Necesitamos al Papa
En el mundo de hoy, tan secularizado y tan lejano aparentemente de Dios, que vive como si Dios no existiese, hay, sin embargo, recordaba el Papa, un hambre profunda que sólo Dios puede saciar: hambre de verdad, de libertad profunda, de amor gratuito.
Ayer, fiesta de san Pedro y san Pablo, como es tradicional, celebramos también el «Día del Papa». Jornada para reavivar el reconocimiento, la adhesión y la cercanía al Santo Padre, el sucesor de Pedro, que es garantía de permanecer fielmente en la verdad católica y de escuchar la voz de Cristo Pastor único y universal de toda la Iglesia.
La sensibilidad del pueblo, su sentido de fe, ha mostrado siempre una gran cercanía, escucha y atención hacia quien con todo lo que representa, ya es el sucesor de Pedro y siervo de los siervos de Dios, de quien recibe fundamento y unidad la Iglesia. En los últimos decenios, unas veces indirecta o subliminalmente y otras directamente, se va difundiendo una crítica sorda frente a los Papas, sea Pablo VI o Juan Pablo II, sea ahora Benedicto XVI. Se trata siempre del Papa y de la figura y misión del Papa en la Iglesia. Es un problema serio, porque desde la desafección que se siembra, se debilita y hasta puede resquebrajarse la unidad y la firmeza de la Iglesia. Necesitamos al Papa, porque es la roca o piedra firme en que se apoya y descansa la Iglesia, portadora de la riqueza que puede enriquecer a la humanidad con la gran esperanza en quien está el futuro del hombre: Jesucristo y lo que Él trae –Dios, que es amor, verdad y bien, luz y fuente inagotable de vida y libertad verdadera para todo hombre que viene a este mundo–.
Es para felicitarse todos, en este sentido, por la Carta de bienvenida a Benedicto XVI, firmada por mil personas, laicos, tan representativas de nuestra España, y dada a conocer este domingo pasado, así como las miles de adhesiones que ya se han unido. Es una gran noticia que debemos agradecer a los que han tenido esta feliz iniciativa, y que abre puertas y caminos de esperanza hacia un horizonte nuevo y con futuro. Ése es nuestro pueblo, ése es el sentir y el deseo de nuestras gentes que ven en Benedicto XVI lo que el hombre quiere y anhela. De lo que dice ese espléndido escrito tiene sed nuestro pueblo, una sed que sólo puede ser saciada por lo que el Papa está diciendo y testificando en medio de los hombres.
También el Papa, en la basílica romana de san Pablo «extramuros», la víspera de san Pedro hizo un gran anuncio que abre también un horizonte de aire fresco en la Iglesia de nuestros días. Me refiero al anuncio de la creación de un nuevo organismo en la Iglesia para clarificar, impulsar, promover y difundir en toda la Iglesia, sobre todo en la vieja cristiandad de Occidente, una nueva y decidida evangelización: un «Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización».
No podemos olvidar que hacía este anuncio ante la tumba de San Pablo, que no se avergonzó ni se echó atrás en el anuncio del Evangelio, que no quiso saber otra cosa que a Cristo y Éste crucificado; que proclamó a tiempo y a destiempo el Evangelio vivo de Dios, la Palabra de Dios que no está encadenada por ningún poder; que supo y saboreó como pocos la sabiduría de la cruz, esperanza viva, y que fue testigo, como nadie, del amor y el perdón misericordioso de Dios manifestado en Cristo Jesús, del que nada ni nadie nos puede separar, y de la caridad que no pasa nunca; que tomó parte en los duros trabajos del Evangelio, y que no escatimó nada, hasta dejar la vida a jirones –persecuciones, azotes, cárceles, naufragios, ..., hasta el martirio–, por anunciar a Jesucristo, mediador único entre Dios y los hombres. san Pablo es el gran apóstol y evangelizador de los paganos, el gran maestro de corazón ardiente y lleno de fe y coraje que impulsa hoy una nueva y decisiva evangelización, que es la dicha e identidad más profunda de la Iglesia, su razón de ser.
La Iglesia, recordaba ayer el Papa, es joven y se manifiesta joven con un nuevo ardor para continuar sin desmayo su gran misión, la de siempre, que lejos de estar concluida está todavía en sus comienzos: dar a conocer a Jesucristo, entregar a Dios a los hombres. En el mundo de hoy, tan secularizado y tan lejano aparentemente de Dios, que vive como si Dios no existiese, hay, sin embargo, recordaba el Papa, un hambre profunda que sólo Dios puede saciar: hambre de verdad, de libertad profunda, de amor gratuito. Por eso es necesario, urgente y apremiante, anunciar el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo. Esto es en lo que, con tanta insistencia como clarividencia, han estado insistiendo los papas Pablo VI y Juan Pablo II esto es lo que el Concilio Vaticano II, nueva primavera de la Iglesia, ha intentado, esto es lo que pide Dios en estos momentos, y lo que reclaman de la Iglesia los hombres de nuestro tiempo, de nada tan necesitados como de Dios. Esto es lo que está haciendo sin desmayo y con un ánimo joven y renovado todos los días el Papa Benedicto XVI. La creación de este nuevo organismo nos recuerda nuestra misión y nuestro servicio a la humanidad de hoy.
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