerte enfermedad que la llevaría a la tumba. Escribió de esos años finales que le costaba comulgar: “Dos años y más me duró que todas las veces que comulgamos se me llenaba la boca de sangre y me duraba eso más de dos horas, y solía tomar un poco de agua para que aquello se me quitara de la boca, y aunque tomaba agua hasta el mediodía que comía, no se me quitaba esto de la boca”.
Cerezuela escribe: “Ella sospechaba que la muerte había venido a buscarla, pero realmente era lo que quería. Ansiaba que su alma se elevara hasta lo infinito para llegar a esa otra vida que tantas veces se le había aparecido durante sus éxtasis y sus sueños. Al principio tenía mucho miedo al no entender el porqué de la continua presencia de ángeles a su alrededor, pero su confesor, fray Agustín de la Cruz, le hizo comprender que las visiones no eran producto de su imaginación, sino que Dios la había elegido por gran motivo, y por eso quería conversar con ella de vez en cuando. Cada vez que comulgaba, se le llenaba la boca de sangre durante varias horas, y Dios se presentaba ante ella de vez en cuando, en forma de Niño Jesús. Ella intentaba abrazarlo, pero no podía. Revoloteaba sobre las cabezas del resto de monjas sin que éstas se percatasen de ello”.
Un desvelo necesario para el alma
Cerezuela finaliza así el semblante de la mística carmelita andaluza: “Su enfermad, unida a su fuerte deseo de morir, trajeron consigo el fallecimiento de la religiosa carmelita el 12 de enero de 1702. Apenas quedan documentos sobre ella, tan solo una copia de su autobiografía ya que el original se perdió. Nos tenemos que conformar con un cuadernillo escrito por ella de su puño y letra, titulado ´Un desvelo necesario para el alma´, donde da consejos espirituales a una novicia a punto de profesar; y con el Traslado de la Vida que de su mano escribió la Venerable Madre Gabriela de S. Joseph, seguramente en los primeros años del siglo XVIII. Este códice se conserva hoy en el convento de Úbeda en forma de un volumen de 22x15 centímetros encuadernado en pergamino (está fechado el 6 de mayo de 1679). Su cuerpo, incorrupto y vestido con su hábito, está guardado en un cajón de madera dentro de su biblioteca”.
En la época de Sor Gabriela Gertrudis, el siglo XVII, se difundieron sus experiencias místicas, trances y premoniciones, aunque no se escribió mucho sobre ella, pero sí dejó una autobiografía.
De vez en cuando, escritores que bucean en la historia local redescubren este tipo de figuras de gran altura espiritual, como es el caso de Alberto Cerezuela en La Voz de Almería del 13 de agosto de 2015.
Cerezuela inicia así su semblante de la religiosa: “Nosotros tenemos en Almería una religiosa muy interesante, concretamente en Vélez Blanco. Gabriela Gertrudis de Tapa y Acosta, Sor Gabriela Gertrudis de San José, nació el 17 de marzo de 1628. Era hija de Juan Correa de Tapia, abogado de los reales consejos (natural de Granada) y de Isabel de Acosta Moreno, hija de Diego Acosta Moreno, administrador del IV marqués de los Vélez”.
Una infancia leyendo a Santa Teresa
La religiosa era la cuarta de nueve hermanos, aunque cinco de ellos de niños. También ella sufrió enfermedad en la infancia que le impedía hacer vida normal fuera de casa. Pasaba mucho tiempo en el hogar leyendo a Santa Teresa de Ávila.
Después de morir su padre en 1648, Gabriela Gertrudis, con 20 años, ingresó con sus hermanas en las Carmelitas Descalzas de Úbeda. Allí tomó el nombre de Gabriela Gertrudis de San José y empezaron sus experiencias místicas, que redactó en una autobiografía que redactó en 1672, cuando tenía 45 años.
Primera fase: falta de paz
Una primera fase espiritual fue de desasosiego: “Dios dio licencia a los demonios para que me atormentasen con todo género de sensaciones (…) y todo era llorar y deshacerme”, escribiría. Era además muy perfeccionista y de fuerte carácter y la llegada al convento fue dura para ella, pero una experiencia mística en un sueño le animó a perseverar.
Serenidad y trances
Después llegó una etapa de serenidad, sintiendo la cercanía de Dios. Se fueron haciendo poco a poco más frecuentes los trances y éxtasis.
A veces experimentaba llagas o señales en su propio cuerpo. En algunos casos, estos trances finalizaban con algunas premoniciones relacionadas con tragedias o situaciones importantes relacionadas con el convento y las religiosas.
Ella describía así sus experiencias de cercanía a lo divino: “Veo la gloria de Dios y hablo con Cristo sobre su pasión”, escribe. O bien: “… se me quitó el sentido y me llevaron al cielo donde estaba haciendo una procesión y cantándole al Señor alabanzas, a su amor y hazañas (…) yo quedé encantada. Quien aquello vio y volvió a esta mortalidad, qué pena tan grande le quedó allí al alma”.
Era su forma de decir que daban ganas de quedarse en aquel estado maravilloso. En esta época ya recibía visitas en el convento de autoridades religiosas buscando oración, guía o consuelo.
Sangre en la boca y el Niño Jesús
A finales de siglo le llegó una fuerte enfermedad que la llevaría a la tumba. Escribió de esos años finales que le costaba comulgar: “Dos años y más me duró que todas las veces que comulgamos se me llenaba la boca de sangre y me duraba eso más de dos horas, y solía tomar un poco de agua para que aquello se me quitara de la boca, y aunque tomaba agua hasta el mediodía que comía, no se me quitaba esto de la boca”.
Cerezuela escribe: “Ella sospechaba que la muerte había venido a buscarla, pero realmente era lo que quería. Ansiaba que su alma se elevara hasta lo infinito para llegar a esa otra vida que tantas veces se le había aparecido durante sus éxtasis y sus sueños. Al principio tenía mucho miedo al no entender el porqué de la continua presencia de ángeles a su alrededor, pero su confesor, fray Agustín de la Cruz, le hizo comprender que las visiones no eran producto de su imaginación, sino que Dios la había elegido por gran motivo, y por eso quería conversar con ella de vez en cuando. Cada vez que comulgaba, se le llenaba la boca de sangre durante varias horas, y Dios se presentaba ante ella de vez en cuando, en forma de Niño Jesús. Ella intentaba abrazarlo, pero no podía. Revoloteaba sobre las cabezas del resto de monjas sin que éstas se percatasen de ello”.
Un desvelo necesario para el alma
Cerezuela finaliza así el semblante de la mística carmelita andaluza: “Su enfermad, unida a su fuerte deseo de morir, trajeron consigo el fallecimiento de la religiosa carmelita el 12 de enero de 1702. Apenas quedan documentos sobre ella, tan solo una copia de su autobiografía ya que el original se perdió. Nos tenemos que conformar con un cuadernillo escrito por ella de su puño y letra, titulado ´Un desvelo necesario para el alma´, donde da consejos espirituales a una novicia a punto de profesar; y con el Traslado de la Vida que de su mano escribió la Venerable Madre Gabriela de S. Joseph, seguramente en los primeros años del siglo XVIII. Este códice se conserva hoy en el convento de Úbeda en forma de un volumen de 22x15 centímetros encuadernado en pergamino (está fechado el 6 de mayo de 1679). Su cuerpo, incorrupto y vestido con su hábito, está guardado en un cajón de madera dentro de su biblioteca”.
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