Orar por las vocaciones
El domingo pasado celebramos en la Iglesia católica la Fiesta del Buen Pastor, a la que se ha unido la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones a la vida sacerdotal, a la vida consagrada en sus diversas formas y carismas, a la acción misionera, al matrimonio cristiano de casados en el Señor.
En todos estos sectores se ve y se palpa una disminución muy preocupante que califico de verdaderamente «alarmante», tanto para la Iglesia como para la sociedad. Esta situación que atravesamos podríamos calificarla incluso de terrible y desastrosa por todo lo que ello da a entender lo que le subyace, entre otras cosas el debilitamiento de la fe, el olvido de Dios y la marginación y desprecio de Jesucristo, como si no interesara o fuese incapaz su seguimiento para dar respuesta a los grandes males que aquejan hoy al mundo entero, y particularmente al mundo occidental.
Alguno pensará: ¿cómo se le ocurre a éste referirse al tema de las vocaciones, con la que está cayendo por la pandemia y las crisis de todo tipo que está acarreando? Pues sí; y por eso precisamente, por estas crisis, aún es más necesario referirse a las vocaciones y a la oración por ellas. No voy a entrar en eso que digo «subyace» ni me va a ganar el desánimo, ni nos pueden vencer el desánimo y la desesperanza. En cualquier caso, todo lo contrario, por paradójico e incluso «insensato o descabezado» que parezca, acrecienta en mí, y debería acrecentar en todos, la esperanza.
¿Esperanza? ¿Es posible y sensata la esperanza en esta situación que vivimos? Sí, precisamente porque las cosas están así. No vale la frase hecha «la esperanza es lo último que se pierde», sino porque la esperanza siempre es virtud para tiempo difíciles, «recios» diría la Santa de Ávila. Recuerden el Profeta Isaías, profeta de la esperanza, en tiempos muy difíciles de destierro y sin aparente salida. La Carta a los Hebreos: sus destinatarios, la comunidad a la que se dirige el autor de esta carta, se hallan en situación interna y externa casi límite; es una llamada y proclamación de la esperanza. Algo semejante podríamos decir de la situación en que vivían los destinatarios del Apocalipsis de Juan: muy sin salida, pero difícilmente se puede encontrar texto de mayor apertura a la esperanza.
¿Qué quiero decir? Sencillamente que ahí es donde podemos confiar en Dios, Señor de la historia. La conduce donde Él va a manifestar la fuerza de su amor y llevarnos a una situación que va a ser muy distinta y novedosa en un futuro no lejano. Pero hay que luchar, confiar, orar, y hacer las cosas mejor que venimos haciéndolas, volver a Dios, a Jesucristo como centro y clave de todo, como piedra angular que en estos momentos están desechando para construir una Humanidad nueva, como Pastor y guía, al que deberíamos seguir ahora y siempre: todos, la Iglesia y la sociedad, porque esto también afecta e implica, y muy mucho, a la sociedad. El que haya esta escasez de sacerdotes, el que haya tan pocas vocaciones, no es bueno ni para la Iglesia ni tampoco para la sociedad, por muy laica, laicista y anticlerical que se muestre ésta.
Después de casi dos milenios de cristianismo, cuando la voz de Jesucristo ha llegado a casi todas las partes, sentimos con una intensidad cada día mayor la necesidad de dirigirnos a Dios, llenos de esperanza, para que mande a su Iglesia obreros del Evangelio, que el mundo tanto necesita: necesita a Dios, necesita a Jesucristo, necesita su amor transformador, su luz, para que haya un futuro distinto para esta humanidad que necesita ser renovada desde dentro y presentarse con un rostro nuevo enteramente, un mundo nuevo en que habite la justicia y brille una nueva civilización del amor y en que reine la paz y resplandezca la dignidad inviolable de todo ser humano sin exclusión de ningún tipo: que eso es, entre otras cosas, el Evangelio y sus frutos o manifestaciones en la tierra.
Precisamos vocaciones a la vida consagrada, a la acción misionera, al matrimonio cristiano base de la familia que abrirá un nuevo futuro al ministerio sacerdotal, para el anuncio de la palabra de Dios, de Jesucristo, y para entregar a Jesucristo en persona, realmente, que es a Quien el mundo, la sociedad necesitan más que nada.
El mundo que vivimos parece que está diciendo a los jóvenes, abiertos a decidir su vocación y su futuro: «En la nueva sociedad, en el futuro de un mundo nuevo, laico y adulto, que fabricamos los hombres, no habrá ya sacerdotes, ni vida consagrada, ni matrimonio cristiano, no vayáis, jóvenes, por esos caminos, buscad otra profesión, u otro camino». Así parece pensar el mundo de hoy laico. Pero por esto mismo, por esta manera de pensar, el escuchar esas voces, comprendemos precisamente, por el contrario, que hay una gran necesidad, aún mayor que en otros tiempos, de sacerdotes y de hombres y mujeres enamorados de Jesucristo, consagrados a Él y a su Iglesia, al anuncio y presencia del Evangelio, al servicio de los hombres, y que haya matrimonios cristianos base de familias que eduquen en el nuevo estilo de vivir, el del Evangelio, que cambia todas las cosas, incluidos las relacionadas con la salud y la enfermedad, la vida, la cultura, la economía y la política…
Porque siempre, pero particularmente el mundo en el que vivimos hoy, con su cultura de alejamiento y silenciamiento de Dios que quiebra al hombre en su humanidad más propia y la destruye, la Iglesia, la sociedad, los hombres de hoy tienen necesidad de hombres y mujeres que vivan entregados por completo, enteramente, al servicio del Evangelio de Jesucristo. Los hombres de hoy y de siempre tienen necesidad de Cristo. Todos tenemos, en efecto, necesidad de Jesucristo. A veces sin saberlo, pero, a través de múltiples y a veces de incomprensibles caminos lo buscamos insistentemente, lo invocamos constantemente, lo deseamos ardientemente.
Él es el esperado y deseado por todos. Se diga lo que se diga. Porque en Él está la dicha, el amor, la vida, la paz, la alegría, todo. Nosotros, los hombres y mujeres de hoy, necesitamos de Cristo para recorrer los caminos de la vida. Y El necesita de nosotros, de hombres y mujeres, para seguir presente acá en los años venideros. ¿Qué sería de nuestro mundo si le faltase Él? ¿Qué sería de nuestra humanidad si no se le anunciase y testificase el Evangelio de paz y de gracia, de amor y de perdón, de justicia, de verdad y caridad? ¿Qué sería de nuestra sociedad si se extinguiese la voz y la luz del Evangelio? «Sabemos que el Señor busca obreros para su mies. Él mismo lo ha dicho: ‘La mies es mucha y los obreros pocos'. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Por eso estamos donde estamos: para dirigir de verdad, con certeza, confianza y convicción esta petición al Dueño de la mies». Por esto nuestra oración perseverante al «Dueño de la mies»: que suscite y envíe vocaciones para renovar nuestro mundo.
Publicado en La Razón el 6 de mayo de 2020.
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