Sacrificios humanos y asesinatos legales
por Pedro Trevijano
En la Antigüedad eran frecuentes los sacrificios humanos. En el Antiguo Testamento se nos narra que, como consecuencia de su voto imprudente, Jefté sacrifica a su hija (Ju 11,30-40).
Encontramos también en el Génesis que Dios pide a Abrahán que le sacrifique a su hijo Isaac, lo que nos permite ver no sólo la obediencia de Abrahán, sino sobre todo que Dios no quiere sacrificios humanos (Gén 22,1-18): con ello quedan abolidos en el judaísmo y cristianismo este tipo de sacrificios, que sin embargo siguen presentes en muchas religiones y culturas.
Cuando los españoles conquistaron América se encontraron con que en varias religiones y culturas se realizaban sacrificios humanos, lo que nos enseña que ciertamente no todas las religiones son iguales. Especialmente cruenta era la religión de los aztecas, que cada año ofrecían miles de víctimas a sus dioses, que para ello las buscaban en lo que ellos llamaban las guerras floridas. No nos extrañe por ello que no le fuese demasiado difícil a Hernán Cortés, gran general y político, lograr una sublevación general de muchas tribus a su favor y que en el ejército de Cortés que tomó México los españoles fuesen sólo una pequeña minoría.
En el islam, una de las grandes religiones actuales, hasta hace muy pocos años, si un no musulmán era sorprendido en La Meca o Medina, la condena era a muerte y si un musulmán pretende apostatar de su fe musulmana todavía hoy sucede lo mismo. Ahora mismo estoy leyendo un libro de Mario Joseph, Encontré a Cristo en el Corán, de la editorial Libros Libres, en el que un imán cuenta, como tras su conversión al Catolicismo, su padre le dijo: “Si todavía deseas ser un cristiano, entonces no tengo otra opción que matarte”, asesinato del que escapó por una combinación de Providencia y suerte. No nos olvidemos tampoco que cada año se cuentan por miles los cristianos que son asesinados por causa de su fe.
Pero también en nuestros países se cometen cantidad de asesinatos que podemos, con toda razón, llamar legales, porque son crímenes que la legislación ha transformado en derechos, y es que una cosa es lo legal y otra lo moral. Benedicto XVI ha sido uno de los muchos que salió en defensa de la vida humana en su exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, cuando habla de la necesidad de ejercitar “el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural” (n. 83), si bien en nuestro país y en unos cuantos más no sucede así.
En efecto, no podemos olvidar que el artículo 3 párrafo 2 de la ley sobre el aborto del 3 de marzo del 2010 dice: “Se reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida”, y esa frase tiene más valor legal que las cinco veces que se reconoce en la misma ley el derecho del embrión o del feto a la vida, aunque éste sea un ser plenamente humano. Incluso, y ésta es una originalidad de nuestro país, para el Gobierno es mucho más importante contar con la colaboración de los herederos de ETA y sus cuatro diputados que con las víctimas del terrorismo, como tuvieron que señalar éstas el 11 de marzo con motivo del Día Europeo de Víctimas del Terrorismo: “Vivimos tiempos en los que se aboga por el blanqueamiento de los terroristas y por pasar página obviando todo el dolor y sufrimiento que hay detrás. Y todo ello ante la pasividad del Gobierno, cuando no con su propia complicidad”.
Pero como todo es susceptible de empeoramiento, desde el 24 de marzo de este año contamos con la Ley Orgánica 3/2021, de regulación de la eutanasia. La experiencia de los países donde lleva tiempo siendo legal indica que no es raro ni infrecuente que se aplique a personas que no la desean ni la han solicitado. Si un día soy asesinado como consecuencia de esta ley o le sucede a algún ser querido que conozca, veré reforzado mi convencimiento que los criminales son no sólo los autores materiales, sino sobre todo aquellos que, con su voto, han hecho posible esta legislación.
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