El Papa habla del hambre del mundo en la FAO y critica el control poblacional como posible solución
Este lunes se celebra la Jornada Mundial de la Alimentación y para conmemorar este día el Papa Francisco se ha trasladado a la sede de la FAO, organismo dedicado a la alimentación y la agricultura de Naciones Unidas, donde ha pronunciado un discurso en el que ha alertado de las diferencias entre distintas partes del mundo.
De este modo, Francisco citó estudios realizados, entre otros, por Naciones Unidas y afirmó que los dos principales problemas a la hora de luchar contra el hambre son tanto los conflictos armados como el cambio climático. “Está claro que las guerras y los cambios climáticos ocasionan el hambre, evitemos pues el presentarla como una enfermedad incurable”, agregó.
Según recoge Aciprensa, el Papa rechazó la especulación con los recursos alimentarios “que los mide solamente en función del beneficio económico de los grandes productores o en relación a las estimaciones de consumo, y no a las reales exigencias de las personas. De esta manera, se favorecen los conflictos y el despilfarro, y aumenta el número de los últimos de la tierra que buscan un futuro lejos de sus territorios de origen”.
Derribando mitos
Además, insistió en que “para algunos, bastaría con disminuir el número de las bocas que alimentar y de esta manera se resolvería el problema; pero esta es una falsa solución si se tiene en cuenta el nivel de desperdicio de comida y los modelos de consumo que malgastan tantos recursos. Reducir es fácil, compartir, en cambio, implica una conversión, y esto es exigente”.
El Pontífice animó a impulsar una responsabilidad global que garantice la suficiente producción agrícola que dé respuesta a las necesidades alimentarias de todos. “La realidad actual reclama una mayor responsabilidad a todos los niveles, no sólo para garantizar la producción necesaria o la equitativa distribución de los frutos de la tierra, sino sobre todo para garantizar el derecho de todo ser humano a alimentarse según sus propias necesidades”.
Urgen nuevos caminos
En su discurso, Francisco mostró la urgencia de actuar para garantizar la seguridad alimentaria. “Las muertes a causa del hambre o el abandono de la propia tierra son una noticia habitual, con el peligro de provocar indiferencia. Nos urge pues, encontrar nuevos caminos para transformar las posibilidades de que disponemos en una garantía que permita a cada persona encarar el futuro con fundada confianza, y no sólo con alguna ilusión”.
Como contrapunto a la crisis alimentaria que afecta a varias regiones del planeta, el Santo Padre señaló que “las recientes previsiones formuladas por vuestros expertos contemplan un aumento de la producción global de cereales, hasta niveles que permiten dar mayor consistencia a las reservas mundiales. Este dato nos da esperanza y nos enseña que, si se trabaja prestando atención a las necesidades y al margen de las especulaciones, los resultados llegan”.
Francisco propuso la implantación de un nuevo lenguaje en la cooperación internacional. “Me hago a mí mismo, y también a vosotros, una pregunta: ¿Sería exagerado introducir en el lenguaje de la cooperación internacional la categoría del amor, conjugada como gratuidad, igualdad de trato, solidaridad, cultura del don, fraternidad, misericordia?”.
Ayudar a los países a llegar a la autosuficiencia
Así explicó su propuesta: “Amar a los hermanos, tomando la iniciativa, sin esperar a ser correspondidos, es el principio evangélico que encuentra también expresión en muchas culturas y religiones, convirtiéndose en principio de humanidad en el lenguaje de las relaciones internacionales”.
“Amar significa contribuir a que cada país aumente la producción y llegue a una autosuficiencia alimentaria. Amar se traduce en pensar en nuevos modelos de desarrollo y de consumo, y en adoptar políticas que no empeoren la situación de las poblaciones menos avanzadas o su dependencia externa. Amar significa no seguir dividiendo a la familia humana entre los que gozan de lo superfluo y los que carecen de lo necesario”.
Además, recordó que para huir de sus situaciones de miseria y falta de oportunidades, o incluso de situaciones de serio peligro para sus vidas, los migrantes “se desplazan hacia donde ven una luz o perciben una esperanza de vida. No podrán ser detenidas por barreras físicas, económicas, legislativas, ideológicas. Sólo una aplicación coherente del principio de humanidad lo puede conseguir”.
En su discurso, el Papa quiso entrar en el debate sobre la vulnerabilidad: “Vulnerable es el que está en situación de inferioridad y no puede defenderse, no tiene medios, es decir sufre una exclusión. Y lo está obligado por la violencia, por las situaciones naturales o, aún peor, por la indiferencia, la intolerancia e incluso por el odio”.
La importancia de la Iglesia en esta lucha
Ante esta situación, “es justo identificar las causas para actuar con la competencia necesaria. Pero no es aceptable que, para evitar el compromiso, se tienda a atrincherarse detrás de sofismas lingüísticos que no hacen honor a la diplomacia, reduciéndola del ‘arte de lo posible’ a un ejercicio estéril para justificar los egoísmos y la inactividad”.
“El yugo de la miseria generado por los desplazamientos muchas veces trágicos de los emigrantes puede ser eliminado mediante una prevención consistente en proyectos de desarrollo que creen trabajo y capacidad de respuesta a las crisis medioambientales. La prevención cuesta mucho menos que los efectos provocados por la degradación de las tierras o la contaminación de las aguas, flagelos que azotan las zonas neurálgicas del planeta, en donde la pobreza es la única ley, las enfermedades aumentan y la esperanza de vida disminuye”.
Finalmente, destacó la aportación de la Iglesia Católica que, “con sus instituciones, teniendo directo y concreto conocimiento de las situaciones que se deben afrontar o de las necesidades a satisfacer, quiere participar directamente en este esfuerzo en virtud de su misión, que la lleva a amar a todos y le obliga también a recordar, a cuantos tienen responsabilidad nacional o internacional, el gran deber de afrontar las necesidades de los más pobres”.
De este modo, Francisco citó estudios realizados, entre otros, por Naciones Unidas y afirmó que los dos principales problemas a la hora de luchar contra el hambre son tanto los conflictos armados como el cambio climático. “Está claro que las guerras y los cambios climáticos ocasionan el hambre, evitemos pues el presentarla como una enfermedad incurable”, agregó.
Según recoge Aciprensa, el Papa rechazó la especulación con los recursos alimentarios “que los mide solamente en función del beneficio económico de los grandes productores o en relación a las estimaciones de consumo, y no a las reales exigencias de las personas. De esta manera, se favorecen los conflictos y el despilfarro, y aumenta el número de los últimos de la tierra que buscan un futuro lejos de sus territorios de origen”.
Derribando mitos
Además, insistió en que “para algunos, bastaría con disminuir el número de las bocas que alimentar y de esta manera se resolvería el problema; pero esta es una falsa solución si se tiene en cuenta el nivel de desperdicio de comida y los modelos de consumo que malgastan tantos recursos. Reducir es fácil, compartir, en cambio, implica una conversión, y esto es exigente”.
El Pontífice animó a impulsar una responsabilidad global que garantice la suficiente producción agrícola que dé respuesta a las necesidades alimentarias de todos. “La realidad actual reclama una mayor responsabilidad a todos los niveles, no sólo para garantizar la producción necesaria o la equitativa distribución de los frutos de la tierra, sino sobre todo para garantizar el derecho de todo ser humano a alimentarse según sus propias necesidades”.
Urgen nuevos caminos
En su discurso, Francisco mostró la urgencia de actuar para garantizar la seguridad alimentaria. “Las muertes a causa del hambre o el abandono de la propia tierra son una noticia habitual, con el peligro de provocar indiferencia. Nos urge pues, encontrar nuevos caminos para transformar las posibilidades de que disponemos en una garantía que permita a cada persona encarar el futuro con fundada confianza, y no sólo con alguna ilusión”.
Como contrapunto a la crisis alimentaria que afecta a varias regiones del planeta, el Santo Padre señaló que “las recientes previsiones formuladas por vuestros expertos contemplan un aumento de la producción global de cereales, hasta niveles que permiten dar mayor consistencia a las reservas mundiales. Este dato nos da esperanza y nos enseña que, si se trabaja prestando atención a las necesidades y al margen de las especulaciones, los resultados llegan”.
Francisco propuso la implantación de un nuevo lenguaje en la cooperación internacional. “Me hago a mí mismo, y también a vosotros, una pregunta: ¿Sería exagerado introducir en el lenguaje de la cooperación internacional la categoría del amor, conjugada como gratuidad, igualdad de trato, solidaridad, cultura del don, fraternidad, misericordia?”.
Ayudar a los países a llegar a la autosuficiencia
Así explicó su propuesta: “Amar a los hermanos, tomando la iniciativa, sin esperar a ser correspondidos, es el principio evangélico que encuentra también expresión en muchas culturas y religiones, convirtiéndose en principio de humanidad en el lenguaje de las relaciones internacionales”.
“Amar significa contribuir a que cada país aumente la producción y llegue a una autosuficiencia alimentaria. Amar se traduce en pensar en nuevos modelos de desarrollo y de consumo, y en adoptar políticas que no empeoren la situación de las poblaciones menos avanzadas o su dependencia externa. Amar significa no seguir dividiendo a la familia humana entre los que gozan de lo superfluo y los que carecen de lo necesario”.
Además, recordó que para huir de sus situaciones de miseria y falta de oportunidades, o incluso de situaciones de serio peligro para sus vidas, los migrantes “se desplazan hacia donde ven una luz o perciben una esperanza de vida. No podrán ser detenidas por barreras físicas, económicas, legislativas, ideológicas. Sólo una aplicación coherente del principio de humanidad lo puede conseguir”.
En su discurso, el Papa quiso entrar en el debate sobre la vulnerabilidad: “Vulnerable es el que está en situación de inferioridad y no puede defenderse, no tiene medios, es decir sufre una exclusión. Y lo está obligado por la violencia, por las situaciones naturales o, aún peor, por la indiferencia, la intolerancia e incluso por el odio”.
La importancia de la Iglesia en esta lucha
Ante esta situación, “es justo identificar las causas para actuar con la competencia necesaria. Pero no es aceptable que, para evitar el compromiso, se tienda a atrincherarse detrás de sofismas lingüísticos que no hacen honor a la diplomacia, reduciéndola del ‘arte de lo posible’ a un ejercicio estéril para justificar los egoísmos y la inactividad”.
“El yugo de la miseria generado por los desplazamientos muchas veces trágicos de los emigrantes puede ser eliminado mediante una prevención consistente en proyectos de desarrollo que creen trabajo y capacidad de respuesta a las crisis medioambientales. La prevención cuesta mucho menos que los efectos provocados por la degradación de las tierras o la contaminación de las aguas, flagelos que azotan las zonas neurálgicas del planeta, en donde la pobreza es la única ley, las enfermedades aumentan y la esperanza de vida disminuye”.
Finalmente, destacó la aportación de la Iglesia Católica que, “con sus instituciones, teniendo directo y concreto conocimiento de las situaciones que se deben afrontar o de las necesidades a satisfacer, quiere participar directamente en este esfuerzo en virtud de su misión, que la lleva a amar a todos y le obliga también a recordar, a cuantos tienen responsabilidad nacional o internacional, el gran deber de afrontar las necesidades de los más pobres”.
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