«Dios ya no atrae porque ya no somos conscientes de nuestra sed profunda», dice el Papa en el Corpus
A las cinco y medio de la tarde comenzó la misa por la Solemnidad del Corpus Christi que celebró Francisco en la basílica de San Pedro, y que a su término fue seguida por una Adoración al Santísimo.
En su homilía, Francisco se centró en tres escenas de la narración evangélica de la Última Cena que nos sirvan para comprender "en qué 'lugares' de nuestra vida Dios nos pide ser acogido".
El cántaro de agua
La primera es la del hombre que lleva un cántaro de agua (Mc 14, 13), que debe servir a los discípulos para encontrar el lugar del Cenáculo. "El cántaro de agua es un signo que nos hace pensar en la humanidad sedienta, siempre en búsqueda de una fuente de agua que la sacie y la regenere", para la que no valen "las cosas mundanas", porque "es una sed más profunda que solo Dios puede satisfacer".
Pero "el drama de hoy es que la sed de Dios se ha apagado", dijo el Papa: "Se han apagado las preguntas sobre Dios, se ha esfumado el deseo de Él, cada vez son menos quienes buscan a Dios. Dios ya no atrae porque ya no somos conscientes de nuestra sed profunda... Es la sed de Dios la que nos lleva al altar".
La habitación grande
La segunda imagen es "la habitación grande en el piso de arriba" (Mc 14, 15) donde tendrá lugar la cena pascual. Es una "habitación grande" para un "pequeño trozo de Pan": "Dios se hace pequeño como un pedazo de pan y justo por eso es necesario un corazón grande para poderlo reconocer, adorar, acoger. La presencia de Dios es tan humilde, escondida, a veces invisible, que necesita un corazón preparado, despierto y acogedor para reconocerla".
Por eso "hay que agrandar el corazón", es decir, "salir de la pequeña habitación de nuestro yo y entrar en el gran espacio del asombro y de la adoración". "Si faltan el asombro y la adoración", insistió el Papa, "no hay camino que conduzca al Señor".
"También la Iglesia", concluyó sobre este punto, "debe ser una habitación grande, no un círculo pequeño y cerrado, sino una comunidad con los brazos abiertos, acogedora para todos", un lugar donde recibir "a quien está herido, a quien se ha descarriado" y "conducirlo a la alegría del encuentro con Cristo".
Compartir el Pan
Por último, la tercera escena es la propia partición del Pan, "gesto eucarístico por excelencia, gesto de identidad de nuestra fe", al que ya había hecho referencia el Papa en el Angelus de la mañana. Antes se ofrecían corderos a Dios, ahora "es Jesús quien se hace Cordero y se inmola para darnos la vida. En la Eucaristía contemplamos y adoramos al Dios del amor".
Para participar en la Eucaristía, también los cristianos están llamados a vivir ese amor: "No puedes compartir el pan del domingo si tu corazón está cerrado a los hermanos. No puedes comer de este Pan si no das pan al hambriento. No puedes compartir este Pan si no compartes los sufrimientos y las necesidades de quien siente necesidad".
Llevar a Jesús a los demás
Francisco concluyó la homilía evocando la procesión del Santísimo Sacramento propia de la festividad del Corpus Christi, que "nos recuerda que estamos llamados a salir llevando a Jesús con entusiasmo a aquellos a quienes encontramos en nuestra vida cotidiana".
"Convirtámonos en una Iglesia con el cántaro en la mano, que despierta la sed y ofrece el agua", concluyó el Papa: "Abramos el corazón en el amor, para ser habitación grande y espaciosa donde todos puedan entrar a encontrar al Señor, compartamos nuestra vida en la compasión y en la solidaridad, para que el mundo vea a través de nosotros la grandeza del amor de Dios. Y entonces el Señor vendrá, y volverá a sorprendernos, y volverá a ser alimento para la vida del mundo y nos saciará para siempre, hasta el día en el que, en el banquete del Cielo, contemplemos su rostro y gocemos sin fin".