Sábado, 02 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Como a la hemorroísa, Jesús nos libera de la enfermedad, los complejos, la marginación, dice el Papa

Radio Vaticana

Francisco retoma las catequesis de los miércoles en la Plaza de San Pedro
Francisco retoma las catequesis de los miércoles en la Plaza de San Pedro

En la Audiencia General del último miércoles de agosto, el Papa Francisco impartió su catequesis reflexionando a partir del pasaje bíblico de Mateo que narra el episodio de la mujer que sufría pérdidas de sangre, una enfermedad que según la cultura del tiempo la hacía impura, y por la que debía evitar todo contacto humano. 

"Como hemos escuchado en el Evangelio, una mujer que sufría flujos de sangre se abrió paso entre la multitud para tocar el borde del manto de Jesús", dijo el Pontífice en el resumen que pronunció en español. 

"Ella estaba convencida de que Jesús era el único que podía liberarla de su enfermedad y de la marginación que sufría desde hacía bastante tiempo. Cuando la mujer tocó el manto, Jesús se volvió hacia ella y la miró con ternura y misericordia". Fue "un encuentro personal y de acogida, en el que Jesús alabó su fe sólida, capaz de superar cualquier obstáculo y adversidad". 

Tras destacar la valentía y la fe de esta mujer, que alcanzó a Jesús desafiando las prescripciones que establecía la ley de Moisés, incluso "con un poco de astucia", Francisco quiso indicar una reflexión, acerca de cómo la mujer es, a menudo, "percibida y representada", indicando pues, que con esta narración, todos somos puestos en guardia, "también las comunidades cristianas", de visiones de la femineidad afectadas por prejuicios y sospechas, que resultan perjudiciales para la dignidad inviolable de la mujer.

El Papa reiteró que en dicho sentido, son precisamente los Evangelios los que "restablecen la verdad y reconducen a un punto de vista liberatorio".

Prosiguiendo en español, indicó que "Jesús no sólo cura a la mujer de su dolencia, sino que la libra de sus temores y complejos, le restituye su dignidad y la reintegra en la esfera del amor misericordioso de Dios".

Y al asegurar que el Señor Jesús "es la fuente de todo bien y de él nos viene la salvación y que nosotros debemos acogerlo con fe viva y auténtica, como demostró tener esa mujer", recordó que éste es el modo en el que el Señor indica a la Iglesia el camino que debe cumplir para ir al encuentro de cada persona.

De ahí sus palabras al finalizar su catequesis: "Que el ejemplo de Jesús nos ayude a salir al encuentro de quien está solo y necesitado, para llevar su misericordia y ternura, que sana las heridas y restablece la dignidad de hijos de Dios".

Catequesis completa, traducida del italiano
«Queridos hermanos y hermanas, ¡buen día!
El Evangelio que hemos escuchado nos presenta una figura que se destaca por su fe y su coraje. Se trata de la mujer a la que Jesús curó de sus pérdidas de sangre. Pasando en medio de la muchedumbre, se acerca por detrás de Jesús para tocar el borde de su manto. “Ella se decía a sí misma: con sólo tocar su manto, quedaré curada” .

¡Cuánta fe, verdad! ¡Cuánta fe tenía esta mujer! Razonaba así porque estaba animada por tanta fe, tanta esperanza y, con un toque de astucia, realiza lo lleva en su corazón. El deseo de ser salvada por Jesús es tan grande que la hace ir más allá de las obligaciones establecidas por la ley de Moisés.
Esta pobre mujer de hecho, hacía muchos años que estaba no solamente enferma, sino que era considerada impura porque padecía de hemorragias. Y por lo tanto estaba excluida de las liturgias, de la vida conyugal, de las relaciones normales con el prójimo.

El evangelista Marcos añade que había consultado a muchos médicos, acabando sus medios para pagarlos y soportando tratamientos dolorosos, pero solo había empeorado. Era una mujer descartada por la sociedad. Es importante considerar esta condición de descartada, para entender su estado de ánimo: ella siente que Jesús puede liberarla de la enfermedad y del estado de marginación y de indignidad en el que se desde hace años se encuentra. En una palabra: sabe, siente que Jesús puede salvarla.

Este caso nos hace reflexionar sobre cómo la mujer muchas veces es percibida y representada. Todos fuimos puestos en guardia, también las comunidades cristianas, delante de consideraciones reducidas de la feminidad por prejuicios y sospechas ultrajantes de su intangible dignidad. En este sentido son precisamente los Evangelios los que restablecen la verdad y reconducen a un punto de vista liberador.

Jesús ha admirado la fe de esta mujer evitada por todos y ha transformado su esperanza en salvación. No conocemos su nombre, pero las pocas líneas con las que los Evangelios describen su encuentro con Jesús trazan un itinerario de fe capaz de restablecer la verdad y la grandeza sobre la dignidad de toda persona.
En el encuentro con Cristo se abre para todos, hombres y mujeres de todos los lugares y de todos los tiempo, el camino de la liberación y de la salvación.

El Evangelio de Mateo dice que cuando la mujer tocó el manto de Jesús, Él “se dio vuelta” y “la vio”, y le dirigió la palabra. Como decíamos, a causa de su estado de exclusión, la mujer ha actuado oculta, detrás de Jesús, tenía un poco de temor, para no ser vista, porque era una descartada.
En cambio, Jesús la ve y su mirada no es de reproche, no dice: “¡Fuera de aquí, tú eres una descartada!”, como si dijera: “¡Tú eres una leprosa, fuera!”. No la reprocha, por el contrario la mirada de Jesús es de misericordia y ternura. Él sabe lo que ha sucedido y busca el encuentro personal con ella, lo que en el fondo, ella misma deseaba.

Esto significa que Jesús no sólo la recibe, sino que la considera digna de este encuentro hasta el punto que le dona su palabra y su atención. En la parte central del relato el término salvación se repite tres veces. “Si logro tan solo tocar su manto seré curada. Jesús se giró y al verla, le dijo: ‘Animo, hija, tu fe te ha salvado’”. Este “ten confianza, hija” expresa toda la misericordia de Dios por aquella persona, y por toda persona descartada.

Cuántas veces nos sentimos interiormente descartados por nuestros pecados, hemos combinado tantas, hemos hecho tantas… Y el Señor nos dice:
“¡Ánimo! ¡Ven! Para mí tú no eres un descartado, una descartada. Ánimo hija. Tú eres un hijo, una hija”. Y éste es el momento de la gracia, es el momento del perdón, es el momento de la inclusión en la vida de Jesús, en la vida de la Iglesia. Es el momento de la misericordia. Hoy, a todos nosotros, pecadores, que somos grandes pecadores o pequeños pecadores, pero todos lo somos. A todos nosotros el Señor nos dice: “¡Ánimo, ven! Ya no eres más un descartado, no eres una descartada: yo te perdono, yo de abrazo”.

Así es la misericordia de Dios. Debemos tener el coraje de ir hacia Él, pedir perdón por nuestros pecados e ir adelante. Con coraje, como hizo esta mujer. Así la “salvación” adquiere múltiples aspectos: ante todo a la mujer le devuelve la salud; después la libera de las discriminaciones sociales y religiosas; además, realiza la esperanza que ella llevaba en su corazón anulando sus temores y su desánimo; y para concluir la devuelve a la comunidad liberándola de la necesidad de actuar a escondidas.

Y esta última cosa es importante: una persona descartada actúa siempre escondido, alguna vez o toda la vida: pensemos en los leprosos de aquellos tiempos, en los sin hobar de hoy… pensemos en los pecadores, en nosotros pecadores: siempre que hacemos algo escondidos, que tenemos necesidad de hacer algo a escondidas, nos avergonzamos de lo lo que somos.

Y Él nos libera de esto, Jesús nos libera y hace que nos pongamos de pie:
“Levántate, ven. De pie”. Como Dios nos ha creado: Dios nos ha creado de pie, no humillados. De pie. Jesús da una salvación total que reintegra la vida de la mujer en la esfera del amor de Dios y, al mismo tiempo, la restablece en su plena dignidad.

Vale a decir, no es el manto que la mujer ha tocado el que le dio la salvación, sino la palabra de Jesús, acogida en la fe, capaz de consolarla, curarla y restablecerla en la relación con Dios y con su pueblo. Jesús es la única fuente de bendición de la cual brota la salvación para todos los hombres, y la fe es la disposición fundamental para acogerla.

Jesús, una vez más, con su comportamiento lleno de misericordia, indica a la Iglesia el itinerario que es necesario realizar para salir al encuentro de cada persona, para que cada uno pueda ser curado en el cuerpo y en el espíritu, y recuperar la dignidad de hijos de Dios. Gracias».

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