«La caridad ayuda a comprender la verdad y la verdad reclama gestos de caridad», recuerda Francisco
El Papa rezó el Angelus este domingo en el atrio de la iglesia de San Pedro Claver en Cartagena.
Al finalizar la oración, tuvo unas palabras especialmente dirigidas a la situación en Venezuela, a una representación de cuyos obispos había recibido el jueves en Bogotá: "Expreso mi cercanía a cada uno de los hijos e hijas de esa amada nación, como también a los que han encontrado en esta tierra colombiana un lugar de acogida. Desde esta ciudad, sede de los derechos humanos, hago un llamamiento para que se rechace todo tipo de violencia en la vida política y se encuentre una solución a la grave crisis que se está viviendo y afecta a todos, especialmente a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad".
Hacer concreto el amor de Dios
Antes de eso, Francisco había recordado las dos instituciones visitadas en estos días, los Hogares San José de Medellín y la obra Talitha Qum esa misma mañana en Cartagena, donde "el amor de Dios se hace concreto, se hace cotidiano".
Puso también como ejemplo a María Ramos, la "mujer sencilla" que rescató del descarte la tela de la imagen de la Virgen de Chiquinquirá. El Señor "concedió la gracia de acoger la imagen de la Virgen en la pobreza de esa tela rota a Isabel, una mujer indígena, y a su hijo Miguel, les dio la capacidad de ser los primeros en ver transformada y renovada esa tela de la Virgen".
Así, María Ramos "se hizo paradigma de todos aquellos que, de diversas maneras, buscan recuperar la dignidad del hermano caído por el dolor de las heridas de la vida, de aquellos que no se conforman y trabajan por construirles una habitación digna, por atender sus necesidades perentorias y, sobre todo, rezan con perseverancia para que puedan recuperar el esplendor de hijos de Dios que les ha sido arrebatado".
La verdad y la caridad "van juntas, no se pueden separar"
Es el mismo caso, continuó Francisco, que San Pedro Claver (15801654), el misionero y sacerdote jesuita que entregó su vida para aliviar el sufrimiento de los esclavos, que se llamaba a sí mismo el “esclavo de los negros para siempre” y llegó desde España a Colombia en la primera mitad del siglo XVII para vivir su misión entre ellos.
Transcurrió los últimos años de su vida en esta casa que visitó hoy el Papa y que constituye un lugar de peregrinación para miles de fieles y una de las joyas arquitectónicas de la ciudad.
“Pedro Claver sabía que el lenguaje de la caridad y de la misericordia era comprendido por todos”, dijo el Papa: "De hecho, la caridad ayuda a comprender la verdad y la verdad reclama gestos de caridad. Van juntas, no se pueden separar. Cuando sentía repugnancia hacia ellos (porque, pobrecitos, venían en un estado que repugnaban), Pedro Claver les besaba las llagas".
Sin embargo, "después de haber confortado la soledad de centenares de miles de personas, no murió honrado, se olvidaron de él, y transcurrió los últimos cuatro años de su vida enfermo y en su celda, en un espantoso estado de abandono. Así paga el mundo, Dios le pagó de otra manera", concluyó Francisco.
Posteriormente el Papa entró a la iglesia y depositó unas flores ante la urna que contiene los restos de San Pedro Claver, donde oró en silencio unos momentos antes de bendecir a los presentes.
A continuación, se dirigió al patio interno del templo, donde sostuvo un encuentro privado con 65 integrantes de la Compañía de Jesús, a la que él mismo pertenece.
Texto íntegro de las palabras del Papa ante la iglesia de San Pedro Claver en Cartagena
Queridos hermanos y hermanas:
Poco antes de entrar en esta iglesia donde se conservan las reliquias de san Pedro Claver, he bendecido las primeras piedras de dos instituciones destinadas a atender a personas con grave necesidad y visité la casa de la señora Lorenza, donde acoge cada día a muchos hermanos y hermanas nuestras para darles alimento y cariño.
Estos encuentros me han hecho mucho bien porque allí se puede comprobar cómo el amor de Dios se hace concreto, se hace cotidiano.
Todos juntos rezaremos el Ángelus, recordando la encarnación del Verbo. Y pensamos en María, que concibió a Jesús y lo trajo al mundo. La contemplamos esta mañana bajo la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá.
Como saben, durante un periodo largo de tiempo esta imagen estuvo abandonada, perdió el color y estaba rota y agujereada. Era tratada como un trozo de saco viejo, usándola sin ningún respeto hasta que acabaron desechándola.
Fue entonces cuando una mujer sencilla, que según la tradición se llama María Ramos, la primera devota de la Virgen de Chiquinquirá, vio en esa tela algo diferente. Tuvo el valor y la fe de colocar esa imagen borrosa y rajada en un destacado lugar, devolviéndole su dignidad perdida. Supo encontrar y honrar a María, que sostenía a su Hijo en sus brazos, precisamente en lo que para los demás era despreciable e inútil.
De ese modo, se hizo paradigma de todos aquellos que, de diversas maneras, buscan recuperar la dignidad del hermano caído por el dolor de las heridas de la vida, de aquellos que no se conforman y trabajan por construirles una habitación digna, por atender sus necesidades perentorias y, sobre todo, rezan con perseverancia para que puedan recuperar el esplendor de hijos de Dios que les ha sido arrebatado.
El Señor nos enseña a través del ejemplo de los humildes y de los que no cuentan. Si a María Ramos, una mujer sencilla, le concedió la gracia de acoger la imagen de la Virgen en la pobreza de esa tela rota, a Isabel, una mujer indígena, y a su hijo Miguel, les dio la capacidad de ser los primeros en ver transformada y renovada esa tela de la Virgen.
Ellos fueron los primeros en mirar con ojos sencillos ese trozo de paño totalmente nuevo y ver en éste el resplandor de la luz divina, que transforma y hace nuevas todas las cosas. Son los pobres, los humildes, los que contemplan la presencia de Dios, a quienes se revela el misterio del amor de Dios con mayor nitidez.
Ellos, pobres y sencillos, fueron los primeros en ver a la Virgen de Chiquinquirá y se convirtieron en sus misioneros, anunciadores de la belleza y santidad de la Virgen.
Y en esta iglesia le rezaremos a María, que se llamó a sí misma ‘la esclava del Señor’, y a San Pedro Claver, el ‘esclavo de los negros para siempre’, como se hizo llamar desde el día de su profesión solemne.
Él esperaba las naves que llegaban desde África al principal mercado de esclavos del Nuevo Mundo. Muchas veces los atendía solamente con gestos evangelizadores, por la imposibilidad de comunicarse, por la diversidad de los idiomas, pero una caricia trasciende todos los idiomas. Sin embargo, Pedro Claver sabía que el lenguaje de la caridad y de la misericordia era comprendido por todos. De hecho, la caridad ayuda a comprender la verdad y la verdad reclama gestos de caridad. Van juntas, no se pueden separar. Cuando sentía repugnancia hacia ellos, porque pobrecitos venían en un estado que repugnaban, Pedro Claver les besaba las llagas.
Austero y caritativo hasta el heroísmo, después de haber confortado la soledad de centenares de miles de personas, no murió honrado, se olvidaron de él, y transcurrió los últimos cuatro años de su vida enfermo y en su celda, en un espantoso estado de abandono. Así paga el mundo, Dios le pagó de otra manera.
Efectivamente, San Pedro Claver ha testimoniado en modo formidable la responsabilidad y el interés que cada uno de nosotros debe tener por sus hermanos. Este Santo fue, por lo demás, acusado injustamente de ser indiscreto por su celo y debió enfrentar duras críticas y una pertinaz oposición por parte de quienes temían que su ministerio socavase el lucrativo comercio de los esclavos.
Todavía hoy, en Colombia y en el mundo, millones de personas son vendidas como esclavos, o bien mendigan un poco de humanidad, un momento de ternura, se hacen a la mar o emprenden el camino porque lo han perdido todo, empezando por su dignidad y sus propios derechos.
María de Chiquinquirá y Pedro Claver nos invitan a trabajar por la dignidad de todos nuestros hermanos, en especial por los pobres y descartados de la sociedad, por aquellos que son abandonados, por los emigrantes, por los que sufren la violencia y la trata. Todos ellos tienen su dignidad y son imagen viva de Dios. Todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y a todos nosotros, la Virgen nos sostiene en sus brazos como a hijos queridos.
Dirijamos nuestra oración a la Virgen Madre, para que nos haga descubrir en cada uno de los hombres y mujeres de nuestro tiempo el rostro de Dios.
Al finalizar la oración, tuvo unas palabras especialmente dirigidas a la situación en Venezuela, a una representación de cuyos obispos había recibido el jueves en Bogotá: "Expreso mi cercanía a cada uno de los hijos e hijas de esa amada nación, como también a los que han encontrado en esta tierra colombiana un lugar de acogida. Desde esta ciudad, sede de los derechos humanos, hago un llamamiento para que se rechace todo tipo de violencia en la vida política y se encuentre una solución a la grave crisis que se está viviendo y afecta a todos, especialmente a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad".
Hacer concreto el amor de Dios
Antes de eso, Francisco había recordado las dos instituciones visitadas en estos días, los Hogares San José de Medellín y la obra Talitha Qum esa misma mañana en Cartagena, donde "el amor de Dios se hace concreto, se hace cotidiano".
Puso también como ejemplo a María Ramos, la "mujer sencilla" que rescató del descarte la tela de la imagen de la Virgen de Chiquinquirá. El Señor "concedió la gracia de acoger la imagen de la Virgen en la pobreza de esa tela rota a Isabel, una mujer indígena, y a su hijo Miguel, les dio la capacidad de ser los primeros en ver transformada y renovada esa tela de la Virgen".
Así, María Ramos "se hizo paradigma de todos aquellos que, de diversas maneras, buscan recuperar la dignidad del hermano caído por el dolor de las heridas de la vida, de aquellos que no se conforman y trabajan por construirles una habitación digna, por atender sus necesidades perentorias y, sobre todo, rezan con perseverancia para que puedan recuperar el esplendor de hijos de Dios que les ha sido arrebatado".
La verdad y la caridad "van juntas, no se pueden separar"
Es el mismo caso, continuó Francisco, que San Pedro Claver (15801654), el misionero y sacerdote jesuita que entregó su vida para aliviar el sufrimiento de los esclavos, que se llamaba a sí mismo el “esclavo de los negros para siempre” y llegó desde España a Colombia en la primera mitad del siglo XVII para vivir su misión entre ellos.
Transcurrió los últimos años de su vida en esta casa que visitó hoy el Papa y que constituye un lugar de peregrinación para miles de fieles y una de las joyas arquitectónicas de la ciudad.
“Pedro Claver sabía que el lenguaje de la caridad y de la misericordia era comprendido por todos”, dijo el Papa: "De hecho, la caridad ayuda a comprender la verdad y la verdad reclama gestos de caridad. Van juntas, no se pueden separar. Cuando sentía repugnancia hacia ellos (porque, pobrecitos, venían en un estado que repugnaban), Pedro Claver les besaba las llagas".
Sin embargo, "después de haber confortado la soledad de centenares de miles de personas, no murió honrado, se olvidaron de él, y transcurrió los últimos cuatro años de su vida enfermo y en su celda, en un espantoso estado de abandono. Así paga el mundo, Dios le pagó de otra manera", concluyó Francisco.
Posteriormente el Papa entró a la iglesia y depositó unas flores ante la urna que contiene los restos de San Pedro Claver, donde oró en silencio unos momentos antes de bendecir a los presentes.
A continuación, se dirigió al patio interno del templo, donde sostuvo un encuentro privado con 65 integrantes de la Compañía de Jesús, a la que él mismo pertenece.
Texto íntegro de las palabras del Papa ante la iglesia de San Pedro Claver en Cartagena
Queridos hermanos y hermanas:
Poco antes de entrar en esta iglesia donde se conservan las reliquias de san Pedro Claver, he bendecido las primeras piedras de dos instituciones destinadas a atender a personas con grave necesidad y visité la casa de la señora Lorenza, donde acoge cada día a muchos hermanos y hermanas nuestras para darles alimento y cariño.
Estos encuentros me han hecho mucho bien porque allí se puede comprobar cómo el amor de Dios se hace concreto, se hace cotidiano.
Todos juntos rezaremos el Ángelus, recordando la encarnación del Verbo. Y pensamos en María, que concibió a Jesús y lo trajo al mundo. La contemplamos esta mañana bajo la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá.
Como saben, durante un periodo largo de tiempo esta imagen estuvo abandonada, perdió el color y estaba rota y agujereada. Era tratada como un trozo de saco viejo, usándola sin ningún respeto hasta que acabaron desechándola.
Fue entonces cuando una mujer sencilla, que según la tradición se llama María Ramos, la primera devota de la Virgen de Chiquinquirá, vio en esa tela algo diferente. Tuvo el valor y la fe de colocar esa imagen borrosa y rajada en un destacado lugar, devolviéndole su dignidad perdida. Supo encontrar y honrar a María, que sostenía a su Hijo en sus brazos, precisamente en lo que para los demás era despreciable e inútil.
De ese modo, se hizo paradigma de todos aquellos que, de diversas maneras, buscan recuperar la dignidad del hermano caído por el dolor de las heridas de la vida, de aquellos que no se conforman y trabajan por construirles una habitación digna, por atender sus necesidades perentorias y, sobre todo, rezan con perseverancia para que puedan recuperar el esplendor de hijos de Dios que les ha sido arrebatado.
El Señor nos enseña a través del ejemplo de los humildes y de los que no cuentan. Si a María Ramos, una mujer sencilla, le concedió la gracia de acoger la imagen de la Virgen en la pobreza de esa tela rota, a Isabel, una mujer indígena, y a su hijo Miguel, les dio la capacidad de ser los primeros en ver transformada y renovada esa tela de la Virgen.
Ellos fueron los primeros en mirar con ojos sencillos ese trozo de paño totalmente nuevo y ver en éste el resplandor de la luz divina, que transforma y hace nuevas todas las cosas. Son los pobres, los humildes, los que contemplan la presencia de Dios, a quienes se revela el misterio del amor de Dios con mayor nitidez.
Ellos, pobres y sencillos, fueron los primeros en ver a la Virgen de Chiquinquirá y se convirtieron en sus misioneros, anunciadores de la belleza y santidad de la Virgen.
Y en esta iglesia le rezaremos a María, que se llamó a sí misma ‘la esclava del Señor’, y a San Pedro Claver, el ‘esclavo de los negros para siempre’, como se hizo llamar desde el día de su profesión solemne.
Él esperaba las naves que llegaban desde África al principal mercado de esclavos del Nuevo Mundo. Muchas veces los atendía solamente con gestos evangelizadores, por la imposibilidad de comunicarse, por la diversidad de los idiomas, pero una caricia trasciende todos los idiomas. Sin embargo, Pedro Claver sabía que el lenguaje de la caridad y de la misericordia era comprendido por todos. De hecho, la caridad ayuda a comprender la verdad y la verdad reclama gestos de caridad. Van juntas, no se pueden separar. Cuando sentía repugnancia hacia ellos, porque pobrecitos venían en un estado que repugnaban, Pedro Claver les besaba las llagas.
Austero y caritativo hasta el heroísmo, después de haber confortado la soledad de centenares de miles de personas, no murió honrado, se olvidaron de él, y transcurrió los últimos cuatro años de su vida enfermo y en su celda, en un espantoso estado de abandono. Así paga el mundo, Dios le pagó de otra manera.
Efectivamente, San Pedro Claver ha testimoniado en modo formidable la responsabilidad y el interés que cada uno de nosotros debe tener por sus hermanos. Este Santo fue, por lo demás, acusado injustamente de ser indiscreto por su celo y debió enfrentar duras críticas y una pertinaz oposición por parte de quienes temían que su ministerio socavase el lucrativo comercio de los esclavos.
Todavía hoy, en Colombia y en el mundo, millones de personas son vendidas como esclavos, o bien mendigan un poco de humanidad, un momento de ternura, se hacen a la mar o emprenden el camino porque lo han perdido todo, empezando por su dignidad y sus propios derechos.
María de Chiquinquirá y Pedro Claver nos invitan a trabajar por la dignidad de todos nuestros hermanos, en especial por los pobres y descartados de la sociedad, por aquellos que son abandonados, por los emigrantes, por los que sufren la violencia y la trata. Todos ellos tienen su dignidad y son imagen viva de Dios. Todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y a todos nosotros, la Virgen nos sostiene en sus brazos como a hijos queridos.
Dirijamos nuestra oración a la Virgen Madre, para que nos haga descubrir en cada uno de los hombres y mujeres de nuestro tiempo el rostro de Dios.
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