«La vida cristiana no está hecha de sueños y bellas aspiraciones, sino de compromisos concretos»
"¡A mal tiempo, buena cara!"
Así saludó el Papa este domingo a los fieles congregados bajo la lluvia y los paraguas en la Plaza de San Pedro para el rezo del Angelus.
Francisco aprovechó el Evangelio del día, con la parábola de los dos hermanos (el que dice al padre que no va a trabajar a la viña, pero va, y el que le dice que va, pero no va: Mt 21, 28-32), para recordar que "la obediencia no consiste en decir sí o no, sino en actuar, cultivar la viña, realizar el Reino de Dios, hacer el bien".
Es un rechazo de Jesucristo a una "religiosidad de fachada", como la de los jefes de los sacerdotes y los ancianos de su tiempo, a quienes profetizó que serán precedidos por los publicanos y las prostitutas: "Esta afirmación no debe inducir a pensar que hacen bien quienes no siguen los mandamientos de Dios, quienes no siguen la moral... Jesús no presenta a publicanos y prostitutas como modelos de vida, sino como 'privilegiados de la gracia'", porque "la conversión siempre es una gracia, una gracia que Dios ofrece a quien se abre y se convierte a Él".
Una lluvia otoñal acompañó al rezo del Angelus este domingo.
Se trata, pues, de convertirse: "Dios es paciente con cada uno de nosotros, no se cansa, no desiste ante nuestro 'no'... El Señor nos espera siempre, está a nuestro lado para ayudarnos, pero respeta nuestra libertad y espera trepidante nuestro 'sí' para acogernos de nuevo con los brazos paternales y colmarnos de su misericordia sin límite".
Hay, pues, que renovar cada día "la elección del bien sobre el mal, de la verdad sobre la mentira, del amor al prójimo sobre el egoísmo", y quien siga este camino tras haber experimentado el pecado sentirá la "alegría" del Reino de los Cielos por su conversión.
Esta conversión es "un proceso doloroso", porque "el camino de la santidad no se hace sin alguna renuncia y sin combate espiritual". Para alcanzar la alegría de las Bienventuranzas, "la vida cristiana no está hecha de sueños y bellas aspiraciones, sino de compromisos concretos, para abrirnos siempre a la voluntad de Dios y al amor al prójimo".
Pero todo esto, concluyó, "no se puede hacer sin la gracia", la gracia "de ser un buen cristiano", que "debemos pedir siempre".