Profundas palabras del Papa a los seminaristas de Barcelona sobre la esencia de la vida sacerdotal
[Advertencia actualizada: la Oficina de Prensa de la Santa Sede presentó este texto como pronunciado, y así lo recogimos. Pero en realidad el Papa nunca lo pronunció. Lo desechó al inicio del encuentro, e improvisó unas palabras a preguntas de los presentes. Pincha aquí para leer en 'Germinans Germinabit' un relato de lo sucedido y de lo que dijo Francisco en realidad.]
"Sé que han deseado mucho este encuentro y han pedido a su arzobispo, con insistencia, poder estar aquí. Ven, la oración perseverante da sus frutos, no lo olviden nunca": así comienzó el saludo de Francisco a la comunidad del seminario de Barcelona, a la que recibió ese sábado en la Sala de los Papas del Vaticano. Presidió la delegación Javier Vilanova, obispo auxiliar de la archidiócesis, al encontrarse el cardenal Juan José Omella en ese momento asistiendo a la toma de posesión de Enrique Benavent como arzobispo de Valencia.
La oración fue el eje de las breves palabras que dirigió el Papa a los profesores, alumnos y demás miembros de la familia que forma el seminario diocesano. En ese sentido se dirigió a los seminaristas para darles dos consejos:
-"No dejen de pedir las oraciones de sus pastores y de los fieles, para que Dios les conceda perseverancia en el camino del bien";
-"Recuerden que, cuando sean sacerdotes, su primera obligación será una vida de oración que nazca del agradecimiento a ese amor de predilección que Dios les mostró al llamarles a su servicio".
El seminarista se encuentra ante "dos tentaciones", dijo: "La de centrarse en lo malo, teniendo en cuenta sólo las experiencias negativas, y la de intentar presentar un mundo idílico e irreal".
De la mano de San Manuel González
Para combatirlas, les recomendó "un librito de un obispo santo de vuestra tierra, San Manuel González, que desgrana en un rosario sacerdotal lo bueno y lo malo que nos cuestiona, haciendo de ello una plegaria que, por intercesión de nuestra Madre Inmaculada, presentamos a Dios".
Se refería Francisco a El Rosario sacerdotal, una obra donde el obispo sevillano San Manuel González (1877-1940), canonizado por él mismo en 2016, presenta la devoción a la Santísima Virgen como parte esencial de la espiritualidad del sacerdote, que ha de vivir su vocación unido a ella como camino seguro para configurarse con su Hijo.
Por eso, "les haría bien", añadió el Papa, "que en su oración pudieran confrontarse con las actitudes de la Santísima Virgen, preguntándose: ¿Cómo estaba ella cuando Dios la llamó? Y yo ¿cómo estaba? ¿Con qué celo me planteo mi futura vida sacerdotal? ¿Me alzaré -dice San Manuel- como una burbuja en una olla hirviente de amor, para llevar a Dios al mundo? ¿Lo llevaré hasta los montes, a lo más arduo y penoso?"
Y volvió a citar al obispo santo para recordar que el sacerdote "no es un dominador de las almas por la plata y el oro", sino que "su riqueza, su poder, es sólo la virtud del nombre de Jesús", esto es, "hacerlo presente en la Eucaristía, en los sacramentos, en la palabra, para que nazca en el corazón de los hombres".
El sacerdocio, anclado en los misterios del Rosario
El último de los misterios gozosos del Rosario, añadió, contempla al Niño Jesús perdido y hallado en el templo. De ahí se extrae "una idea muy importante para toda su vida, no la dejen nunca: me refiero a Jesús perdido en el templo, a ese Jesús al que tengo que volver siempre a buscar en el sagrario. Piérdanse allí con Él, para esperar a sus fieles".
Y citó de nuevo a San Manuel González: "El buen sacerdote sabe muy bien que, mientras le queden ojos para llorar, manos con que mortificarse y cuerpo que afligir, no tiene derecho a decir que ha hecho todo lo que tenía que hacer por las almas que le están confiadas".
Contemplando los misterios dolorosos, el sacerdote comprende también que Dios le pide sacrificio: "Sacrificio del corazón, rindiendo nuestra voluntad; sacrificio de la sensibilidad, en la ascesis; sacrificio de la honra, tan española, pensando que buscar el laurel de la nobleza, del título académico, del elogio mundano, nos aleja de Dios, y más bien hay que aspirar a las coronas de espinas que nos identifican con el Señor".
Francisco concretó esa ascesis, para la que "bastan cosas sencillas: la cama dura, la habitación estrecha, la mesa escasa y pobre, las noches a la cabecera de los agonizantes, los días muy temprano abriendo la iglesia antes que los bares, y esperar, acompañando a Jesús solo, a los pecadores y a los heridos en el camino de la vida".
La comunidad del seminario de Barcelona aplaude al Papa al entrar a su encuentro con ellos.
Por último, los misterios gloriosos "son nuestra acción de gracias por la Misa de Jesús en la cruz". Es el "triunfo de la Resurrección", por el que vemos a Jesús sentado a la derecha del Padre y esto "nos llama a la esperanza y nos llena de regocijo, porque nos asegura el paraíso".
"Para ello", concluyó el Papa, "Dios envía el Espíritu Santo, el único que puede enseñarnos estos misterios, y un día, a ustedes, les dará el don de ser sacerdotes de Cristo. No dejen nunca de gustar y rememorar este amor de predilección que se derrama y se derramará abundantemente en su corazón, en su ordenación y en el resto de sus días. No apaguen nunca ese fuego que los hará intrépidos predicadores del Evangelio, dispensadores de los tesoros divinos. Unan su carne a la de Jesús, como María, para inmolarse con Él en el sacrificio eucarístico, y también, en la gloria de su triunfo"
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