Alusión al aborto ante los poderosos de Chile
Francisco pide ante Piñera, Bachelet y el poder político «una opción radical por la vida amenazada»
El Papa Francisco, ante la presidenta saliente de Chile, Michele Bachelet, el nuevo presidente, Sebastián Piñera, y las autoridades políticas y diplomáticas del país, ha pedido este martes, en su discurso formal en Santiago de Chile, "una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada".
Con esta frase se refería, sin mencionarlo expresamente, al aborto, que ha implantado la socialista Bachelet durante su mandato, pese a las movilizaciones en contra de muchos ciudadanos y de muchos médicos y sanitarios.
En agosto de 2017 el Tribunal Constitucional decidió, por 6 votos contra 4, que el aborto es constitucional en los 3 casos que permite la nueva ley abortista (riesgo para la salud de la madre, violación, grave enfermedad del bebé).
Chile tenía prohibido todo caso de aborto desde 1989 y aún así tenía casi los mejores índices de salud maternal de todo el continente americano (solo por detrás de Canadá), desmintiendo durante décadas que en un país con el aborto prohibido muchas mujeres jóvenes se encontrarán con dificultades ginecológicas graves por hacer abortos clandestinos.
Bachelet llegó a la presidencia en unas elecciones presidenciales que, por primera vez, no eran de voto obligatorio: sólo acudieron a votar 5,7 millones sobre casi 13,6 millones de inscritos. Así, Bachelet, con 3,5 millones de votos en un país de 17,5 millones de habitantes implantó el aborto en la nación.
La frase del Papa
La frase del Papa sobre la defensa de la vida la pronunció así hacia el final de su discurso: "El alma de la chilenía es vocación a ser, esa terca voluntad de existir. Vocación a la que todos están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible. Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada".
Otros temas que el Papa trató en su discurso fueron el "mirar hacia el futuro", el "abrirse a escuchar" y "que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile". También condenó los casos de abusos sexuales por parte eclesiásticos.
Texto completo del Papa Francisco ante las autoridades políticas chilenas
Señora Presidenta, miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático, representantes de la sociedad civil, distinguidas autoridades, señoras y señores:
Es para mí una alegría poder estar nuevamente en suelo latinoamericano y comenzar esta visita por esta querida tierra chilena que ha sabido hospedarme y formarme en mi juventud; quisiera que este tiempo con ustedes fuera también un tiempo de gratitud por tanto bien recibido.
Me viene a la memoria esa estrofa de vuestro himno nacional:
«Puro, Chile, es tu cielo azulado,
/ puras brisas te cruzan también,
/ y tu campo de flores bordado/
es la copia feliz del Edén»,
un verdadero canto de alabanza por la tierra que habitan, llena de promesas y desafíos; pero especialmente preñada de futuro.
Gracias, señora Presidenta, por las palabras de bienvenida que me ha dirigido. En usted quiero saludar y abrazar al pueblo chileno desde el extremo norte de la región de Arica y Parinacota hasta el archipiélago sur «y a su desenfreno de penínsulas y canales». La diversidad y riqueza geográfica que poseen nos permite vislumbrar la riqueza de esa polifonía cultural que los caracteriza.
Agradezco la presencia de los miembros del gobierno; los Presidentes del Senado, de la Cámara de Diputados y de la Corte Suprema, así como las demás autoridades del Estado y sus colaboradores.
Saludo al Presidente electo aquí presente, señor Sebastián Piñera Echenique, que ha recibido recientemente el mandato del pueblo chileno de gobernar los destinos del país los próximos cuatro años.
Chile se ha destacado en las últimas décadas por el desarrollo de una democracia que le ha permitido un sostenido progreso. Las recientes elecciones políticas fueron una manifestación de la solidez y madurez cívica que han alcanzado, lo cual adquiere un relieve particular este año en el que se conmemoran los 200 años de la declaración de la independencia. Momento particularmente importante, ya que marcó su destino como pueblo, fundamentado en la libertad y en el derecho, que ha debido también enfrentar diversos períodos turbulentos pero que logró —no sin dolor— superar. De esta forma supieron ustedes consolidar y robustecer el sueño de sus padres fundadores.
En este sentido, recuerdo las emblemáticas palabras del Card. Silva Henríquez cuando en un Te Deum afirmaba: «Nosotros —todos— somos constructores de la obra más bella: la patria. La patria terrena que prefigura y prepara la patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso la recibimos con respeto, con gratitud, como una tarea que hace muchos años comenzaba, como un legado que nos enorgullece y compromete a la vez».
Cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos.
Tienen ustedes, por tanto, un reto grande y apasionante: seguir trabajando para que la democracia y el sueño de sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de verdad lugar de encuentro para todos. Que sea un lugar en el que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile: generoso, acogedor, que ama su historia, que trabaja por su presente de convivencia y mira con esperanza al futuro. Nos hace bien recordar aquí las palabras de san Alberto Hurtado: «Una Nación, más que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua o sus tradiciones, es una misión a cumplir». Es futuro. Y ese futuro se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su pueblo y sus autoridades.
Tal capacidad de escucha adquiere gran valor en esta nación donde su pluralidad étnica, cultural e histórica exige ser custodiada de todo intento de parcialización o supremacía y que pone en juego la capacidad que tengamos para deponer dogmatismos exclusivistas en una sana apertura al bien común — que si no tiene un carácter comunitario nunca será un bien—. Es preciso escuchar: escuchar a los parados, que no pueden sustentar el presente y menos el futuro de sus familias; a los pueblos originarios, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación. Escuchar a los migrantes, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para todos.
Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas. Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar. Escuchar a los niños, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir.
Con esta capacidad de escucha somos invitados —hoy de manera especial— a prestar una preferencial atención a nuestra casa común: fomentar una cultura que sepa cuidar la tierra y para ello no conformarnos solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y ambientales que se presentan; en esto se requiere la audacia de ofrecer «una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático» que privilegia la irrupción del poder económico en contra de los ecosistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestros pueblos. La sabiduría de los pueblos originarios puede ser un gran aporte. De ellos podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la existencia para adquirir una actitud sapiencial frente al futuro.
El alma de la chilenía es vocación a ser, esa terca voluntad de existir. Vocación a la que todos están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible. Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada.
Agradezco una vez más la invitación de poder venir a encontrarme con ustedes, con el alma de este pueblo; y ruego para que la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, siga compañando y gestando los sueños de esta bendita nación
Después del discurso
Luego de su encuentro con las autoridades civiles y el cuerpo diplomático acreditado, el Papa Francisco se reunió de forma privada con la Presidenta de Chile, Michelle Bachelet.
Tras el diálogo, la Presidenta presentó a su madre, Ángela Jeria, al Papa, con quien también conversó brevemente.
En sus palabras ante las autoridades civiles, Bachelet expresó su deseo de que la visita de Francisco, “así como es un regalo para nosotros, sea un momento de alegría para usted, por el cariño y compromiso de chilenos y chilenas que irán a su encuentro”.
La reunión se realizó en el Palacio de la Moneda alrededor de las 09:00 a.m. (hora local) y tras ella el Santo Padre se dirigió al Parque O’Higgins en donde presidirá una Misa ante cientos de miles de fieles.
Con esta frase se refería, sin mencionarlo expresamente, al aborto, que ha implantado la socialista Bachelet durante su mandato, pese a las movilizaciones en contra de muchos ciudadanos y de muchos médicos y sanitarios.
En agosto de 2017 el Tribunal Constitucional decidió, por 6 votos contra 4, que el aborto es constitucional en los 3 casos que permite la nueva ley abortista (riesgo para la salud de la madre, violación, grave enfermedad del bebé).
Chile tenía prohibido todo caso de aborto desde 1989 y aún así tenía casi los mejores índices de salud maternal de todo el continente americano (solo por detrás de Canadá), desmintiendo durante décadas que en un país con el aborto prohibido muchas mujeres jóvenes se encontrarán con dificultades ginecológicas graves por hacer abortos clandestinos.
Bachelet llegó a la presidencia en unas elecciones presidenciales que, por primera vez, no eran de voto obligatorio: sólo acudieron a votar 5,7 millones sobre casi 13,6 millones de inscritos. Así, Bachelet, con 3,5 millones de votos en un país de 17,5 millones de habitantes implantó el aborto en la nación.
La frase del Papa
La frase del Papa sobre la defensa de la vida la pronunció así hacia el final de su discurso: "El alma de la chilenía es vocación a ser, esa terca voluntad de existir. Vocación a la que todos están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible. Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada".
Otros temas que el Papa trató en su discurso fueron el "mirar hacia el futuro", el "abrirse a escuchar" y "que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile". También condenó los casos de abusos sexuales por parte eclesiásticos.
Texto completo del Papa Francisco ante las autoridades políticas chilenas
Señora Presidenta, miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático, representantes de la sociedad civil, distinguidas autoridades, señoras y señores:
Es para mí una alegría poder estar nuevamente en suelo latinoamericano y comenzar esta visita por esta querida tierra chilena que ha sabido hospedarme y formarme en mi juventud; quisiera que este tiempo con ustedes fuera también un tiempo de gratitud por tanto bien recibido.
Me viene a la memoria esa estrofa de vuestro himno nacional:
«Puro, Chile, es tu cielo azulado,
/ puras brisas te cruzan también,
/ y tu campo de flores bordado/
es la copia feliz del Edén»,
un verdadero canto de alabanza por la tierra que habitan, llena de promesas y desafíos; pero especialmente preñada de futuro.
Gracias, señora Presidenta, por las palabras de bienvenida que me ha dirigido. En usted quiero saludar y abrazar al pueblo chileno desde el extremo norte de la región de Arica y Parinacota hasta el archipiélago sur «y a su desenfreno de penínsulas y canales». La diversidad y riqueza geográfica que poseen nos permite vislumbrar la riqueza de esa polifonía cultural que los caracteriza.
Agradezco la presencia de los miembros del gobierno; los Presidentes del Senado, de la Cámara de Diputados y de la Corte Suprema, así como las demás autoridades del Estado y sus colaboradores.
Saludo al Presidente electo aquí presente, señor Sebastián Piñera Echenique, que ha recibido recientemente el mandato del pueblo chileno de gobernar los destinos del país los próximos cuatro años.
Chile se ha destacado en las últimas décadas por el desarrollo de una democracia que le ha permitido un sostenido progreso. Las recientes elecciones políticas fueron una manifestación de la solidez y madurez cívica que han alcanzado, lo cual adquiere un relieve particular este año en el que se conmemoran los 200 años de la declaración de la independencia. Momento particularmente importante, ya que marcó su destino como pueblo, fundamentado en la libertad y en el derecho, que ha debido también enfrentar diversos períodos turbulentos pero que logró —no sin dolor— superar. De esta forma supieron ustedes consolidar y robustecer el sueño de sus padres fundadores.
En este sentido, recuerdo las emblemáticas palabras del Card. Silva Henríquez cuando en un Te Deum afirmaba: «Nosotros —todos— somos constructores de la obra más bella: la patria. La patria terrena que prefigura y prepara la patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso la recibimos con respeto, con gratitud, como una tarea que hace muchos años comenzaba, como un legado que nos enorgullece y compromete a la vez».
Cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos.
Tienen ustedes, por tanto, un reto grande y apasionante: seguir trabajando para que la democracia y el sueño de sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de verdad lugar de encuentro para todos. Que sea un lugar en el que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile: generoso, acogedor, que ama su historia, que trabaja por su presente de convivencia y mira con esperanza al futuro. Nos hace bien recordar aquí las palabras de san Alberto Hurtado: «Una Nación, más que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua o sus tradiciones, es una misión a cumplir». Es futuro. Y ese futuro se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su pueblo y sus autoridades.
Tal capacidad de escucha adquiere gran valor en esta nación donde su pluralidad étnica, cultural e histórica exige ser custodiada de todo intento de parcialización o supremacía y que pone en juego la capacidad que tengamos para deponer dogmatismos exclusivistas en una sana apertura al bien común — que si no tiene un carácter comunitario nunca será un bien—. Es preciso escuchar: escuchar a los parados, que no pueden sustentar el presente y menos el futuro de sus familias; a los pueblos originarios, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación. Escuchar a los migrantes, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para todos.
Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas. Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar. Escuchar a los niños, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir.
Con esta capacidad de escucha somos invitados —hoy de manera especial— a prestar una preferencial atención a nuestra casa común: fomentar una cultura que sepa cuidar la tierra y para ello no conformarnos solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y ambientales que se presentan; en esto se requiere la audacia de ofrecer «una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático» que privilegia la irrupción del poder económico en contra de los ecosistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestros pueblos. La sabiduría de los pueblos originarios puede ser un gran aporte. De ellos podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la existencia para adquirir una actitud sapiencial frente al futuro.
El alma de la chilenía es vocación a ser, esa terca voluntad de existir. Vocación a la que todos están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible. Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada.
Agradezco una vez más la invitación de poder venir a encontrarme con ustedes, con el alma de este pueblo; y ruego para que la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, siga compañando y gestando los sueños de esta bendita nación
Después del discurso
Luego de su encuentro con las autoridades civiles y el cuerpo diplomático acreditado, el Papa Francisco se reunió de forma privada con la Presidenta de Chile, Michelle Bachelet.
Tras el diálogo, la Presidenta presentó a su madre, Ángela Jeria, al Papa, con quien también conversó brevemente.
En sus palabras ante las autoridades civiles, Bachelet expresó su deseo de que la visita de Francisco, “así como es un regalo para nosotros, sea un momento de alegría para usted, por el cariño y compromiso de chilenos y chilenas que irán a su encuentro”.
La reunión se realizó en el Palacio de la Moneda alrededor de las 09:00 a.m. (hora local) y tras ella el Santo Padre se dirigió al Parque O’Higgins en donde presidirá una Misa ante cientos de miles de fieles.
Comentarios