Martes, 05 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Francisco pide «una Iglesia sin cadenas y sin muros» y evitar caer en la «mediocridad espiritual»

El Papa participó en la basílica de San Pedro en la solemnidad de San Pedro y San Pablo / Fotos: Vatican Media
El Papa participó en la basílica de San Pedro en la solemnidad de San Pedro y San Pablo / Fotos: Vatican Media

ReL

Este miércoles el Papa Francisco participó en la basílica de San Pedro en la solemnidad de San Pedro y San Pablo, donde además bendijo, como es tradicional este día, los palios que se impondrán a los arzobispos que fueron nombrados durante el año.

“El testimonio de los dos grandes apóstoles Pedro y Pablo revive hoy en la liturgia de la Iglesia. Al primero, a quien hizo encarcelar el rey Herodes, el ángel del Señor le dijo: '¡Levántate rápido!' (Hch 12,7); el segundo, resumiendo toda su vida y su apostolado, dijo: 'He peleado el buen combate' (2 Tm 4,7). Consideremos estos dos aspectos —levantarse rápido y pelear el buen combate— y preguntémonos qué nos sugieren a las comunidades cristianas de hoy, mientras está en curso el proceso sinodal”. Así comenzó el Papa Francisco la homilía de esta importante fiesta.

De este modo, Francisco explico: “experimentamos todavía muchas resistencias interiores que no nos permiten ponernos en marcha. Muchas resistencias. A veces, como Iglesia, nos abruma la pereza y preferimos quedarnos sentados a contemplar las pocas cosas seguras que poseemos, en lugar de levantarnos para dirigir nuestra mirada hacia nuevos horizontes, hacia el mar abierto. A menudo estamos encadenados como Pedro en la prisión de la costumbre, asustados por los cambios y atados a la cadena de nuestras tradiciones”.

Es así como uno se puede deslizar “hacia la mediocridad espiritual”, incluso en la vida pastoral, alertó el Papa.

Por ello, el Santo Padre pidió “una Iglesia sin cadenas y sin muros, en la que todos puedan sentirse acogidos y acompañados, en la que se cultive el arte de la escucha, del diálogo, de la participación, bajo la única autoridad del Espíritu Santo. Una Iglesia libre y humilde, que “se levanta rápido”, que no posterga, que no acumula retrasos ante los desafíos del ahora, que no se detiene en los recintos sagrados, sino que se deja animar por la pasión del anuncio del Evangelio y el deseo de llegar a todos y de acoger a todos. No olvidemos esta palabra: todos, todos. Vayan al cruce de las calles, y lleven a todos, ciegos, sordos, cojos, enfermos, justos, pecadores… todos, todos. Esta palabra del Señor debe resonar en el corazón: todos. En la Iglesia hay lugar para todos, y muchas veces somos una Iglesia de puertas abiertas, pero para despedir gente, condenar gente”.

Papa Francisco en San Pedro

A tenor de las lecturas Francisco lanzó dos preguntas. La primera era, “¿qué puedo hacer por la Iglesia?”. Y respondió: “no quejarnos de la Iglesia, sino comprometernos con la Iglesia. Participar con pasión y humildad. Con pasión, porque no debemos permanecer como espectadores pasivos; con humildad, porque participar en la comunidad nunca debe significar ocupar el centro del escenario, sentirnos mejores que los demás e impedir que se acerquen”.

“¿Qué podemos hacer juntos, como Iglesia, para que el mundo en el que vivimos sea más humano, más justo, más solidario, más abierto a Dios y a la fraternidad entre los hombres?”, fue la segunda pregunta que realizó Francisco.

En su opinión, “es evidente que no debemos encerrarnos en nuestros círculos eclesiales y quedarnos atrapados en ciertas discusiones estériles, estén atentos a no caer en el clericalismo, el clericalismo es una perversión, el ministro que se hace clerical, con actitud clerical, ha elegido un camino equivocado. Peor todavía son los laicos clericales, estemos atentos a esta perversión del clericalismo. Ayudémonos a ser levadura en la masa del mundo”.

 “Juntos podemos y debemos establecer gestos de cuidado por la vida humana, por la protección de la creación, por la dignidad del trabajo, por los problemas de las familias, por la situación de los ancianos y de los abandonados, rechazados y despreciados. En definitiva, ser una Iglesia que promueve la cultura del cuidado, la compasión por los débiles y la lucha contra toda forma de degradación, incluida la de nuestras ciudades y de los lugares que frecuentamos, para que la alegría del Evangelio brille en la vida de cada uno: este es nuestro ‘buen combate’, este es el desafío”, agregó.

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